Los chibchas, o muiscas, confederación de tribus prehispánicas de las zonas altas andinas de la actual Colombia, iniciaban a cada nuevo jefe cubriéndolo con polvo de oro. Era luego purificado sumergiéndolo en las aguas del lago Guatavita. Ofrendas de oro, esmeraldas y objetos de valor eran entonces lanzadas al lago. Varios exploradores españoles, visitantes del nuevo mundo a comienzos del siglo XVI, escucharon sobre este rito. Luego lo contarían en sus respectivos anecdotarios al regresar a España. Así nace la leyenda de «El Dorado», referida originalmente a un «hombre dorado».
Tiempo e imaginación transforman la historia de El Dorado en «una ciudad dorada», a orillas de un lago. Esta mítica ciudad fascinaría a muchos. La riqueza fácil los motivaría a dirigirse al nuevo mundo, con fatales consecuencias en muchos casos.
Aunque los primeros buscadores de El Dorado dirigieron sus esfuerzos hacia la región andina entre Colombia y Perú, cuna de chibchas e incas, otros buscaron en diferentes regiones del nuevo mundo. Entre estos estaba el español Antonio de Berrio (1527-1597), quien en 1584 se propuso encontrar El Dorado entrando por el Río Orinoco. Lo estimuló la historia de Juan Martínez, aparentemente Juan Martín de Albújar, quien formó parte de la expedición de Pedro de Silva en 1570. Según Martínez, lo capturaron indígenas caribes del bajo Orinoco, quienes lo llevaron vendado hasta la ciudad dorada, pudo ver maravillas, pero logró escapar. Desafortunadamente, no recordaba cómo regresar. Berrío intentó encontrar la ciudad, pero en sus varios intentos fue repelido por indígenas hostiles. Así gastó su fortuna.
La ciudad de El Dorado también despertó la curiosidad de Walter Ralegh (c. 1554-1618), quien decidió buscarla en 1595. Capturó a Berrío en Trinidad mientras esperaba refuerzos y dinero para una nueva incursión al Orinoco. Por supuesto, el intento de encontrar El Dorado y el lago Manoa por Ralegh fue infructuoso. Su viaje por el Orinoco lo plasma en el libro The Discoverie of the large, rich and beautiful empyre of Guiana. Allí menciona haber visto una «mountain of crystal» y escuchado un «terrible noise and clamour, as if one thousand great bells were knocked one against another». Comentarios que motivaron a algunos a pensar que Ralegh encontró el tepuy Roraima y pudo estar frente al Salto Ángel. Ambas afirmaciones absolutamente improbables. Su diario de viaje, sin embargo, es entretenido, aunque sea la historia de una descabellada expedición, adornada de una tremenda imaginación.
Pero el Orinoco es así, inspiración de exploradores y aventureros, algunos de los cuales lograron surcarlo hasta el Casiquiare. Canal que toma aguas del Orinoco al sureste del Tepuy Duida y luego de recibir las del Siapa, el Pasiba y el Pasimoni, las lleva hasta el Río Negro, el cual afluye al Amazonas. Según el blog La bitácora de Humboldt, en el Casiquiare
«Habitualmente la dirección del agua es Orinoco-Amazonas, pero cuando este último baja más crecido, el flujo es a la inversa. La explicación hidrogeológica a tan extraño fenómeno viene dada por el escaso desnivel de los territorios por los que circula el Casiquiare - de menos de 3 mm por kilómetro- y por la más que incierta divisoria de aguas entre ambas cuencas, que no es sino una vasta planicie repleta de zonas inundadas».
Esta comunicación entre ambas cuencas hidrográficas era conocida entre los indígenas de la región. Lope de Aguirre (1510-1561), la Ira de Dios, comentó haber encontrado un canal que unía al Amazonas con el Orinoco, motivando la incredulidad de muchos. El misionero Manuel Román describe en 1742 como unos portugueses viajaron por vía fluvial desde Gran Pará hasta el Orinoco. La Real Expedición del Orinoco de 1755 reconocerá finalmente su existencia. Alejandro de Humboldt (1769-1859) el más grande naturalista de finales del siglo XVIII y principios del XIX, lo exploraría y describiría en detalle luego de surcarlo en 1800. Cincuenta años más tarde lo navegaría Alfred Russel Wallace (1823-1913), proponente, junto a Charles Darwin (1809-1882), de la teoría de la evolución por selección natural.
