Corría el año 1962 cuando John F. Kennedy, presidente de EE. UU., pronunció una de sus frases más célebres: «Decidimos ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles».
Esto dio inicio al punto álgido de la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la competencia por la conquista espacial estaba oficialmente abierta. Siete años después Neil Armstrong, junto a su tripulación, se convirtió en el primer hombre en poner un pie en la Luna. Ni Armstrong ni sus compañeros imaginaron el aluvión de historias que inventarían después de su hazaña: miles de personas cuestionaron y negaron la veracidad del viaje del Apolo 11 aduciendo que todo fue un montaje del Gobierno y los estudios de Hollywood. Sus detractores niegan el alunizaje mediante la difusión masiva de supuestos argumentos altamente cuestionables y discutibles, teorías de conspiración entre la CIA y la NASA, o la negación sin base o fundamento alguno; todo lo anterior lo muestran como «evidencias palpables».
Los negacionistas del alunizaje echan mano de cualquier artimaña para concluir que ningún hombre a puesto un pie en la luna; muy a pesar de las rocas lunares, los retro-flectores instalados en la luna que aún funcionan y las fotografías que dan testimonio de ello; todas estas pruebas aunque contundentes son insuficientes.
Casualmente en esa misma década aparecieron otros negacionistas, pero en esta ocasión no para negar el alunizaje sino para cuestionar y revisar la veracidad del Holocausto, voces de seudointelectuales como Paul Rassinier quien publicara El drama de los judíos europeos, David Hoggan autor de La Guerra Forzada; afirman que Auschwitz fue únicamente una fábrica de elaboración de hule para la guerra, sí, Auschwitz, el Campo de Exterminio en el que murieron 1.100.000 personas de manera sistemática, logística y eficiente a manos de los nazis y las naciones colaboradoras que enviaron a sus ciudadanos judíos, homosexuales y gitanos a morir en las cámaras de gas (se calcula que en Auschwitz I y posteriormente en Auschwitz II o Birkenau eran gaseadas e incineradas 10.000 personas diariamente en su etapa de mayor rendimiento), esto muy a pesar de la evidencia contundente, la existencia de los campos de exterminio, los testimonios de los sobrevivientes y las confesiones de los perpetradores durante los juicios de Núremberg.
Los argumentos que esgrimen los negacionistas del Holocausto son tan ridículos como los que niegan el alunizaje, veamos algunos:
«La negación lisa y llana. No hubo genocidio, no existieron nunca las cámaras de gas y los hornos de Auschwitz, Treblinka o Maijdanek; estos eran cuartos de desinfección masiva para evitar la propagación del tifus en los campos de trabajo».
Este argumento es insostenible, no solo por los cientos de testimonios de sobrevivientes que salieron con vida de estos campos, sino por la existencia misma de ellos, de las cámaras y los hornos preservados como piezas de museo para testimonio de la humanidad. Las fosas comunes, los cuerpos inertes aún con vida que encontraron los soviéticos al liberar el campo de Auschwitz, las pilas de cadáveres apiñados en carretas listos para ser enterrados y las enormes cantidades de cabello, ropa, zapatos y cenizas que se preservan como testigos silenciosos en distintos campos de exterminio.
«La Solución Final consistió en la expulsión de judíos, nunca hubo un plan de exterminio masivo para los judíos de Europa Oriental. Las pequeñas bajas judías fueron el resultado de daños colaterales durante la guerra».
La Solución Final fue el proyecto de exterminio sistematico de los judíos, se inició una vez comenzada la campaña en el este (Operación Barbarroja), el 21 de junio de 1941. Se crearon unidades especiales de exterminio llamadas Einszangruppen, llamadas también «los Escuadrones de la Muerte», que tenían como objetivo limpiar las áreas de la URSS arrasadas por la Wehrmacht de enemigos políticos y judíos como prioridad. Fue aquí donde se empezó a gestar el genocidio. El 15 de agosto de ese mismo año, después de presenciar un fusilamiento masivo, Heinrich Himmler ordena que desde ese momento se debe asesinar a niños y mujeres. Existen numerosos documentos en los que los generales de división como Otto Ohlendorf contabilizaban las matanzas realizadas por sus subordinados y colaboracionistas, el mismo Ohlendorf dio testimonio de esto durante los procesos de Núremberg, junto a sus compañeros de división.
