¿Qué pensaría usted si le dijeran que tenemos un segundo cerebro? Quizá responda mentalmente que con que algunos tuvieran uno, nos podríamos dar por satisfechos.
Chascarrillos aparte, la ciencia hoy en día afirma que en nuestro tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro. En el tubo digestivo coexisten más de 100 millones de células nerviosas, número muy semejante al de aquellas que pueblan nuestro cerebro.
Este segundo cerebro se conoce como sistema nervioso entérico y conforma una unidad anatómica única que abarca desde el esófago hasta el ano.
Este cerebro entérico libera neurotransmisores como la serotonina y la dopamina que influyen en nuestro estado de ánimo, así como diferentes opiáceos que modulan el dolor. Además, sintetiza benzodiazepinas, compuestos químicos que tienen el mismo efecto tranquilizante que el Valium.
Respecto a la serotonina, la llamada hormona de la felicidad, el 90% de la misma se produce aquí. Sabemos que esta hormona nos ayuda a relajarnos y tranquilizarnos, regula el apetito, disminuye la depresión, mejora el sueño y ayuda a regular los niveles de insulina en sangre. Todo un abanico de virtudes que podemos ayudar a generar a través de nuestra alimentación.
Para producir niveles adecuados de serotonina se necesita triptófano, un aminoácido esencial relacionado con el sueño y el placer. Lo puede encontrar en cereales (quinoa, arroz integral, avena), frutos secos (semillas de sésamos, pipas, almendras, nueces), carnes blancas (pollo y pavo), pescados (atún fresco, salmón, caballa o sardinas), legumbres (lentejas o garbanzos), verduras y hortalizas (brócoli, guisantes, alcachofa, calabaza, setas, verduras de hoja verde) y frutas (piña, aguacate, ciruela, kiwi, mango y plátano).
Si aún no se ha convencido de la importancia que posee aquello que lleva a su estómago, preste atención a los dos estudios siguientes. En un ensayo de laboratorio realizado por el equipo del doctor J. Bravo -publicado en el 2011 en Proceedings of the National Academy of Sciences- se demostró que los ratones alimentados con Lactobacillus rhamnosus mostraban menores niveles de estrés, ansiedad y depresión que los alimentados con su dieta habitual; incluso se midió en sangre un menor contenido de cortisol, considerada la «hormona del estrés».
Asimismo, un equipo dirigido por el doctor A. V. Rao haría en la Universidad de Toronto (Canadá) publicó en 2009 un estudio en el que participaron 39 personas afectas de fatiga crónica. Se dividió el conjunto en dos grupos. A uno se le dio un placebo y al otro un probiótico -el Lactobacillus casei Shirota (LcS)- durante dos meses. Aquellos que recibieron el probiótico redujeron significativamente los índices de ansiedad y depresión demostrándose la clara influencia de la flora intestinal en los problemas psicoemocionales.
Le ahorro la tarea de googlear dónde puede usted encontrar probióticos. Estas bacterias beneficiosas que ingerimos con los alimentos se hallan en el yogur, las aceitunas y encurtidos, el queso elaborado con leche cruda, el kéfir y si es usted más exótico, la sopa de miso y el té de Kombucha.
No hace falta que le diga cuáles son los alimentos prohibidos, pues de sobra los conocerá. Seguro que se ha dado un festín con ellos estas navidades (azúcar, harinas blancas, carnes rojas y embutidos en exceso, alcohol…). Si está replicando mentalmente que de algo hay que morir, piense que hasta que llegue el momento más vale vivir feliz. Y ahora ya sabe que la alimentación es esencial para su bienestar.
Para finalizar, si alguien ha deducido que tomando una ingente cantidad de los alimentos mencionados su felicidad va a aumentar de manera exponencial, le remito a la sabiduría expresada por Cervantes en El Quijote: «come poco y cena menos, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago».