La República de Turquía tiene una importante posición geográfica, en la determinante región del Mediterráneo, encontrándose además en un punto de conexión entre Europa y Asia. No tiene las condiciones estratégicas de los denominados Estados Ejes; principalmente lo que se refiere al flujo económico, pero por ser una barrera migratoria de los grupos provenientes de Medio Oriente y África, ha logrado tener mucho más poder para chantajear a los Gobiernos de la Unión Europea, obtener réditos económicos y al mismo tiempo que se le trate con guante blanco ante acciones internas que le han cambiado el carácter poliárquico a la República de Turquía para moverlo hacia una dictadura islamista bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan.
Por otro lado también, en temas de política internacional no se ha dado una respuesta contundente ante el agresivo comportamiento del Gobierno turco contra las poblaciones kurdas en su propio país, mucho menos ante los ataques que han realizado en la región kurda de Rojava en Siria.
En octubre de 2017 el presidente Erdogan manifestó que Turquía ya no necesitaba de la Unión Europea, sino que ha buscado un posicionamiento más favorable en la región del Medio Oriente como competidor y líder regional, promocionándose además como líderes del mundo musulmán, entrando en clara puja contra Arabia Saudita que es el administrador actual de los santuarios más sagrados del Islam; Meca y Medina, y en enfrentamientos verbales contra Israel por ser quien administra la zona de Jerusalén donde se ubica el Domo de la Roca (El noble santuario), tercer lugar de importancia religiosa para el islam.
Todo este comportamiento de empoderamiento se ha visto con mayor fuerza durante su discurso a principios de julio cuando comenzaba su nuevo período de gobierno; el primero de Turquía bajo el sistema presidencialista, donde proclamaba el cambio de este nuevo régimen y un empuje del país hacia un nuevo liderazgo regional. Esta nueva realidad ha permitido a Erdogan nombrar a su yerno Berat Albayrak como nuevo ministro de Finanzas, dejando un claro mensaje que no está por un período más sino para crear una dinastía de mucho tiempo.
Desde el intento de golpe de Estado el 15 de julio de 2016, la política exterior de Turquía ha sufrido cambios significativos. Primero porque el Gobierno de Erdogan acusó a Occidente de haber gestado este movimiento golpista para imponer a un grupo opositor dirigido por el disidente político (y religioso) Fethullah Gülen, quien se encuentra exiliado en Estados Unidos desde 1999, por lo que también el gobierno turco tensó sus relaciones con la administración Obama, señalándolo de patrocinar la inestabilidad de Turquía.
Analistas de diferentes posiciones, señalarían que el golpe contra Erdogan se trataría de un False Flag que le ayudaría a promover reformas que le brindará más poder del que ya posee. Dándole además la posibilidad de que aún y siendo presidente pueda tener afiliación con un partido político; algo que anteriormente no estaba permitido para evitar «favoritismo» y «nepotismo».
En el caso de Erdogan, se trata de regresar a dirigir los destinos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) que se autodenominan como islamodemócratas, una especie de socialismo religioso, similar al socialcristianismo en Europa, aunque desde la llegada de Erdogan ha tenido reformas religiosas muy importantes. El dominio del presidente turco a través de AKP le podría asegurar no solo la continuidad del gobierno actual, sino eventualmente la potestad para que dicho partido pueda designar a un «heredero» al puesto máximo del país, ya que desde las reformas planteadas se suprimió la figura del primer ministro como elemento político y se le dieron plenas facultades al presidente que es por lo general una figura representativa, lo que le permite imponer agenda sobre la designación de puestos políticos, decretos que son leyes nacionales y una influencia sobre el sistema judicial, restando además la separación de los poderes del Estado.
Estos cambios finalmente traen como consecuencia no solo que políticamente Turquía se esté alejando de las posiciones pro Occidentales y de la poliarquía democrática (si es que lo fue en algún momento), sino que también porque se ha acercado en los últimos meses con mayor fuerza al gobierno ruso, con quienes tienen negociaciones económicas, y cooperación de diversa índole incluyendo militar y estratégica, permitiendo accesos a través del mar Negro, por el mar de Mármara hasta llegar al Mediterráneo donde los rusos tienen la importante base de Tartus (Siria).
Por su parte, el Gobierno de Ankara ha fortalecido los lazos con el gobierno de Teherán, lo que les ha permitido un intercambio comercial muy fuerte, principalmente la negociación de hidrocarburos provenientes de Irán hacia Turquía de varios miles de millones de dólares, y que se ha visto afectado por la decisión del gobierno de Donald Trump de devolver las sanciones contra los iraníes, lo que impacta directamente en el comercio de gas, del cual los turcos son altamente dependientes.
También las tensas relaciones entre los turcos y otras potencias regionales agregan una sazón al gobierno de Erdogan. En marzo de 2018 el príncipe heredero de Arabia Saudita, señalaba a Turquía como parte del triángulo del mal, aunque las tensiones no han llegado más allá.
De igual forma, las relaciones entre el Gobierno turco y el israelí no podrían estar peor. Primero por la salida de diplomáticos de un país y del otro, y después porque la situación en Gaza tensa más las desteñidas relaciones entre ambos Gobiernos, añadiendo que en diciembre de 2017 se dio una cumbre de países islámicos para reprochar la decisión de Estados Unidos de movilizar su embajada hacia Jerusalén, colocándose Erdogan en el «líder del mundo musulmán», imagen que ha querido vender al mundo islámico y lo que ha llevado que algunos analistas lo cataloguen como impulsor de un nuevo Neo Otomanismo.
Lo anterior se ve con mayor claridad después de escuchar el discurso populista de Erdogan durante la juramentación hacia su nuevo período presidencial (el primero del nuevo sistema político turco) y que destacara que entre los asistentes a la juramentación no había líderes de países occidentales sino una gran cantidad de líderes de países balcánicos, ante lo cual el Gobierno turco pretende levantarse con el estandarte de máximo representante de esa región neurálgica del planeta y por otro lado, destacó la presencia de líderes de países africanos hacia donde según los últimos informes, Turquía está apuntando para ampliar sus zonas de influencia, ubicando una importante base militar en Somalia, firmando acuerdos de cooperación con Sudán e influenciando en la situación interna de Libia, entre otras acciones.
Estas actividades principalmente en esas áreas africanas tensan las relaciones con países importantes como Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, quienes reconocen estas zonas como parte de su influencia. Y en el caso egipcio, la presencia cada vez más evidente del gobierno de Erdogan en la política interna palestina, al punto que hay ciertos guiños políticos de los líderes en la Franja de Gaza con el Gobierno de Ankara.
Debe quedar en claro como lo han dicho diversos analistas, Turquía ya no es aliado de Occidente, mantener una política light con sus acciones no benefician en nada la agenda política de las principales potencias occidentales, sino que por el contrario permite que se empodere con mayor fuerza en Medio Oriente, adquiera más facilidades de otros Gobiernos de la región que le brinden esa ¯«representatividad» a este nuevo modelo impuesto por Erdogan.
A esto se debe asociar que el gobierno de Ankara podría convertirse en la puerta de entrada de otros gobiernos que son competidores o enemigos occidentales en la región, por lo que no hay confianza con Turquía, y debería ser tratado como la entidad política que causa inestabilidad y foco de una eventual crisis mucho mayor. Erdogan ha declarado entre dientes que occidente es su enemigo y los Gobiernos occidentales deberían tratarlo como tal.