«El número de víctimas judías en manos de los nazis en Auschwitz fue mucho más baja, no llegan a las 25.000 y murieron víctimas de un brote de tifus que afectó el campo».
Los nazis fueron tan minuciosos en su forma de realizar los asesinatos como en registrarlos. A pesar de toda la documentación destruída, hay suficiente evidencia para respaldar el número que ronda entre los 5 y 6 millones de judíos exterminados durante el Holocausto. Por si fuera poco, existe el registro fotográfico y los documentos que respaldan el «tratamiento especial» al que fueron sometidos en Auschwitz durante la gran acción de mayo y agosto de 1944 los judíos de Hungría enviados por Adolf Eichmann; 430.000 judíos fueron gaseados en un espacio de 4 meses.
«El genocidio es un invento de los Aliados y los Sionistas para construir un Estado para los judíos».
El proceso de asignación de un hogar nacional para el pueblo judío es mucho más anterior que el Holocausto. Herzl fundó el movimiento sionista a finales del siglo XIX y tuvo su primer congreso en Basilea en 1897, Israel nunca fue la primera opción para la construcción de su patria, las circunstancias la empujaron hacia ella. Cientos de judíos huyeron a la Palestina británica de manera clandestina porque en ningún país de Europa eran recibidos, y los que lograban llegar de manera ilegal se les deportaba o bien se les entregaban a las autoridades nazis. Ningún país que se quiera fundar bajo un supuesto autoatentado sometería a muerte a sus potenciales pobladores que sostendrán la demanda demográfica de los próximos años y máxime a tal escala.
«La mayoría de judíos asesinados eran elementos guerrilleros y subversivos miembros de agrupaciones partisanas».
Si bien existió un número determinado de judíos partisanos, y las manifestaciones de resistencia violenta se dieron al interno de los guetos, ambas fueron escasas y reducidas. La única agrupación judía masiva durante la guerra fue la Brigada Judía del Mandato Británico, no mayor a 5.000 personas. La participación partisana judía fue sumamente escasa, aunque efectiva en sus operaciones clandestinas.
«Cualquier testimonio directo aportado por un judío sobre el Holocausto es una mentira».
Los revisionistas (llamados también así) niegan cualquier vínculo de los sobrevivientes del Holocausto y sus padecimientos en los campos, guetos, progromos y fusilamientos. El único argumento que presenta es «no es verdad, su testimonio es falso, no puede ser tomado en cuenta». A pesar de toda la evidencia y veracidad que tiene el sobreviviente.
Aunque los argumentos dentro de los círculos intelectuales que niegan el Holocausto como aparente ejercicio honesto y académico nos parezcan descabellados, fantasiosos y ridículos, no son cosa reciente. Desde el mismo momento que el exterminio entró en boga los nazis borraron sus huellas, los cuerpos gaseados eran convertidos en cenizas que iban a parar al río Vístula; durante los juicios de Núremberg, los doctores, militares y altos mandos negaron su conocimiento y participación del asesinato; y más recientemente naciones como Polonia diseñaron políticas para evitar ser vinculados con los crímenes del Holocausto. En Francia, por ejemplo, el partido de ultraderecha conservadora liderado por Le Pen pretende borrar toda sintonía con los nazis y la participación en las redadas de Vél d´Hiv. Por todo lo anterior, me gustaría llamarles lunáticos, pero encuentro incluso más coherencia entre los que niegan el alunizaje que los que niegan la Shoá, eso sí, la mayor coincidencia de los que niegan el alunizaje y los que niegan el Holocausto es que ambos parecen vivir en la Luna.
Pero negar el Holocausto no es solo negar el hecho en sí, es borrar la existencia de Hitler, es negar una ideología que creía en la superioridad racial y asesinaba a sus ciudadanos por considerarlos bocas superfluas, es negar que los gitanos, cristianos, testigos de Jehová, polacos y comunistas también fueron asesinados en las Fabricas de la Muerte. Los que niegan la Shoá se olvidan que el dolor y el daño no es solo para los judíos, y por si fuera poco, los negacionistas allanan el camino para que otro genocida, otra ideología y otro Estado Totalitario acabe con lo poco que aún queda de nuestra humanidad.