Es impresionante el bajo nivel de aceptación popular que registra el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Difícil explicarle al mundo el fenómeno de un tipo que ha logrado desde la presidencia dos récords históricos: desmovilizar a las FARC, tras 50 años de incesante lucha armada, y ganarse el premio Nobel de Paz.
Próximo a terminar su segundo y último mandato (en agosto del 2018), probablemente alcance otro récord, éste no tan brillante como los dos primeros: salir del Gobierno con la peor imagen de sus antecesores neoliberales: a 8 meses, con el sol a las espaldas, solo lo separan 6 puntos de Pastrana, el peor de todos (hasta el momento).
Presidente: Aceptación / Rechazo
César Gaviria (1990-94): 57% / 32%
Ernesto Samper (1994-98): 32% / 57%
Andrés Pastrana (1998-2002): 20% / 72%
Álvaro Uribe (2002-2010): 74% / 17%
J.M Santos (2010-2018): 26% / 70%
Es difícil entender el asunto frente a un Presidente que goza de la más alta publicidad política pagada y free press, tanto nacional como internacionalmente. En el periplo de su gobierno (2010 a la fecha), su capital político se ha desplomado de un nivel de aceptación del 82% en septiembre/2010 al 26% en octubre/2017, y en el mismo lapso ha subido su nivel de rechazo del 17% al 70%.
El hecho es más que evidente: se tenía por costumbre en Colombia en época preelectoral esperar el «guiño» del presidente en ejercicio antes de poner la apuesta sobre su sucesor. Esa costumbre política se rompe con Santos, y ahora hasta sus más cercanos colaboradores de hace apenas unos meses, empezando por su vicepresidente Germán Vargas Lleras (candidato presidencial por firmas), se distancian de él cual leproso. Y hasta su jefe negociador de los acuerdos de paz en La Habana, Humberto de la Calle, (candidato liberal), marca distancia, y lo hace con un gancho al hígado: «Nada se hace en una campaña presidencial sin que el candidato lo sepa», dijo recientemente en un foro político al referirse al supuesto ingreso de dineros a la campaña Santos/2014 de la multinacional del soborno, Odebrecht.
El Presidente, próximo a terminar su segundo y último mandato (en agosto del 2018), no solo carga con tan mala imagen sino que arrastra tras sí toda la desinstitucionalidad del país: el Congreso y las altas cortes nunca se habían visto en tan bajo nivel de aceptación social…
Institución: Mala Imagen
Congreso Nacional: 82%
Corte Suprema de Justicia: 72%
Corte Constitucional: 62%
Sistema judicial: 84%
Partidos políticos: 89%
Y de esa desinstitucionalidad nacional nacen otras rémoras sociales que la gente califica en su desesperanza de la peor manera:
Tema: Empeorando
Corrupción: 88%
Economía: 82%
Desempleo: 75%
Costo de vida: 86%
Inseguridad: 82%
Salud: 85%
Nadie que tenga aspiraciones serias a sucederle quiere su «guiño». La pléyade de candidatos presidenciales (más de 50) que se despliega a derecha, izquierda y centro con el tema de la paz a flor de labios, no quiere saber nada de Santos… “Juntos pero no revueltos”, parecen decirle.
Elecciones 2018
En este incierto escenario se aproximan las elecciones en Colombia: de Congreso, el domingo 11 de marzo y presidencial (primera vuelta), el domingo 27 de mayo. En estas vísperas electorales lo que se observa en Colombia, en primer lugar, es el manojo de nervios que se apodera del statu quo.
Santos y Uribe, puede que sean distintos pero no distantes. En el fondo, ambos son de corte neoliberal «proyankees»: recién elegido Trump, se disputaban el «honor» de ver a quién primero le aceptaba el gringo un saludo. Nadie que siga con atención el curso del desarrollo socioeconómico y medioambiental de Colombia podría alegar que entre Uribe/Santos, 16 años de gobierno, se haya desmejorado el modelo neoliberal heredado de Gaviria en 1990. Por el contrario, se ha acentuado con la transferencia de empresas del Estado al sector privado –a precios de gallina vieja—, y se han privatizado todos los servicios públicos básicos y esenciales, hasta la salud, cuyo sistema ha dejado morir por falta de atención oportuna a cerca de 1.300 pacientes entre el 2012 a la fecha, según serias denuncias públicas, no rectificadas por las autoridades respectivas.
