La serie realizada durante la residencia en Nectar establece una conexión íntima entre entorno, proceso y espectador. Las pinceladas uidas y sensuales –fusión del negro característico de la tinta sumi-e y la paleta cromática brillante de las acuarelas occidentales– reverberan la naturaleza del Parque Natural de Las Guilleries –sus montañas, sus árboles, sus hojas, sus rocas, también el agua, el sonido o la temperatura– para llevarnos a un momento de contemplación y armonía. Los pictogramas, que recuerdan cuerpos femeninos y masculinos, revelan el carácter dual de la cosmovisión oriental, el yin y el yang.
Nacida en Japón y radicada en Estados Unidos desde hace casi dos décadas, el doble background la ha llevado a situar como uno de sus centros de interés la combinación del acervo del lugar de procedencia con la cultura del país adoptivo.
Aki Hoshihara se formó como calígrafa según el método tradicional de los 5 a los 17 años. Habilidad manual cultivada con esfuerzo, disciplina y constancia, la caligrafía es, además de un modo de entender el mundo que pone en relación el lenguaje con la estética, un ejercicio espiritual. El calígrafo debe ejecutar la pincelada en un único movimiento, sin titubeos. Esta precisión gestual sólo es posible cuando se alcanza el mushin (“mente sin mente”), estado meditativo en el que los movimientos uyen libremente. Las obras de Hoshihara traducen entonces las energías del ki y el chi en un momento concreto. Las texturas, colores y formas que vemos sólo podían emerger en ese tiempo y en ese lugar.