Resulta que mi amiga Z. se va de viaje. No muy lejos, a la isla vecina. Resulta que va a ver a unos amigos, así, de imprevisto. De esas cosas que se deciden de un momento a otro, después de dos copas de vino y tres chupitos de tequila. Resulta que es una misión 007, top secret. Resulta que cuando ha avistado tierra -aún no la había pisado- le vibra el móvil. No le extraña, vivimos tiempos en los que el smartphone es una extensión de nuestro brazo. Lo mira. Es Facebook, esa red social tan poco discreta.
Pero no es un mensaje de Messenger, ni una notificación de que fulano de tal te invita a jugar al Candy Crush, -cuando ya has declinado cien veces su invitación- ni tampoco el aviso de que alguien le ha dado me gusta, me encanta, me entristece, me divierte o me asombra a alguna publicación y, menos aún, una indicación de que has sido etiquetada -con cuarenta y nueve personas más- en "ama a un unicornio y comparte". No, no. Es aún peor. Facebook le da la bienvenida a Tenerife.
»¿Qué? Pero, ¿cómo sabe dónde estoy? Si aún no he pisado tierra chicharrera», se pregunta ella. Mira el móvil y luego a ambos lados, como si fuera a ver a muchos emojis a su alrededor espiándola. Sí, seguro que es el emoticono con la mano en la barbilla y rostro pensativo. Algo así como el pensador de Facebook. Tiembla. Sabe que es algo de fuerza mayor. Algo que requiere captura de pantalla. Algo que debe compartir en el chat de amigas. Como respuesta: emoticonos con los ojos como platos. Otros en plan El grito de Munch y, a alguno, le resbala una gota por la frente.
Una de las componentes del grupo le pregunta: «Tía, ¿tienes la opción de ubicación activa?» Mi amiga, aún temblorosa y segura de que habrá un despliegue policial en el Fred Olsen buscándola para detenerla, -el motivo es lo de menos- contesta afirmativamente. «Pues desactívala». Y ella, llevando el dedo índice a la parte superior de la pantalla de su móvil y tras deslizarla hacia abajo, la desactiva.
Uf, siente el mismo alivio que los artificieros cuando desactivan una bomba a dos segundos de la explosión. Ella y nosotras. ¡El peligro ha pasado! Mi amiga es toda una chica Bond. Y desde hoy, el Facebook le da miedo, y a mí, y a las veinte amigas del chat de grupo. Y me confirma –nos confirma- que todo esto de la era tecnológica, las aplicaciones y los teléfonos inteligentes, es una forma de sabotaje. De tenernos controlados y esclavizados. Un sabotaje silencioso y sutil que se cuela en las casas, en las empresas… y nos va ensombreciendo el sentido. Un sabotaje que no entiende de intimidad y que cuando menos te lo esperas te deja al descubierto. Y, si te descuidas, cualquier secreto, algo tan banal como una escapada a Tenerife, te explota en la cara y se lo chiva a tus 1.500 amigos de Facebook, de los que solo conoces –en carne y hueso- a quince. Ya no hay misterios. ¿No era esto lo que queríamos? ¿Transparencia, autenticidad? De momento y tras lo acontecido, solo puedo decir: Facebook 1 - intimidad 0.