En Chile recién comienzan los estudios relativos al impacto de los cambios tecnológicos sobre las ocupaciones futuras. En los países avanzados esta materia ha adquirido mucho vuelo. Se estima que entre 25 y 50% de los empleos actuales serán desplazados en los próximos 20 o 30 años. ¿Cómo enfrentar este tsunami?
Recientemente asistí a un debate en el Center For Strategic and International Studies de Washington con expertos norteamericanos y un ministro danés. Los expertos precisaron varios puntos. Las proyecciones han creado un ambiente de temor. Se advierte un recelo hacia el cambio tecnológico. Hasta se atribuye el resultado de las últimas elecciones de Estados Unidos a la fractura social generada por una globalización, que deja atrás a personas con bajo nivel educacional. La evidencia también revela que si bien los avances tecnológicos elevan la calidad de vida de todos, generan una creciente desigualdad.
Ante los escenarios futuros, los expertos coinciden en priorizar tres iniciativas:
a) establecer políticas públicas potentes que alienten la innovación y al mismo tiempo incrementen la cohesión social. La desigualdad no se puede atribuir a las tecnologías. Ellas son neutras. Depende de si los gobiernos implementan medidas potentes para contrarrestar la desigualdad;
b) elevar la inversión en investigación científica tecnológica e innovación, determinante para la creación de nuevos trabajos;
c) redoblar los esfuerzos en formación, a fin de reducir la desigualdad de las habilidades entre personas. Si la desigualdad surge de las disparidades en los niveles educacionales y técnicos, su superación requiere reducir esa brecha, y por tanto incrementar sustancialmente la oferta de aprendizajes durante toda la vida.
Un experto norteamericano precisó que Estados Unidos no dispone de capacidad formativa suficiente para encarar la obsolescencia de trabajos rutinarios, especialmente de personas que se hallan a mitad de sus carreras. Las empresas tienden a formar para el trabajo actual pero no quieren invertir en trabajo futuro. Otro experto indicó que se necesita una gran oferta de cursos de 12 a 15 semanas, para atender la nueva demanda de reconversión; no sirven los de uno o dos años.
La experiencia de Dinamarca resultó ser más atractiva. El ministro de Economía de ese país mencionó que ellos decidieron coordinar a empresas, universidades, trabajadores y gobierno para mejorar resultados. Para ello crearon un Comité de Disrupción que reúne a los distintos actores para recoger experiencias y diseñar políticas eficaces. Su objetivo es recapacitar a los que han perdido o pueden perder su empleo por obsolescencia, adiestrarlos para nuevas actividades y sostener al trabajador y su familia durante esa transición.
Chile debe apurar el tranco. Nuestro nivel de inversión en tecnología es bajísimo, los esfuerzos para habilitar en tecnologías digitales, robótica, inteligencia artificial son incipientes. La experiencia danesa nos puede servir para acortar los tiempos.