Temas como el anterior, más la rampante corrupción que ha escalado las tapas de todos los medios de comunicación (tradicionales y alternativos), han elevado la indignación nacional; y el establecimiento sospecha que los electores podrían buscar una salida «desesperada» en las jornadas del año entrante. Y la mejor forma de contrarrestar la tendencia es agitando el fantasma del comunismo o del socialismo, poniendo como ejemplo a Venezuela, bajo el lente de unos medios de comunicación que cargan a diario contra el presidente Maduro y su lucha popular por zafarse de la que él mismo llama «coyunda imperial».
En este propósito, el expresidente Álvaro Uribe, que busca retornar al poder con su partido de bolsillo Centro Democrático; y el expresidente conservador Andrés Pastrana, que busca no dejarse sacar del llavero burocrático, anuncian el advenimiento del «castrochavismo», si la gente no los apoya en las urnas esos domingos de marzo y mayo en elecciones de Congreso y presidencial.
Por los lados de Uribe, ya se definió la candidatura presidencial en favor del joven, Iván Duque; y en lo que respecta a Pastrana, su candidata es la ya experimentada política, Marta Lucía Ramírez. Estos dos aspirantes, al igual que sus jefes políticos, terminarán unidos en segunda vuelta, probablemente en una fórmula que llevaría a Duque (presidente) en llave con la señora Ramírez a la vicepresidencia.
Pero el primer definido en esta contienda presidencial es el, hasta hace poco, vicepresidente de Santos, Germán Vargas Lleras. Rebosante de seguridad en sí mismo, llegó a la Registraduría con un cargamento de firmas –5,5 millones—a inscribir su candidatura. El nieto del epónimo expresidente Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), también picó adelante con sus propuestas de campaña en las que se destaca el compromiso de bajar impuestos al capital y la renta ( a la Trump) como estímulo a la reactivación económica –dice.
A este aspirante se le puede clasificar a la derecha del dial político, y nadie duda que de pasar a segunda vuelta recibiría el apoyo de los expresidentes Uribe y Pastrana, en caso de que sus candidatos, Duque y la señora Ramírez, se desprendan del balotaje. Esto lo hace un fuerte aspirante a suceder al presidente Santos… Y, probablemente no haría «trizas» el Acuerdo de Paz con las Farc, como promete Uribe, pero sí le metería unos mordiscos en sus partes más sensibles, como la Justicia Especial para Paz (JEP) que dejaría el proceso como para barajar y volver a repartir.
A la centro-izquierda, las cosas también se han esclarecido de cara a la contienda presidencial. Hace una semana, el exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, que lidera la intención de voto en todas las encuestas con su movimiento Compromiso Ciudadano, les ganó el pulso a los candidatos del Polo Democrático (senador, Jorge Robledo) y Alianza Verde (senadora, Claudia López) y, como resultado, será el candidato presidencial único de esta tripartita alianza.
En lo que respecta a sus iniciales contrincantes, y ahora aliados políticos, el candidato Robledo, renunció a su aspiración presidencial y se mantiene como candidato del Polo a repetir Senado; y la candidata López no quiere volver al Congreso con la excusa de que en ese escenario político fluye lo peor de ella.
Por su parte, los santistas vergonzantes buscan armar una coalición amplia de centro-izquierda, pregonada por el expresidente César Gaviria (director único del Partido Liberal) con su candidato, Humberto de la Calle Lombana; una parte del partido conservador y el descastado partido de la U cuyos dirigentes entran y salen de su membresía como de un supermercado en promoción.
