Una granada estalla entre dos soldados de un bando que no importa diferenciar para este ejemplo. Uno de los afectados sale ileso del estallido, el otro se encuentra inconsciente tirado a un lado del camino. Su compañero se acerca para ver que aún esta vivo aunque le falta medio brazo y sangra copiosamente, por lo que grita desesperado a sus compañeros cercanos en la retaguardia: «¡Un doctor, doctor!».
Un médico de combate es más que un soldado, ya que a veces debe tomar las armas para defenderse. Lógicamente su trabajo principal es salvar en lo posible las vidas de sus compañeros durante o después del fragor de la batalla. Generalmente es el combatiente más requerido cuando ocurren heridos y existen desde las guerras napoleónicas. Internacionalmente usan en el antebrazo una banda blanca con una cruz roja, la cual generalmente es respetada por bandos contrarios. A partir de 1939 han logrado tasas de supervivencia superiores al 85%. Oriundos de nuestro país, tres personajes contribuyeron en los dos mas grandes conflictos del mundo.
Diego Carbonell Espinal nació en el pueblo sucrense de Cariaco el 13 de noviembre de 1884. Estudió bachillerato en Cumana y se graduó de médico en la Universidad Central de Venezuela en 1910. Se fue a Francia al año siguiente para una especialización, en Paris hizo amistad con Rubén Darío y estando en Francia se encuentra con la Primera Guerra Mundial. Se ofrece de voluntario en la Cruz Roja, de donde no disponemos de detalles precisos sobre su estadía, pero sí sabemos que transcurrió tres años de la Gran Guerra trabajando para la Santé Française donde fue condecorado con la Legión de Honor e incluso fue cónsul venezolano en Paris hasta su retorno a Venezuela en 1916. En San Cristóbal funda una clínica y en Mérida se hace rector de la Universidad de los Andes. En 1921 se retira de la medicina, pero en 1924 también fue rector de la UCV. También fue diputado al Congreso Nacional entre 1943 y 1944 por su estado natal. Murió en Caracas el 13 de junio de 1945. Actualmente la ULA otorga una orden que lleva su nombre. Cuando subimos al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) en los altos mirandinos es uno de los retratados en las reseñas de la vía.
En ese conflicto y por el lado francés también lucho de un modo particular el valenciano Enrique Tejera Guevara quien nació en esa ciudad el 5 de noviembre de 1889. Desde joven como dirigente estudiantil en 1912 se mete en algunos problemas con el régimen de Gómez, eso no le impide al año siguiente ganar una mención como investigador aficionado a la medicina, artículo que se publica en la Gaceta Médica. Sigue escalando en su carrera y para recibir el Premio Vargas de la Academia de Medicina usa un seudónimo, ya que aún no se había graduado. Igualmente continúan sus problemas políticos lo que lo hace exiliarse en Paris en pleno 1917 (penúltimo año de la Gran Guerra), allí para su sorpresa le asignan conducir una ambulancia. Ante sus argumentos de que será más útil como doctor, le indican que están escasos de chóferes y él sabe manejar muy bien. Ciertamente le tocó transitar en una típica ambulancia de época con delgadas ruedas por aquellos caminos escasamente pavimentados y en la mayoría de los casos enlodados trechos cercanos a las trincheras de combate para sacar los heridos. Regresa a Venezuela al terminar el conflicto y finalmente se recibe como cirujano. Trabaja primero para la Caribbean Petroleum Company en el Campo de La Horqueta en la Sierra de Perijá. Desde allí continúa sus investigaciones y de nuevo gana el premio Vargas, que esta vez sí le es dado a su nombre en 1919. Siguieron 61 años de vida como doctor, investigador, político, embajador venezolano en Bélgica (1936-39) y Uruguay (1943-45), y gobernador de su estado natal. Murió en Caracas el 28 de noviembre de 1980. El gobierno francés lo tiene como uno de sus Legionarios de Honor. Igualmente es otro de los científicos retratados en el IVIC.
Finalmente, el otro caso menos conocido es el de Giuseppe Mendoza, un caraqueño hijo de inmigrantes italianos quien nació en 1915. Giuseppe sintió la pasión de la medicina y se fue a estudiar a Génova. Regresó graduado a Venezuela en 1940 y al poco tiempo recibió el llamado de voluntarios, aunque podía ser exceptuado por ser ciudadano extranjero. Luchando del lado fascista en la División Alpina como Subteniente Medico es enviado a la Unión Soviética para asistir a los soldados en ese gélido frente. Mussolini había acordado respaldar el esfuerzo alemán de la invasión a Rusia en 1941 enviando tropas y equipos. Luego de los comandantes de pelotón, para los francotiradores rusos el segundo objetivo más buscado eran los médicos de combate. Mendoza se mantuvo curando heridos en el frente oriental en penosas y largas marchas. Cuando su división cruzaba el río Don para la retirada entre el 17 y 26 de enero de 1943 fue capturado por los soviéticos. Murió en marzo de ese año atendiendo otros prisioneros de una compañía ya carente de oficiales, medicinas adecuadas y sin esperanza alguna. Recibió póstumamente la Medalla de Oro Italiana al Valor Militar, la más alta distinción castrense de ese país. La citación reza: «Elevado espíritu de abnegación y servicio a pesar de las circunstancias». En Génova, una Vía lleva el nombre de este venezolano.
Para esta reseña agradezco la presentación e información sobre estos personajes a la Sra. Juli Carbonell y mi amigo el Ing. Dario Silva.