La hematofagia es el hábito de alimentación de aquellos que se nutren con sangre. Representa una forma de ectoparasitismo, en la mayoría de casos, y de endoparasitismo, en el de las tenias, por ejemplo. Entre los casos más notables de hematófagos están los mosquitos, de los que sólo las hembras son hematófagas, las garrapatas, los zancudos, las pulgas, piojos, algunos murciélagos a los que se llama vampiros, o las sanguijuelas. Pertenecen a varias familias y están en todos los partidos políticos. En países pobres como en América Latina, los encontramos en las casas, en la burocracia, en los hospitales, en las universidades, en las cortes y en nuestros congresos.
Estas criaturas repulsivas como las sanguijuelas, los gusanos, las serpientes y las garrapatas pueden hacer, cuando uno se las encuentre en la calle o las vea por televisión, que uno grite del miedo o del asco. Pero no podemos ignorarlas del todo porque las hemos hecho parte de nuestras necesidades y si no existieran, no sabríamos qué hacer (o no lo hemos pensado aún).
En primer lugar, protegen algo sin lo que la gente no puede vivir: la sangre. Y eso significa que tienen un rol en la medicina moderna, según la Sociedad Americana de Hematología (American Society of Hematology). Las sanguijuelas tienen una sustancia en la saliva llamada hirudina que ayuda a prevenir los coágulos sanguíneos en los procedimientos microquirúrgicos. Los médicos las usan para mantener el flujo sanguíneo en los sitios quirúrgicos. Sin las sanguijuelas, la sangre se estancaría en el tejido, lo que podría conducir al desfiguramiento. Las garrapatas y los mosquitos también tienen una saliva útil que podría ser importante para el desarrollo de anticoagulantes derivados de la naturaleza. Algunas serpientes, sobre todo las víboras, producen un veneno que ayuda a la sangre a coagularse, y puede usarse para monitorizar la absorción de los fármacos.
Existe un problema. A pesar de las maravillas que hacen, es posible que estos bichos pueden introducir en nuestro sistema algunos virus que aún no se han identificado. Se especula que los pueblos que han tenido mucho contacto con ellos pierden la capacidad de darse cuenta de cuánto los desangran. Los hematófagos, por su naturaleza, no saben cuándo deben dejar de chupar; es su naturaleza. En cualquier descuido, nos desangran. Tanto así que desde la Patagonia hasta México, los hematófagos se han disparado. Unos los agarran con bolsas de dinero para sobornos; otros con apartamentos regalados, la mayoría con lavado de dinero, con pensiones millonarias, con privilegios estatales, con bonos de vivienda y pensiones hasta para sus nietos, con sus familiares en embajadas, a rectores de izquierda los miramos en Mercedes Benz y a los comunistas, ganando más que Trump. También tenemos los hematófagos de la familias de la oligarquía: estas nos amenazan con que si les sacamos una gota de sangre, se van a chuparla a países más baratos. Nada podemos hacer. En Costa Rica, por ejemplo, tenemos un Nobel de la Paz acusado en los tribunales. En Guatemala, otra ganadora de este premio viaja en Business mientras su pueblo maya se muere de hambre.
Y cuando la gente se lanza a protestar en la calle, no sabemos cuántos hematófagos van con ella colados.