«Los hombres ya no buscan imponerse por la espada, pero encontraron en el dinero un arma igual de acerada y más efectiva; y como no han perdido nada de la vieja ansia de poder, buscan imponer sobre sus semejantes el despotismo del dólar».
(James Gordon Bennet. Editor del "New York Herald", 1868)
Años más tarde, en una entrevista en televisión, Paul Volcker contaba el chascarro, su cara de pirojero frecuente llena de risa:
«Cuando me pidieron escribir una nota para anunciar el fin de la convertibilidad del dólar en oro no dormí: me parecía el peor desastre de la historia de los EEUU. Al día siguiente, cuando di a conocer mi doliente nota en la Casa Blanca, me explicaron que debía cambiar el tono: no era una derrota, sino un triunfo, un gran triunfo».
En esa época (1969-1974), Paul Volcker era subsecretario del Tesoro para Asuntos Monetarios Internacionales en el Gobierno de Richard Nixon. Tenía jinetas para ello: graduado en Princeton, en Harvard y en la London School of Economics, Volcker había pasado por la FED, el banco central de los EEUU, y un par de grandes bancos de negocios de New York.
De ahí que dejar al dólar sin más respaldo que su roja nariz de aficionado al whisky le provocase una diarrea, antes de que le explicasen con manzanas que los EEUU se pasarían los Acuerdos de Bretton Woods por el Arco de Augusto para, en adelante, hacer con la moneda de reserva planetaria lo que les saliera de las narices. Volcker quedó traumado: siempre le contó a quien quisiera oírle que la eliminación de la convertibilidad del dólar había sido «el acontecimiento más importante de su carrera».
Hace unos días, John Mauldin, my preferred financial adviser, explicaba en su carta semanal que la guerra comercial iniciada por Donald Trump en contra de China es una estupidez. Johnny entrega argumentos de peso, explica pacientemente que los aranceles no resuelven nada, que el problema no está en China sino en los EEUU, y se raja con una fórmula matemática que debiese dejar lelo solo a quien no conoce sino las cuatro operaciones…
«Almost every economist in the world accepts this basic Gross Domestic Product equation: Y = C + I + G + (X – M). This is where Y is GDP, C stands for consumption, I stands for investments, G stands for government expenditures and (X – M) stands for exports minus imports. This is called an accounting identity. In the same way that 2+2 = 4, an accounting identity is always and everywhere true».
Sobre todo, Johnny cuenta la firme de la milanesa, que paso a comentar ahora.
John Mauldin le recuerda a Donald que el dólar, moneda de reserva planetaria a contar de los acuerdos de Bretton Woods (julio de 1944), es emitido, a discreción, por los Estados Unidos de América. Por consiguiente, los déficits de la balanza comercial del Imperio no valen un cuesco, visto que si hay que pagar algo basta con emitir más dólares.
En la materia, Johnny no ha descubierto nada. Hace unos años Milton Friedman, interrogado a propósito de los gigantescos déficits del Gobierno federal, respondía: «La deuda de los EEUU está expresada en dólares. Ahora bien, los dólares los fabricamos nosotros, o sea que no le debemos nada a nadie». Dicho lo cual Friedman se apretaba la tripa riéndose a grandes y saludables carcajadas.
Tal vez por eso Edward C. Prescott, premio Nobel de economía 2004, sostenía: «La economía americana está equilibrada. Aquellos que hablan de déficit no saben de qué están hablando». Del mismo modo, otro experto financiero basado en New York pudo decir: «El mundo produce lo que hace falta, y nosotros producimos los dólares para comprarlo».
En la época de los Acuerdos de Bretton Woods, Charles de Gaulle y su asesor económico Valéry Giscard d’Estaing (más tarde presidente de Francia), refiriéndose a la adopción del dólar como moneda de intercambio y de reserva, denunciaron «un privilegio exorbitante». No se fiaban del respaldo en oro del dólar. Tenían razón.
En el año 1960, el economista Robert Triffin planteó el dilema que lleva su nombre, el dilema de Triffin, que plantea que la demanda internacional de dólares para estimular la actividad económica mundial provocaría el fin de la convertibilidad del dólar en oro físico, como había quedado establecido en los acuerdos monetarios de Bretton Woods.
