«El riesgo de que algunos políticos se arrojen la capacidad de suplantar lo que al fin corresponde al ciudadano (elector) y solo a él; si desea votar por unos u otros. Satanizar al adversario hasta el punto de desear excluirlo del propio juego político es el camino más rápido para acabar con el pluralismo político».
(Fernando Malespín, «El País», 01.11.18)
Traigo a la memoria una experiencia personal ocurrido en Santiago de Chile a finales de 1993, cuando asistíamos una celebración en la embajada de Australia con motivo de la presentación de una pareja de canguros que arribaban como donación al zoológico de Santiago. Entre los asistentes estaba la entonces corresponsal de CNN para Chile. Conversando con ella surgió, como en casi toda ocasión, el tema del general Pinochet. En algún momento, le pregunté por qué los periodistas se referían siempre a Pinochet como el dictador chileno, normalmente acompañado de otros epítetos. En cambio, siempre mencionaban con sumo respeto al líder cubano Fidel Castro. Me miró con sus grandes ojos azules y, con cara de absoluta inocencia dijo, «Ah. No me había fijado…».
Veinticinco años más tarde, esta opinión surge a consecuencia del recién proceso electoral Brasileiro, que ha sido encasillado por la prensa e intelectuales auto-denominados progresistas como parte del movimiento hacia no la simple derecha, sino la ultraderecha estigmatizada como fascista y peligrosa para diversos sectores de la sociedad multicultural del Brasil. Todo esto en función de pretender impedir la posibilidad de que el candidato de la designada ultraderecha, Jair Bolsonaro, pudiese resultar ganador en un proceso electoral de sufragio universal, libre, secreto y con garantías para todos los contendientes por igual.
Este enfoque especial se da como reacción a la imposibilidad del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) de poder postular como su candidato al expresidente Lula Da Silva, quien se encuentra en prisión acusado de diversas instancias de corrupción y/o enriquecimiento ilícito. Esta situación de Lula es encubierta por sus partidarios y la prensa progresista internacional presenta a Lula como sometido a una injusta y arbitraria aplicación de un juicio político. Pretenden ignorar todo el tinglado de la corrupción emanada de la gigantesca empresa estatal Petrobras, que ha marcado a un sinnúmero de líderes políticos y empresariales durante los dos períodos presidenciales del señor Lula. Para ello, nada más fácil que satanizar al candidato a vencer, marcándolo de ultraderecha fascista y antidemocrática.
Surge entonces una pregunta o una serie de reflexiones sobre quién o en qué forma los llamados progresistas de izquierda tienen el monopolio de la democracia y la facultad de decidir quién puede o no ejercer el derecho humano fundamental de elegir o ser electo. Es interesante ver, escuchar, leer como hombres de la prensa libre y de los círculos intelectuales del progresismo recurren a satanizar a sus oponentes trayendo a la memoria colectiva la tristemente célebre figura de Adolfo Hitler y, de la manera más candorosa, señalar que el ultraderechista de turno y con el que no simpatizan es una real amenaza de aplicar las mismas políticas e incurrir en las mismas atrocidades cometidas por el nazismo durante los años de Hitler en el poder.
Sin embargo, será difícil encontrar señalamientos similares en relación a candidatos o candidaturas de personajes de la izquierda y la posibilidad de que pudieran ser expresión de nuevos reinos del terror similares a los que han desarrollado en la historia reciente diversos gobiernos de izquierda. Un folleto publicado en los Estado Unidos en el año 2004 y diseñado para señalar los instintos satánicos del entonces Presidente Bush (hijo), se denomina The Bush Survival Bible (La Biblia de Sobrevivencia de Bush), escrito por un progresista ignorable, incluye un interesante capítulo titulado Gente peor que Bush y nos recuerda a celebres líderes de la izquierda progresista que generaron hechos realmente satánicos durante su estadía en el poder. Entre ellos destacan:
Pol Pot, líder del Partido Comunista de Camboya, conocido como el Khmer Rouge (años setenta), quien fuera responsable de al menos un millón de camboyanos sometidos a trabajos forzados, hambrunas, torturas y/o ejecuciones; para él y sus seguidores, el hecho ignominioso de hablar el idioma francés era suficiente evidencia de ser contrarrevolucionario y ameritaba la pena de muerte.
Nicolae Ceausescu, líder del Partido Comunista de Rumania (años ochenta) y fiel adherente a las doctrinas de la izquierda revolucionaria; gobernó unos 25 años bajo la égida de la entonces Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas (URSS), y uno de sus proyectos prioritarias fue ordenar que toda mujer rumana tuviera al menos cinco hijos, lo que provocó el hacinamiento, la malnutrición y las enfermedades en no menos de 150.000 niños y niñas, mal atendidos en instalaciones insalubres y lugar de múltiples abusos de menores; la falta de atención médica provocó brotes del virus transmisor del SIDA y se llegó a considerar que Rumania poseía no menos del 50% de los casos de SIDA de todo el resto de Europa.
