El peligro del populismo racista está en encerrarse en sí mismo y distanciarse de la realidad. Cuando la política deja de ser reflexión y propuesta positiva, la incapacidad de resolver los problemas y entender la realidad económico-social con una cierta objetividad conlleva a un anquilosamiento mental de tipo suicida, pues la brújula que nos orienta deja de indicar una salida y muestra sólo hacia abajo, pretendiendo que cavemos nuestra propia tumba. Sí, el riesgo de las mentiras es que uno termine creyéndolas como única verdad posible y esto significa nada menos que meterse en un oscuro callejón sin salida, donde las posibilidades desaparecen una tras una.
La capacidad de sobrevivir políticamente va más allá de cualquier consenso inicial, por grande que este sea. Tarde o temprano, hay que presentar soluciones, producir resultados y que cada uno de estos se transfiguren en condiciones concretas. Es decir, en una nueva realidad. No hacerlo, es el contrario, negar la realidad o confirmar sus aspectos más negativos. Los hambrientos sin pan siguen siendo hambrientos. Los desocupados sin trabajo, simplemente desocupados. Los enfermos sin tratamiento, seguirán enfermos y los jubilados sin jubilación, un ejército de pobres marginalizados. La solución a cada uno de estos males requiere tiempo, preparación, habilidades analíticas, datos precisos, la creación de un consenso prolongado y sobre todos resultados, que confirmen y demuestren que las soluciones son apropiadas y justas.
En pocas palabras, hay que vigorizar la economía para que produzca riqueza y bienestar sin destruir el ambiente, con una distribución de los recursos relativamente sostenible, una infraestructura eficiente, además de una amplia educación que facilite la adaptación a nuevas condiciones e innovación en todos los sentidos. En práctica, un programa pragmático, bien estudiado, articulado, capaz de mostrar el camino y permitirnos alcanzar los objetivos prefijados. El populismo racista, basa su juego en un odio exacerbado sin resolver problema alguno, porque su naturaleza es ser un plan vacío sin ejecución posible, una propuesta sin realidad, que en vez de superar las trabas, las aumenta, distanciando el electorado de toda posición constructiva, basada en la razón, compromiso y esfuerzo. El populismo es como un grupo de desesperados, que piden pan y, al mismo tiempo, queman la panadería.
Pensar políticamente requiere entender la naturaleza de los problemas y dificultades, saber cómo funciona la economía y la sociedad y, sobre todo, tener el coraje de pensar a medio y largo plazo, favoreciendo una reflexión y diálogo, que consienta ampliar el consenso, cohesión y disposición para trabajar con esmero por los resultados. El valor de cada inversión o de la energía que ponemos en resolver un problema es proporcional a los beneficios que obtenemos y esto debe ser claro. No se habla por hablar, se hace y resuelven los problemas identificados, afrontándolos en su raíz.
No puede ni debe existir política sin ética, conocimientos, ni visión. Todo el resto es manipulación y engaño. Una sociedad madura es una sociedad que no se deja seducir por palabras sin futuro ni significado y que antes de elegir: piensa, reflexiona, se informa y pregunta sin perder los objetivos y evaluando el plan para alcanzarlos.