Wallace, naturalista, explorador, geógrafo, antropólogo y biólogo inglés, nació en Llanbadoc, cerca de Usk, en Gales. Fue el octavo de nueve hijos de Thomas Vere Wallace, quien aunque estudió para ser abogado, terminó siendo bibliotecario en Hertford, cerca de Londres, y Mary Ann Greenell, miembro de una familia de clase media. El Señor Wallace, para 1835, debido a malas inversiones dejó a la familia sin medios económicos, motivando, entre otras cosas, que el joven Alfred terminara demasiado pronto sus estudios formales en 1836.
«[as an infant] I was sent to a school in Essex, with … half a dozen boys and girls my own age. [...].
» My next recollections are of … Hertford, … where I received the whole of my school education».
El hermano mayor, William, fundó una empresa topográfica. El joven Alfred iría a vivir con él, trabajaría como agrimensor. El trabajo de campo despertó su interés por la historia natural. Al decaer los trabajos, Alfred renuncia. Lo contrata el Collegiate School de Leicester para enseñar Dibujo, Cartografía y Agrimensura. Su acceso a la biblioteca, le permitiría estudiar los títulos más recientes de ciencias naturales.
En 1844, Wallace conocerá a Henry Walter Bates (1825-1892), quién aunque joven, era ya reconocido como estudioso de insectos y había publicado en el Zoologist.
En febrero de 1845 muere William, Alfred retorna a la empresa junto a su hermano John, encargándose de un proyecto relacionado con la vía de trenes de Neath. Dicta algunas charlas sobre ciencia e ingeniería en el Mechanic’s Institute de Neath y es nombrado curador del Museo del Neath’s Philosophical and Literary Institute.
Aún interesado en las ciencias naturales, se corresponde frecuentemente con Bates. Lee Principles of Geology de Charles Lyell (1797-1875) quien habla de cambios a largo plazo en geología, y como pueden ser afectados por procesos lentos, de larga duración. También lee Vestiges of the Natural History of Creation de Robert Chambers (1802-1871) (aunque publicado anónimamente, debido a lo controversial del tema), en el cual se discute la falacia tanto del Creacionismo como del Lamarckismo, para explicar la existencia del sistema solar, la tierra y la diversidad de especies. Estos trabajos siembran la semilla para poder plantear y aceptar los conceptos de la evolución por venir.
Leer Voyage of the Beagle de Darwin, despertaría su admiración y curiosidad por la exploración de nuevos mundos. El libro de William Henry Edwards (1822-1909), A Voyage Up the River Amazon, lo motivará a escribirle a Bates proponiéndole viajar a Brasil para recolectar ejemplares de fauna y flora para suplir a naturalistas e instituciones. Aún veinteañeros se embarcarían hacia el río Amazonas, en abril de 1848.
Previamente habían decidido, luego de consultar experimentados naturalistas y revisar las colecciones suramericanas del Museo Británico, que la zona a colectar debería ser el Norte de Brasil. Se entrevistaron con Edwards, quien les facilitó referencias. También con Thomas Horsfield (1773-1859), experimentado conocedor del trópico, y con William Jackson Hooker (1785-1865), en Kew, quien les informa sobre plantas de interés para el Herbario.
Treinta días luego de zarpar desde Liverpool, los jóvenes llagan a Salinas, Brasil. La nave entra al Amazonas para dos días después estacionarse en Pará, en la frontera del prístino bosque en el cual Bates pasaría los próximos 11 años, Wallace solo cuatro.
«The city of Pará, surrounded by the dense forest, and overtopped by palms and plantains, greeted our sight, appearing double beautiful from the presence of those luxuriant tropical productions in a state of nature, which we had so often admired in the conservatories of Kew and Chatsworth».
Pará, hoy Belém, no es el bosque húmedo tropical y los animales son menos numerosos y espectaculares, de manera que luego de corto tiempo, comienzan a explorar otros zonas al interior de Brasil, manteniendo a Pará como base. Los jóvenes naturalistas visitarán puertos y bosques a lo largo del Amazonas.
