No voy a negarlo, soy venezolano y me cuesta entender a mis compatriotas. Muchas veces me percibo como un extranjero en su tierra, y la razón no es lo que muchos científicos sociales dicen sobre las élites de Iberoamérica: que no se identifican con las mayorías sino con Estados Unidos. No creo que sea eso porque no me considero parte de ninguna élite y tengo mis «diferencias» con la potencia del Norte. Tampoco caigo en aquella cantinela del desprecio por lo popular como causante de nuestras desgracias. Creo que la respuesta de esta «sensación» está en mi deseo de comprender a mi país, en el intento de racionalizar lo que muchos ven como normal, y en el no aceptar el mal como bien; pero especialmente es porque no me conformo con lo que hemos logrado. Siempre pensaré que merecemos ser modernos, ser distintos al fracaso que he vivido junto a mi sociedad desde que fui consciente de lo político por allá a principios de los ochenta.
Muy probablemente este sea otro rasgo, el cual compartimos junto con otros con nuestra civilización iberoamericana: somos una forma de ser occidentales pero a medio terminar y de allí nuestra frustración. A continuación enumeraremos las 10 características que consideramos la esencia de la venezolanidad, es decir, lo que combinado nos hace distintos de otras naciones. Es una tarea que requiere constante revisión y reformulaciones, por lo que no la consideramos una lista definitiva.
Mestizos, pero culturalmente con el predominio de la forma de ser occidental que desarrolló España en la Edad Moderna en el proceso de construcción de su Imperio en América. El mestizaje muchas veces ha tendido a cierto grado de no aceptación de sí mismo, cierto resentimiento, por el racismo como criterio de estratificación social predominante por más de 300 años de nuestra historia.
Algo caóticos, porque nuestra racionalidad debe ser compartida con un alto grado de pasión y emotividad (¿mestizaje cultural?), por no hablar de un pensamiento mítico. No logramos ver los beneficios de asumir una íntima relación entre medios y fines, por no hablar de otro rasgo que fortalece esta tendencia que es nuestra peculiar relación con la ley y que veremos en adelante.
La ley es vista como castigo y no como promotora de un orden que nos beneficie. Es así como hay un desapego a la ley porque tendemos a verla como un obstáculo para el logro de nuestras metas individuales y más aún cuando los gobernantes tradicionalmente no las han respetado, la famosa frase de «se acata pero no se cumple». Esto promueve el desorden y la corrupción. Muy probablemente no hemos logrado romper con el círculo vicioso que por esta cultura de desapego hacemos la ley mucho más rígida y esto favorece el deseo de su irrespeto o la dificultad de su cumplimiento.
Católicos sincréticos, a pesar del crecimiento de los grupos evangélicos en las últimas décadas en Iberoamérica, nuestra cultura tiene como centro la catolicidad y por ello la valoración del amor expresado fundamentalmente en la familia o la «tribu» (entendiendo por tal al grupo de amigos o colegas con los cuales encontramos apoyos), sin duda por encima de la identidad nacional. Pero también la religión más allá del libro (Ia Biblia), inspirado por esto en las tradiciones y cierta institucionalidad (la Iglesia).
Personalismo por encima de las instituciones, de modo que la voluntad de la autoridad se impone por encima de las reglas de las organizaciones. Se valora más al líder, al jefe, al que manda; que a la institución; su origen está en el conquistador. Se tiende por ello a cierta mentalidad y poder con rasgos semifeudales.
Culto al hombre fuerte que por medio de la violencia se impone a los demás. La prueba de ello está en nuestro siglo XIX dominado por los caudillos y el siglo XX donde los militares ejercieron un control pretoriano del poder. Acá se puede explicar nuestro machismo y la tradición autoritaria.
Igualitarios, que es distinto a creer en la justicia, por lo que tendemos a protestar en caso que no nos den lo mismo que le ofrecen a los demás, así el otro se lo merezca más que nosotros mismos.
Rentistas: desde que el petróleo se hizo el protagonista de nuestra economía (cosa de cien años), se ha impuesto un rentismo que ha llevado a la desvalorización del trabajo y a ver el Estado como el que está obligado a proveernos de bienes.
«Democracia respondona» (concepto que una vez se lo escuché al politólogo Humberto Njaim QEPD), de igual forma desde hace cien años se ha ido desarrollando nuestra democracia, pero que ha tendido más a la queja ante el Estado que a la conformación de ciudadanos que participen en política.
Alegres («fiesteros», «rumberos»), porque siempre encontramos una razón para celebrar y hacemos de la tragedia un chiste, quizás por ello muchos no nos tomen en serio.
Un decálogo que es un primer borrador de lo que he ido comprendiendo como los diversos rasgos dominantes en nuestra historia como pueblo, si es que se puede hablar de ello, por no decir que existen varias formas de ser venezolano; pero en esas formas estos 10 elementos tienden a tener un peso importante. Lo positivo es que todos ellos poseen un gran potencial para lograr la meta de ser modernos, pero seguramente a la manera venezolana.