Mención especial merece el mariscal Josef Stalin, líder y fundador de la URSS, a quien se responsabiliza de la muerte de unos 20 millones de personas, especialmente campesinos y minifundistas, a quienes se ejecutó mediante programas especiales de aniquilamiento o se les provocó la muerte por hambrunas al decomisar sus cosechas y desposeerlos de sus parcelas de producción; su régimen brutal y de control absoluto duró 29 años.
No menos importante es el régimen de Mao Tse Tung, líder del Partido Comunista y fundador de la actual República Popular China (RPC) quien promovió e impulsó la llamada Revolución Cultural cuyo objetivo fundamental era eliminar todo lo que pareciera burguesía y obligar a los millones de chinos de su época a pensar como él; quien se opusiera eran o enviados a campamentos de re-educación o eliminados físicamente por las bandas de Guardia Rojos, principalmente compuestas por jóvenes de la izquierda auto-denominada progresista, humanista, solidaria y socialista.
Referido lo anterior sería interesante buscar alguna opinión autorizada emitida por escrito o por TV alertando sobre la posibilidad de que un Vladímir Putin, al asumir el poder en Rusia, seguramente restablecería el gulag y otras políticas represivas que caracterizaron a su líder y correligionario mariscal Stalin. O, al momento de anunciarse la inevitable asunción al poder del Señor Xi en la República Popular China, se alertara sobre un renacer de políticas similares a la llamada Revolución Cultural y otras hazañas de su héroe y líder Mao Tse Tung.
Por qué no es válido preguntarse... ¿los izquierdistas nacen curados o simplemente hay que dar fe de su progresismo e incapacidad de violentar las libertades y derechos humanos de sus poblaciones y no incubar duda alguna sobre sus futuros comportamientos? ¿Qué nos dicen las recientes experiencias de dirigentes de la izquierda, nunca calificados de ultraizquierda, que han asumido el poder con eslóganes de apoyo a obreros y campesinos? Y, ¿qué ha ocurrido una vez logrado el poder? Cada quien podrá darse su propia respuesta.
En contraste con este optimismo izquierdizante, podemos presenciar el pesimismo militante al calificar de previo a todo candidato de la derecha como ultraderechista y, por tanto, una amenaza para los inocentes ciudadanos que le otorgan su voto. En Brasil, unos 52 millones de brasileiros votaron libremente por Bolsonaro—supuestamente aceptando y voluntaria e inocentemente confiando en quien les reprimirá y conculcará sus libertades y derechos fundamentales.
Conforme este doble estándar, nunca ha habido, no hay y nunca habrá candidatos de la izquierda revolucionaria que puedan actuar como racistas, misóginos, u homófobos. Eso no parece caber en las personalidades progresistas, nos dicen, sin asumir hechos históricos ocurridos recientemente en diversos países y sobre los cuales podemos encontrar claras referencias en las historias recientes de países como Rusia, China, la antigua Alemania Oriental, la antigua Checeslovaquia, Polonia, Bulgaria y otros.
Decididamente denotamos una clara aplicación de un doble estándar que permite, condona o encubre a dirigentes de la izquierda revolucionaria o progresista el aplicar aquello de: quitar la vida a una persona es un crimen, pero quitar la vida de miles de personas—o más—es solo tema para las estadísticas.
Habría que reflexionar seriamente sobre esta temática y dejar claro de una vez por todas que conforme los sistemas Republicano y Representativo, basados en Procesos Electorales Libres, Justos y Transparentes es el Pueblo, los ciudadanos en su expresión mayoritaria los únicos que tiene el poder de decisión para determinar quién puede acceder o no al poder político de su respectivo país.
No corresponde tal poder de decisión a miembros de la Inteligencia, de los progresistas revolucionarios ni de dueños de medios de comunicación, ni de ningún otro caballero, dama, u organismo que pretenda excluir a determinadas personas u organizaciones de los sistemas políticos electorales que son la esencia y el fundamento del sistema democrático.
Cabe únicamente el dejar a cada pueblo, a cada ciudadanía el tomar la decisión sobre el rumbo y futuro de su propio país, así como quien o quienes ameritan su confianza para ejercer el poder político para determinado periodo de gobierno. Y al decidir que los gobernantes no están haciendo lo comprometido en el período de campaña y elecciones, sin importar su alineación política, la ciudadanía puede votar para sacarlos del poder (el llamado voto de castigo). Ello en el marco de un proceso electoral libre y justo, y el derecho de todo ciudadano en una verdadera democracia.