La convertibilidad del dólar en oro estaba condenada a muerte antes de firmar los Acuerdos. El mismo fenómeno se había producido en la Edad Media, cuando la escasez de oro y plata se convirtió en un obstáculo para el creciente desarrollo del comercio internacional en Europa. Los grandes navegantes y «descubridores» como Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Hernando de Magalhães y otros, buscaban el oro y la plata que permitiría la eclosión del comercio y el desarrollo de la industria capitalista, como cuenta Jean Favier en su espléndido libro Del oro y las especias – Nacimiento del hombre de negocios de la Edad Media.
El obstáculo que representaba la insuficiencia de moneda metálica exigía cada vez mayores cantidades de oro, esa «reliquia bárbara» (John Maynard Keynes dixit), hasta que el papel moneda y la moneda escritural se impusieron de manera universal.
El fin de la convertibilidad, junto con consagrar la inutilidad de Fort Knox, dejó a los EEUU libres de fabricar –*falsibricar– los dólares que hiciesen falta para imponer su ley en el mundo.
Las cifras provocan mareo.
En el año 1970, se intercambiaban 20.000 millones de dólares al día.
En los años 1990 esa cifra había alcanzado la estratosférica suma de 1,5 billones de dólares diarios.
Veinte años más tarde, en el 2010, las transacciones diarias sumaban 4 billones de dólares, mientras los intercambios de bienes y servicios reales no superaban los 40.000 millones de dólares diarios, es decir 100 veces menos.
La masa de dólares ha crecido sin control, al punto que los EEUU dejaron de publicar estadísticas relativas a la masa monetaria en el año 2006. Países como China y Japón disponen cada cual de dos billones de dólares en bonos del Tesoro de los EEUU, lo que ha contribuido a asentar el valor del dólar, pero podría desestabilizarlo si China y Japón deciden deshacerse de esos bonos (con el riesgo de perder una buena parte).
Lo que nadie puede afirmar con certeza es el valor del dólar, que no tiene valor intrínseco sino el del papel en que está impreso, admitiendo que ese papel tenga alguno. El caso del dólar escritural es aún más curioso.
El dólar es una moneda internacional cada vez que es poseído, y utilizado, por un no-residente en los EEUU.
El dólar se transforma pues en moneda internacional cada vez que es cedido por un residente a un no-residente. El caso más simple es el de las importaciones que las empresas yanquis pagan pidiéndole a sus bancos que debiten sus cuentas y acrediten la cuenta del exportador extranjero. La transacción queda saldada por un juego de escrituras débito-crédito en los libros de un banco estadounidense. Si el exportador extranjero no tiene cuenta en el mismo banco que el importador americano, el pago pasa vía compensación: el exportador utiliza los servicios de su banco local, que sí tiene un corresponsal en los EEUU para facilitar las operaciones de sus clientes. En todos los casos, los dólares no hacen sino pasar de una cuenta a otra, bajo la forma de escrituras contables. Contrariamente a lo que se piensa, los dólares no salen de los EEUU. Se quedan donde están. Es solo su propiedad la que cambia y atraviesa la frontera. Los dólares no salen sino jurídicamente.
Al ser la moneda en que se expresan los intercambios internacionales, los EEUU pueden prohibirle su uso a quien les dé la gana. Incluso multar a los bancos que facilitan transacciones en dólares con países «enemigos de los EEUU». Así, varios bancos europeos debieron pagar miles de millones de dólares de multa por haber efectuado transacciones en dólares con Irán o Cuba. Nótese que ningún dólar salió de los EEUU: simplemente el dólar sirvió como unidad de cuenta, y como moneda escritural.
La súper abundancia de moneda suele provocar burbujas, por ejemplo bursátiles (si hay más moneda, en presencia de la misma cantidad de bienes, se produce la temida inflación).
En este caso las cifras también provocan mareo.
En 1975 la capitalización bursátil era de US$ 1,4 billones.
En el año 2007 había llegado a 63 billones de dólares, o sea que se había multiplicado por 45, mientras que la riqueza materialmente producida en el ámbito planetario se había multiplicado solo por 3,5.
Para decirlo de otro modo, en su guerra comercial con China los EEUU cuentan con el dólar. Los chinos con el surgimiento y desarrollo de otras monedas de intercambio y reserva que podrían sustituir al dólar. Si eso ocurre... se hunde el dólar, y se hunden los EEUU.
Ahora bien, la cuestión no reside en saber si eso va a ocurrir, sino cuándo.