Bates se especializa en insectos, principalmente mariposas, coleópteros y arañas. Wallace colecta todo lo que ve, con énfasis en insectos y aves, y también plantas. Luego de semanas, realizan su primer envío de ejemplares a su agente inglés Samuel Stevens (1817-1899):
«… 553 especies de Lepidoptera, incluyendo 400 mariposas; 450 escarabajos y 400 ejemplares de otros ordenes; 1.300 especies para un total de 3.635 ejemplares, y 12 baúles con plantas».
Stevens promueve la venta de los ejemplares en Annals and Magazine of Natural History y en Zoologist, pero también publica extractos de las cartas, principalmente de Wallace. Este, convierte tal práctica en algo común durante su vida de colector y en sus cartas a Stevens Wallace identifica secciones que consideraba apropiadas para publicación.
El año 1849 es importante para los hermanos Wallace. John, mayor que Alfred, había rentado una pequeña granja lechera, al no poder pagar decide emigrar a California al «brotar» la «fiebre» del oro. Herbert Edward, el menor, se une a los exploradores en Brasil en julio. Herbert, desafortunadamente, no es tan buen asistente para los naturalistas.
«He was the only member of our family who had a considerable gift of poesy, and was probably more fitted for a literary career».
Luego de colectar juntos por meses, Wallace y Bates deciden trabajar independientemente. Wallace explorará el Río Negro. Bates viaja al alto Amazonas.
Wallace recolecta, dibuja, hace mapas y escribe acerca de regiones inexploradas. Estudia el lenguaje y los hábitos de los nativos que encuentra. Estudia los organismos colectados y busca claves acerca del misterio del origen de tantas especies de animales y plantas. Visita a Richard Spruce (1817-1893), quien había llegado a la región de Río Negro en 1849. Juntos discuten numerosos tópicos.
«In all Works on Natural History, we constantly find details of the marvelous adaptation of animals to their food, their habits, and the localities in which they are found. But naturalists are now beginning to look beyond this, and to see that there must be some other principle regulating the infinitely varied forms of animal life».
Una vez en el alto Río Negro, Wallace decide explorar los alrededores del Orinoco.
«The more I see the country, the more I want to; and I can see no end of, the species of butterflies when the whole country is well explored».
Saldrá de Guía, navegando contra la corriente, el 27 de enero de 1851. El primero de febrero pasa la Piedra del Cocui, frontera entre Brasil y Venezuela. Tres días después llegará a San Carlos de Río Negro, el punto más al sur de Venezuela visitado por Humboldt 50 años antes. Wallace entra al Casiquiare y navega por él, aunque realiza parte de la travesía por tierra, hasta llegar a Yavita.
A pesar de la lluvia y los jejenes, Wallace disfrutó sus días en Yavita, comunidad de unos 200 habitantes, nativos de «sangre pura». El sentido comunitario de la gente combinaba perfectamente con su ética de trabajo. Luego de tres años de haber salido de Inglaterra para explorar el bosque amazónico, haber visto cosas que ningún otro explorador había visto, en medio de la selva que rodeaba a Yavita, Wallace se encuentra a sí mismo como un hombre
«Rich without wealth, happy without gold!»
Una mañana, sus acompañantes indígenas desaparecen. y aunque trató que alguna nativa se ocupara de su cocina, no lo logró. A punto de quedarse sin café, le suplica a uno de los indígenas que comparta con él algunos granos de su plantación. Horas después, regresando de su diaria recolecta, cuál no sería su sorpresa al ver que los granos de café habían sido recogidos, lavados, secados, tostados y molidos
«… and in half an hour more I enjoyed one of the most delicious cups of coffee I had ever tasted».
A pesar de la falta de compañía y conversaciones «civilizadas», Wallace lamentó tener que abandonar Yavita. Regresó a Guía, y para el 3 de junio ya iba camino a Vaupés.
Luego de varias aventuras se reúne con Spruce, quien había sentado base en São Gabriel. El botánico le informa a Wallace sobre la muerte de su hermano Herbert. Este, decidido a regresar a Inglaterra, mientras esperaba embarcarse en Pará, muere a causa de la fiebre amarilla.
Los dos naturalistas, como siempre sucede cada vez que se encuentran, discuten sus hallazgos. Años después Spruce le recordaría a Wallace, luego de leer el Origen de las Especies de Darwin:
«If you recollect our conversations at São Gabriel, you will understand that I have never believed in the existence of any permanent limits –generic or specific- in the groups of organic beings».
