El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, es el último en subirse al carro de afectados por la política exterior del presidente norteamericano, o mejor dicho por la ‘no’ política exterior. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es la hoja de ruta del inquilino de la Casa Blanca. Aunque una cosa es cierta, se guía por sus propios intereses.
La crisis abierta entre ambos ‘personajes’ es un episodio más del devenir histórico al que nos tiene acostumbrados Trump, desde que asumiera su mandato. Por su galería de sinrazones hemos visto desfilar a presidentes, dirigentes o cargos públicos de todos los colores y cada semana que avanzamos en el calendario aparece uno nuevo. El presidente marca -con mayor o menor éxito- en su particular cacha de su revolver las muescas de Vladímir Putin, Angela Merkel, Dusko Markovic, Kim Jong-Un y más recientemente a Hasan Rohaní, entre otros.
Pero realmente, ¿en qué se diferencia este nuevo rifirrafe de los anteriores? Una de las cuestiones es a nivel intrínsecamente personal, una cuestión de ‘macho alfa’ podría ser la mejor definición. Un ejemplo de esto es el caso de Vladímir Putin. Antes amigos, la comunidad internacional clamaba contra el buen rollo que mantenían ambos antes de llegar Trump a la Casa Blanca. Luego hemos asistido a un cambio de registro incierto y preocupante por aquello que la lucha de egos entre dos personalidades tan marcadas y fuertes daría al traste con el futuro del mundo conocido.
En el caso al que nos referimos ahora parece copiar el argumento anterior. Dos presidentes con un fuerte gusto por el poder y la fuerza, dos muestras de líderes incuestionables que aunque parezca, suelen casar bien pero esta vez… asistimos al mismo concepto… el macho alfa. Luego este subidón de testosterona tiene otras aristas más factibles y reales como las sanciones anunciadas y promulgadas por el presidente estadounidense y cuyos efectos sí son más que evidentes.
La lira turca vive en caída libre desde el inicio del año, ha perdido su valor de cambio hasta el 40 por ciento. Unos datos que no invitan al optimismo, más si cabe, cuando sólo en la jornada del viernes la moneda se desplomó un 14%, algo que no ocurría desde 2003. El crecimiento de la economía otomana se vio frenado en seco por una inflación que acaricia el 16 por ciento. El ‘sultán’ que mostraba su músculo y su buen hacer frente a sus anhelados socios europeos, ve cómo sus carnes se vuelven flácidas por la que denomina guerra económica de EEUU.
El viernes 10 de agosto supuso un torpedo en la línea de flotación de las finanzas turcas. El tiro de gracia lo daba, una vez más, Donald Trump al ratificar una serie de aranceles a la importación del acero del 20 por ciento y al aluminio del 50 por ciento. Una herramienta bien conocida ya en el ala oeste de la Casa Blanca y al otro lado del atlántico. Erdogan reaccionó como hacen los hombres fuertes, echando más gasolina al fuego al llamar a Vladímir Putin para abordar el estado de su cooperación económica.
Y ahí radica la cuestión. Ante la marcha agónica de las políticas internas que ejecuta Erdogan tras barrer en las elecciones de junio y para contrarrestar los conatos de incendio popular, lo mejor es pensar en un enemigo externo al que culpar de todos los males que acechan al país. Si la operación militar en Siria va minando sobre manera a la población, la crisis económica puede ser un detonante que el líder turco ni se plantea. Aún está muy presente lo ocurrido el 15 de julio del 2016.
Dos presidentes enfrentados, dos países socios y un problema en el seno de la OTAN. Los dos ejércitos más poderosos de la Alianza tensando una cuerda fácil de romper y de difícil solución por las terceras partes que tiran detrás de cada uno. Turquía se alinea con Rusia y China mientras, Estados Unidos busca entre sus socios clásicos a alguien que de un paso al frente.
No debemos obviar dos aspectos clave en esta rocambolesca historia. Dos clérigos podrían tener la llave para cerrar -de una vez por todas- esta brecha diplomática. Fethullah Gülen y Andrew Brunson. El primero vive en territorio norteamericano y es considerado por Erdogan y todo su séquito el eterno instigador de las revueltas contra ‘el sultán’ y cerebro del fallido golpe de Estado. El segundo, un pastor evangelista se encuentra preso condenado por la justicia otomana a 20 años de cárcel por espionaje y colaborar con el Partido de los Trabajadores (PKK). Dos hombres y un destino que podría dar paso a un nuevo entendimiento.
Otro factor impacta de lleno en las esperanzas de un arreglo por la vía de la negociación. Turquía y EEUU son socios históricos en la contención del bloque soviético, primero, y la aspiración imperial rusa, ahora. Una sociedad reflejada en el apoyo logístico y ejecutivo de Ankara a Washington contra el régimen de Bashar al Assad, gracias a la participación y en la utilización de la base turca de Incirlik convertida en centro de operaciones aéreas de la coalición internacional.
El presidente turco ha mostrado en varias ocasiones su descontento y frustración por la actitud de que su socio apoye abiertamente -con armas, entrenamiento y dinero- a las fuerzas kurdas en Siria (PYD y YPG), ambas vinculadas al PKK. Este fue el principal detonante del giro radical de Erdogan en la estrategia siria y también en su política exterior hacia Occidente.
Ahora desde Ankara se mira abiertamente hacia Moscú, una vez superada la grave crisis ocasionada por el incidente del Su-24 que enfrentó duramente a ambos gobiernos. El presidente Erdogan ve en Putin un sólido compañero de juego en el tablero global, sin olvidarse de Xi Jinping, quien también tiende la mano para ser parte de un trío que aspira a superponerse a los caprichos de Trump y sus mensajes en Twitter.