A la hora de escribir estas líneas, Daniel Ortega y sus grupos paramilitares han matado más de 350 personas, la mayoría jóvenes estudiantes, sangre de su propio pueblo. Hay miles de heridos y la represión se extiende por toda Nicaragua. Se ha convertido en una copia siniestra del mismo Anastasio Somoza. Sin embargo, su fin no está lejano.
Hace apenas seis meses, todo el mundo creía que él y Rosario Murillo habían montado la «dictadura perfecta y eterna» en alianza con los empresarios y la iglesia, una colusión interesada y antidemocrática pero muy poderosa. Incluso sus más acérrimos adversarios veían difícil su caída. Los denostados «árboles de la vida» campeaban sobre Managua como un curioso signo de impunidad surreal. Sin embargo, hoy el castillo de naipe se deshace. La razón es que una nueva generación de muchachos entre 16 a 24 años (para los cuales la Revolución Sandinista de 1979 pertenece a la prehistoria) introdujo un cambio en el estado de cosas que ha inflamado al resto de la población.
Este factor de cambio tiene una explicación científica y permite entender casi todas las transiciones sociales en el mundo. Basta que más de un 10% de una sociedad crea en algo firmemente para que esa creencia se convierta en la idea predominante. Será capaz de hacer un cambio de paradigma. La cifra mágica es el 10%, y luego opera el abracadabra. En virtud de un crecimiento exponencial, se convertirá en una idea poderosa y nueva y la mayoría de la gente lo seguirá. Eso fue lo que sucedió en Nicaragua el pasado abril. Ese 10% que creía posible un cambio (muchachos jóvenes, educados, sin trabajo, conectados con el resto del planeta por las redes sociales y el internet) están imaginando un país distinto, se echaron a la calle y todo se convirtió rápidamente en 80% o más de la sociedad que hoy se opone a Ortega y exige su salida. El impuesto a las pensiones fue nada más el detonante.
Un grupo de científicos del Social Cognitive Network Academic Research Center (SCNARC) del Reensselaer Polytechnic Institute –después de estudios de cálculo estadístico y computacional aplicados a casos reales e históricos de distintos lugares del mundo– llegaron a la conclusión que la Primavera Árabe de hace 8 años, en Túnez, Egipto, Libia y el resto del África Mediterránea, fue justamente resultado de la consolidación inicial de un grupo de ciudadanos que, al alcanzar el 10%, fueron capaces de que sus convicciones de cambio social se extendieran rápidamente, como el fuego en un bosque.
Un fenómeno similar se dio en la antigua URSS y la vieja Europa del Este. Los seguidores del glasnost y de la perestroika eran pocos al inicio. Sin embargo, cuando fueron más del 10%, operó el mismo fenómeno. Las viejas estructuras estalinistas empezaron caer como castillos de naipes de la noche a la mañana. Todavía se recuerda con asombro y perplejidad la rapidez de esos cambios que se dieron en aquel mítico año 1989, y cómo Gobiernos que parecían de granito y de acero se empezaron a derrumbar como construcciones de aire y de papel. Fue la fuerza de las ideas.
Los resultados de esta investigación fueron divulgados en el 2012 por el Social consensus through the influence of committed minorities («Consenso social a través de la influencia de minorías comprometidas»), publicado en el Journal Physical Review E. Básicamente se necesita que la idea sea sólida, un hard belief.
Y que un 10% de la sociedad se comprometa con ella para que todo empiece a operar. El 90% restante, quien tiende siempre al conservadurismo (una de las condiciones naturales de lo sujetos sociales, de acuerdo a este y otros estudios), de repente se inflama con las nuevas ideas. Esto es lo que ha sucedido en Nicaragua. No hay marcha atrás. El único factor que hace falta es que el Ejército le dé la espalda. En este momento, la mayoría del pueblo esta tirado a la calle. A pesar de la agresión de Daniel Ortega contra su propio pueblo, de los casi 350 muertos y miles de heridos (y justamente por ello), el proceso del cambio esta sellado. Sucederá, más tarde o más temprano.