En este grupo las cosas andan «de las mechas»: la rebelión de adustos dirigentes liberales como Horacio Serpa y Juan Fernando Cristo; y de las aguerridas senadoras Viviane Morales y Sofía Gaviria, contra el expresidente César Gaviria (director único del liberalismo) dejan al «pobre» Humberto de la Calle, candidato presidencial oficial, remando contracorriente. Si no pasa a segunda vuelta, y al día de hoy como se ven las cosas es casi seguro que no, todo este bloque liberal, junto con lo que queda del partido de la U, más algunos conservadores y el mismo Santos, terminarían apoyando al candidato Sergio Fajardo. Es decir, el exgobernador de Antioquia terminaría siendo el candidato presidencial del establecimiento, comandado hoy por Santos. A nadie se le haría extraño que en la segunda vuelta presidencial de junio próximo en Colombia se dé una lucha entre los sempiternos dueños del establecimiento: Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos, a ver quién se queda con todo en cabeza de Duque (Uribe) o en cabeza de Fajardo (Santos), curiosamente ambos oriundos del poderoso departamento de Antioquia.
En este orden de ideas, la alternativa política real de cambio sería el candidato Gustavo Petro, contra quien indudablemente se dirigen los cañones de la derecha liderada por los expresidentes Uribe/Pastrana.
Petro lidera su propio movimiento, Progresistas, que creó haciendo trizas la unidad de izquierdas concentradas en el Polo Democrático, y estableciendo una distancia, hasta el momento insalvable, con el senador Robledo. Con este movimiento ganó la alcaldía de Bogotá y con ese movimiento político cabalga en la cresta de las encuestas de opinión sobre candidaturas presidenciales para el 2018. Pero él sabe que solo no puede ni siquiera pasar a segunda vuelta, que seguramente la habrá porque en esta contienda que se avecina nadie es tan fuerte por sí mismo como para doblegar a sus contrincantes en el primer round.
A Petro, además de motejarlo de comunista, guerrillero (fue militante del M-19) y, últimamente de portaestandarte del «castrochavismo», sus malquerientes le han creado una aureola de arrogante y vanidoso. Últimamente ha tratado de zafarse del San Benito: en un foro les propuso a los entonces candidatos Robledo y Claudia López: «¿Oigan, nos juntamos?», y la respuesta, ya todos la sabemos, fue la unión con Fajardo de quien, Petro se ha ido distanciando, tanto, que ya se ve imposible un acuerdo entre ellos.
Completan el salón de gala, con alguna notoriedad, pero lejos de la posibilidad de alcanzar la Presidencia, la sempiterna vocera de los indignados, Piedad Córdoba quien llegó a la Registraduría con un paquete de 1,5 millones de votos diciendo: «yo estoy segura que los que firmaron por mi van a votar por Piedad Córdoba»: y una cauda de 1,5 millones de votos en estos momentos donde pongan la apuesta podría inclinar la balanza, que sería en favor de Petro con quien tiene más similitud ideológica.
Entre los notorios no hay que dejar de mencionar al exprocurador ultraderechista Alejandro Ordoñez o al exembajador en Washington, Juan Carlos Pinzón. Pero estos seguramente terminarán absorbidos por la derecha de Uribe/Pastrana
A principios del año entrante (que está encima) todas estas expectativas deberán resolverse. Enero será un mes de tejemanejes políticos; febrero será el de las alianzas y la segunda semana de marzo será la caja de sorpresas. Nunca como antes se han asomado ciertos grupos sociales con sus posiciones políticas: los pensionados, los militares en retiro, los transportadores, los educadores; las iglesias cristianas; las comunidades indígenas, los afrodescendientes, los procadena perpetua a los abusadores sexuales de menores, los antifemicidas y la comunidad LGBTI.
La elección del Congreso será un pulso entre partidos y movimientos políticos, por un lado; y una apuesta por la renovación legislativa. Si al final de la jornada, todo este discurso contra la corrupción, contra la discriminación, contra la salud, contra el desempleo, contra la inseguridad pública, contra los paramilitares y contra la inamovible clase política termina dejando en las curules a los mismos con las mismas, apague y vámonos porque el sucesor de Santos forzosamente saldrá de los mismos con las mismas.
Enredados en un proceso de paz que polariza a los más avezados; frente a una población llena de interrogantes que a tres meses de elecciones congresionales y cinco de presidenciales ninguno de los aspirantes tiene una propuesta cuantificable, medible y comprobable, constituye el marco más apropiado para la foto de la política actual en Colombia.
Fin de folio. Como en Viaje a las estrellas: que la suerte y el instinto nos acompañen…