Cuando la percepción sobre cierta libertad en la práctica del sexo fue aceptada en sociedades occidentales se produjo el surgimiento del porno como una respuesta al auge de la prostitución, que buscaba otras vías de expansión del negocio. Aun así, el análisis que se hace sobre ese evento aún hoy día es que fue algo positivo, incluso a nivel sociológico.
No es que hubieran inventado el fuego, ya que el erotismo existía como parte del mundo aristocrático y elitista desde hacía mucho y también se dejaba ver a través del arte con la excusa del arte. Pero esta pornografía en videos, en imágenes explícitas, enseñaba al mundo cómo se tenía que practicar el sexo, y en los países donde más represión sexual habían tenido era la única manera de acceder a ese conocimiento dejado en manos de la intuición.
Pero la pornografía no es un modelo de la variedad saludable de sexo que se puede practicar, no aporta nada que no llevara escrito cientos y cientos de años en el Kama Sutra, no tiene ni por asomo ningún componente por el que se le pueda considerar didáctico, pero aun así enseña, como una expectativa, una profecía autocumplida. La vida adaptándose al porno y no al contrario...
Esto es todo una cuestión de oferta y demanda. Un producto que no era demandado por nadie, al ser creado parece convertirse en la piedra angular sobre la que se construye el concepto entero de la sexualidad actual. Se tiene la idea de que la pornografía ha abierto los ojos y las piernas a una sociedad adormecida en sus propios tabúes, pero no puede dejar de ser un tabú porque dejaría de ser excitante. Algunos directamente agradecen a la industria pornográfica el haber enseñado a las mujeres a practicar felaciones, pero ¿qué ha enseñado a los hombres?
La industria, en general, sin nombrar a algunas películas pretenciosamente autodenominadas como porno para mujeres, es una industria pensada, dirigida y planteada por hombres, y exclusivamente para hombre, pero si nada cambia en la manera en que se presenta, no es una industria que pueda perdurar. Si se hiciera el mismo porno ahora que en los años 70 no se habría convertido en el gigante que supone el 20% del contenido total de internet a nivel mundial. Quiero decir que el porno tiene como intención el ir más allá de lo que la sociedad le pide y se retroalimenta del machismo implícito como parte de la cultura patriarcal que expone.
Pongamos por ejemplo un tipo de porno surgido hace ya unos años, pero que está ahora muy de moda, el llamado gang bang, que consiste básicamente en que un grupo de hombres viola a una mujer, a veces es una violación fingida y pactada antes de empezar la escena, pero muchas otras veces no lo es. Como cuenta la ex estrella porno Regan Starr:
«Me dieron una puta paliza (...), la mayoría de las chicas comienzan a llorar porque les duele demasiado (...) no podía respirar. Estaba siendo golpeada y estrangulada. Estaba muy alterada y ellos no paraban. Seguían grabando, les pedí que la apagaran y ellos continuaron».
Esta actriz, junto a Luben, y otras muchas ex actrices porno, están empezando a denunciar el abuso y las violaciones aportando los videos de las grabaciones que después no aparecen en el resultado final de las películas, donde se las ve llorar, gritar, ser amenazadas, incluso a punta de pistola. Hay una necesidad creada de ver y también de ejercer la violencia, la dominación total sobre las mujeres, para obtener la excitación sexual, lo que lleva a ver a las mujeres como objetos que están para satisfacer deseos, sean los que sean, y ya la pornografía se encargará de inculcar la idea de que la mujer disfruta aunque llore, como dije que pasaría en mi anterior artículo publicado después de la sentencia en el juicio de la manada , mientras se producen violaciones grupales cada vez con más frecuencia.
Pero no importa, porque como nos creemos cualquier cosa que esté pasada por el filtro del marketing, pues realmente vemos el porno como un mundo glamuroso incluso, entretenimiento legítimo, donde la gente participa libremente y, sobre todo, disfrutando, siempre disfrutando, y como están siempre disfrutando, cualquier juez español, por ejemplo, podría creer ver una escena porno, cuando en realidad está viendo una violación. Esa es la expectativa con la que trabaja la sociedad, donde la liberación sexual y social de la mujer pasa por consumir porno igual que un hombre, cuando en realidad esa supuesta liberación que se produce cuando una mujer ve porno es una forma velada que tiene el patriarcado más sutil para que aprendan a dejarse sodomizar, estrangular, a dejarse tratar como un trapo al que le gusta recibir el semen en la cara y transformar el simbolismo de humillación en algo no tan descabellado, algo que poner en práctica, algo que dejarse hacer en la intimidad de la pareja... y cuando es demasiado extremo se acude a la prostitución, que es la otra cara de la moneda de la pornografía. El 80% de las prostitutas que consiguen salir vivas de ese mundo, relatan que los clientes vienen ya de casa con el video porno en el móvil para enseñarles con exactitud lo que quieren practicar con, en, desde o sobre ellas.
Para que no cale esa visión real y asquerosa de lo que realmente supone el porno, pues se ponen a la vista pública las figuras más mediáticas, las que ganan más dinero y así se puede dar la idea de que el resto del mundo de la pornografía es igual. Como la actriz porno Amanda Miller, que se pasea por los platós de decenas de programas de televisión hablando de las maravillas de ver y, sobre todo, de hacer porno, y de cómo ella quiere cambiar la pornografía desde dentro, y de cómo quiere transformar todo esto en una industria ética, bla, bla, bla... Al hablar parece que en cualquier momento sea capaz de decir «porque sin porno no hay feminismo» o alguna estupidez de ese estilo, porque verborrea vacía tiene para aburrir al medio de comunicación que se ponga por delante. Si os fijáis, la mayoría de las veces que se ve a esta chica en la tele es una entrevista que le hace un hombre en un programa con colaboradores en su mayoría hombres, que la dejan hablar, decir sus cuatro cosas para que esos hombres no sientan que están haciendo algo oscuro al ver porno en el trabajo, y de paso se la puedan imaginar desnuda al entrevistarla.
Y todo eso no es más que la cara menos invisible.
En 2011, una pareja en Missouri, Estados Unidos, fue sentenciada por obligar a su hija, la cual tenía retraso mental, a hacer películas porno y sesiones fotográficas. La golpearon, ahogaron, humillaron, mutilaron y estrangularon hasta que se dejó hacer y aceptó. Aunque se pueda ver como algo que ocurre en un rincón del planeta y nadie se entera, casi anecdótico, precisamente, una de las fotos de esas sesiones forzadas acabó siendo portada de una de las revistas de contenido pornográfico más exitosas de EEUU, Hustler Magazine, comprada por millones de personas que se masturbaron pensando que esa chica estaba ahí por ser traviesilla y gustarle enseñar sus partes íntimas. El problema que se me plantea a mí, es que hoy en día muchos se excitarían precisamente al saber que está siendo obligada. Pero estos casos son los más sonados, los que tienen consecuencias en algún juicio que se hace público, aunque el mundo de la pornografía está en su mayoría inundado por relaciones de semiesclavitud y coacción.
Una cosa es bien cierta, y es que se ha generalizado tanto que es «lo normal». Me pondré de ejemplo para decir que casi nadie cree que un hombre joven, o parcialmente joven, no vea porno. Cuando sale el tema en una reunión y digo mi realidad, que no veo ni películas ni fotografías porno, que en mi portátil jamás ha entrado un solo mega de porno, ni ha habido una sola página porno abierta y que la única búsqueda relacionada con el tema que he hecho ha sido para realizar este artículo, creen que lo digo como una proyección de mi propia deseabilidad social, como si al decir algo así, lo que estuviera haciendo fuera mentir para crear una imagen distorsionada de mí mismo, algo que usar, de lo que vacilar... es absurdo.
La crítica a la pornografía ha estado siempre asociada a la religiosidad, ya que los grupos religiosos son los que tradicionalmente han lanzado más llamas a ese mundo, pero era una crítica basada en lo que se esperaba de ellos, que reniegan sus propios deseos, convirtiéndose los creyentes así después en los peores y más peligrosos pervertidos. Mi crítica no se basa en negar que me pueda excitar viendo alguna imagen, o que no fuera a disfrutar viendo alguna escena de una película, pero es una decisión personal, casi un activismo individual si se quiere, yo no voy por ahí diciendo a la gente que no vea porno, me dan pena, eso sí, la pena más profunda que la condescendencia me pueda permitir, pero no disuado a nadie. Si alguien cree que tiene una personalidad definida por el tipo de porno que tiene en sus páginas de Favoritos, entonces, es un caso perdido como tantos.
Al fin y al cabo, la pornografía no es más que una escuela de violadores.