Algunas ideas sobre la «transmutación de especies», como se conocía a la evolución, ya estaban claras en la mente de ambos naturalistas, mucho antes que el libro de Darwin hubiera sido concebido.
Wallace planifica viaje hacia el alto Vaupés, sería su última exploración antes de regresar a Inglaterra. Ya de ida, pasa por Pará, que aun sufría los embates de la fiebre amarilla. Visitó el cementerio donde estaba enterrado su hermano y el 12 de julio de 1852 aborda el bergantín Helen.
El 19 de septiembre de 1852, se encontraría Wallace en una nave que recién lo había rescatado junto a otros sobrevivientes del incendio y hundimiento del Helen. Los náufragos se salvaron gracias a un pequeño bote salvavidas. Wallace le escribirá a Spruce:
«I am afraid the ship’s on fire. … [I am] scorched by the sun, my hands, nose and ears being completely skinned, and [was] drenched every day by the seas and spray”.
Wallace pudo salvar algunas de sus notas y dibujos, y gracias a estos y su memoria logró publicar seis artículos científicos, dos libros, Palm Trees of the Amazon and their uses y A narrative of travels on the Amazon and Río Negro (ambos en 1853), y un mapa detallado del curso del Río Negro.
Wallace publicó diversos trabajos sobre historia natural, pero fue muy criticado. Muchos lo consideraban un «simple recolector» incapaz de teorizar. Haciendo caso omiso a críticas, continuó desarrollando sus intereses y al poco tiempo de haber llegado a Inglaterra, ya planificaba su próxima aventura.
En 1854 zarparía al archipiélago Malayo. Visitaría las islas más importantes del archipiélago al menos una vez. Colectaría 110.000 insectos, 7.500 conchas de moluscos, 8.050 pieles de aves, y 410 de mamíferos y reptiles. Unas mil de estas especies resultarían nuevas para la ciencia.
En la isla de Gilolo (hoy Halmahera), en medio de un ataque de fiebre amarilla, desarrollaría su idea sobre la evolución debido a la selección natural. Apenas tuvo fuerzas, escribió un ensayo explicando su teoría, enviándolo, junto a una carta, a Darwin, quien estaba también interesado en los procesos de la «transmutación». Wallace le pidió a Darwin mostrar su ensayo a Lyell (a quien no conocía) y si les parecían interesantes sus conclusiones, sugerir un buen Boletín para publicarlas.
Darwin había llegado a las mismas conclusiones de Wallace tiempo antes y escribía y seguía investigando al respecto, sin publicar. Apenas leyó el ensayo de Wallace, se horrorizó y buscó consejo con Lyell y Joseph Dalton Hooker (1817-1911). Estos decidieron publicar el ensayo de Wallace, junto a dos extractos de los escritos de Darwin, acerca del mismo tópico. Estos documentos los presentaría la Linnean Society of London el 1 de julio de 1858, bajo el título On the tendency of species to form varieties; And on the perpetuation of varieties and species by Natural Means of Selection. Las notas de Darwin se presentaron primero, enfatizando la prioridad de la idea de su parte. Wallace se quejó que la publicación fue algo apresurada y no se le permitió corregir las pruebas.
A pesar del infortunado episodio, ambos naturalistas desarrollarían una genuina admiración de uno hacia el otro. Hoy la teoría se le atribuye apropiadamente a ambos.
Wallace sentía especial atracción por ideas no convencionales. Fue activista social, crítico del capitalismo. Defendió el espiritualismo y el origen no-material de las facultades mentales del hombre, promoviendo una relación tensa con científicos de su época. Sin embargo, su papel como co-descubridor de la Selección Natural, sus trabajos sobre zoogeografía y haber sido uno de los más importantes exploradores y naturalistas del siglo XIX, lo convirtieron en figura excepcional. El mastozoólogo y paleontólogo Australiano, activista del Calentamiento Global, Timothy “Tim” Flannery ha comentado que Wallace fue:
«… el primer científico que entendió lo esencial de la cooperación para nuestra supervivencia. Además, su entendimiento sobre la selección natural y sus trabajos sobre la atmosfera deben ser vistos como pioneros del pensamiento ecológico moderno».