En los últimos años ha surgido una figura denominada influencer, que en español sería algo así como el influyente, una persona carismática que influye con su opinión a otras muchas.
Las redes sociales ha permitido que personas anónimas «acumulen» una gran audiencia, y por tanto sus palabras sean escuchadas y seguidas por muchos.
Los influencers normalmente tienen miles o millones de seguidores, los cuales «esperan» sus nuevas aportaciones para leerleas y opinar al respecto.
Hoy en día casi cada red social tiene su propio influencer, es decir, existen influencers en Twitter, que son diferentes de los influencers en Facebook, y diferentes a los de Youtube, ya que cada uno de estos medios suele estar orientado a un publico diferente, y por tanto requiere que se le hable de forma diferente.
Es por ello que es difícil encontrar un influencer de dos o tres medios a la vez, lo que daría cuenta de una capacidad casi «camaleónica» del influencer al saber orientar su discurso a cada público en especifico.
El negocio tras el influencer
En los últimos años, las grandes marcas se han dado cuenta del negocio que supone «influenciar» a un influencer, y que este «venda» sus productos, sabiendo que va a llegar a miles e incluso millones de personas, algo que le costaría demasiado a las empresas, es por ello que son tan valorados y deseados para este tipo de campañas.
Pero el influencer no sólo sirve para vender productos y servicios, sino también ideas e ideología, de ahí que los partidos políticos cada vez se estén acercando más a los influencers para que sean ellos sus portavoces, y que sus seguidores se conviertan en acólitos de dicha ideología.
El peligro del influencer
Esta semana la sociedad australiana, así como le sucediese hace unos meses a la italiana, se ha despertado con la terrible noticia del suicidio de un influencer, víctima del ciberacoso.
La «sobreexposición» de los influencer, que basan su popularidad en mostrar su trabajo, forma de hacer y pensar, lo convierte en objeto de envidias e incluso de personas malintencionadas, que tratan de minar la popularidad del influencer mediante el acoso.
El acosador en estos casos se siente «importante» por se capaz de «destruir» a un influencer, como si eso le convirtiese en alguien más de lo que es.
Por parte del acosado, el influencer, sufre las mismas consecuencias que cualquier otro ciberacosado anónimo y que por desgracia puede conducirle al mismo fin, el suicidio.
En el caso del influencer, su popularidad en vida, permite que se de una mayor visibilidad al problema creciente del ciberacoso, del cual apenas se habla, y menos se actúa al respecto.
Aprender a saber cuándo una relación se convierte en ciberacoso, es fundamental, ya que cuanto más haya «intimado» el acosador, más daño podrá hacer tanto a la persona como a su ambiente, de ahí la necesidad de la prevención, pero sobre todo de la intervención por parte de las autoridades en la identificación de los delincuentes, para que se les aplique las penas correspondientes a llevar a una persona al suicidio.
Una realidad, la de Internet y sus riesgos, que en algunos países no está suficientemente legislado lo que permite cierta «invulnerabilidad» a los delincuentes, que se esconden tras Internet para ocultar su verdadero perfil, pudiendo seguir delinquiendo con una nueva víctima al día siguiente.
Por tanto el suicidio o el ciberacoso son riesgos del influencer, pero no sólo de ellos, si no de cualquier persona que exponga su vida por Internet, lo que puede hacer que sean víctimas de ciberacosadores.