Donald Trump y Vladímir Putin cierran el año como máximos protagonistas. Uno se presentará a las elecciones para gobernar un cuarto de siglo y el otro sigue a su antojo.
Sabíamos que guardaban lo mejor para el final y asistimos a un mes de diciembre espléndido, es decir, un fin de fiesta en cuanto a geopolítica y con nuestros protagonistas habituales. La revista Time lo tenía muy complicado decantarse por uno o el otro -hablamos de Donald Trump y Vladímir Putin- y se decidió por el colectivo #MeToo, mujeres que rompieron la barrera de denunciar el acoso sexual.
La era Putin
Comenzamos con Vladímir Putin. El presidente ruso acaba de dar la campanada anunciando que quizá se postule a la presidencia en marzo del 2018, como si hubiera alguien que lo dudara. De nada sirvió que lo disfrazara con un acto multitudinario ni con una ingenua respuesta lanzada al azar. Putin será candidato a revalidar su puesto, una vez más y en esta ocasión por más tiempo, seis años.
«Mi pregunta para vosotros es… si tomo tal decisión, ¿ustedes y otras personas como ustedes apoyarán esta decisión?». Y el público entusiasmado que llenaba el recinto gritaba «¡¡Sí!!». Es un claro mensaje del apoyo con el que cuenta en la actualidad el presidente ruso, un respaldo que según datos de intención de voto de septiembre es del 52 %, mientras que en ocasiones anteriores era de 32 % (2007), 27 % (2011) y 47 % (abril 2017). Sus posibles oponentes se encuentran muy lejos; 2 % Zhirinovski (ultraconservador), 2 % Ziugánov (comunista) y 1 % Navalni.
Putin ha demostrado con creces que es un «zorro» en esto de la política y cualquier posible crítica a los años que lleva como presidente –se presentó por primera vez en 2000 logrando el 52,94% de los votos- o las estrategias para postergarse en el poder –alterna el cargo de primer ministro y alarga a seis años la legislatura-, son respaldadas por una masa incondicional que pide al líder que no suelte las riendas del país. Es por ello que utiliza todo este sentir popular para ir deshojando la margarita, mientras algunas voces vaticinaban un posible hastío hacia el cargo.
Pues todo apunta a que no será así y habrá presidente Putin para rato. Las elecciones rusas tendrán lugar, de seguir así, el próximo 18 de marzo coincidiendo con una peculiar efeméride; la llamada «reunificación» de Crimea y Rusia o la anexión de la península por parte de la Federación. Sin duda un toque de atención a Occidente y una muestra de fuerza sin igual. Ni siquiera la reciente expulsión del combinado ruso de las Olimpiadas de invierno, ha podido impactar en el momento de buena esperanza que vive el presidente en la actualidad.
Ante los ataques recibidos, Putin saca músculo cantando victoria en la guerra siria contra el Daesh. Las fuerzas rusas y gubernamentales de Assad han derrotado a los terroristas en las orillas del Éufrates, quedando unos reductos que pronto caerán, asegura el presidente.
Este 2018 se presenta muy bien para el bueno de Vladímir quien podrá revalidar su cargo y tener al mundo a sus pies, durante la celebración de la Copa Mundial de fútbol en Rusia.
El año Trump
Nuestro siguiente protagonista cierra el año a su manera. Donald Trump llegó como un tsunami a la Casa Blanca y sus efectos se dejan sentir desde entonces en todo el mundo. Las crisis abiertas que mantiene en el exterior como en el interior del país han condicionado mucho su estrategia, si es que tiene una, porque sus decisiones no parecen seguir una hoja de ruta rompiendo el guion que mantenían el resto de antecesores. El último ejemplo, la decisión unilateral de trasladar a Jerusalén la Embajada norteamericana en Israel conllevando de facto el reconocimiento a la ciudad «santa» como capital.
Este golpe de efecto despertó la ira en todo Oriente Próximo y si Benjamín Netanyahu lo consideraba «un día histórico», desde Hamás acusaban a Trump de «abrir las puertas del infierno». Una jugada que muchos analistas ven en la necesidad de ganarse un nicho importante de votos para el magnate reconvertido a presidente, es decir, cubrirse las espaldas con el apoyo de la comunidad judía tan poderosa en EEUU y respaldar a un socio estratégico en un territorio «hostil» para los intereses norteamericanos. Pero esta lectura tiene un trasfondo más preocupante, la decisión agita un peligroso avispero reflejado en las multitudinarias protestas y la violencia desatada.
Así se lo han transmitido varios líderes occidentales como Emmanuel Macron, ya que este paso echa por tierra todos los acuerdos tácitos para salvaguardar la paz entre Palestina e Israel y por ende entre árabes. Recordemos que la región es un polvorín: por una parte Jordania -que es vecino de Israel- y Arabia Saudí; por la otra hablamos de potencias como Irán y sus socios.
Estos son los tres escenarios posibles que pueden vislumbrarse si los acontecimientos estallan con una simple chispa. Sorprende -y para bien según los analistas- la escasa respuesta de Irán o la frialdad de movimientos hacia lo que está sucediendo en su territorio «enemigo». Teherán sabe a ciencia cierta que debe medir mucho sus actuaciones ya que se siente como próximo objetivo de la coalición saudí-norteamericana. Por el contrario, otros no se callan, como el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien advirtió que la decisión de Trump era una línea roja que representaba una amenaza al mundo árabe-musulmán.
Desde el movimiento Hamás se llamaba a una tercera Intifada mientras una combinación de países occidentales y árabes convocaban de urgencia al Consejo de Seguridad de la ONU, temerosos de lo que puede generar este paso. Europa asiste con cara de póker a un asunto que se le antoja extraño, sólo Francia muestra repulsa porque Alemania aún sigue sin formar Gobierno. A nadie se le escapa que hablamos de un caldo de cultivo violento que puede, a modo de dominó, derivar en la guerra que todos predicen.