De la unión entre mujeres venezolanas y los inmigrantes alemanes a tierras zulianas a mediados del siglo XIX nacieron varios criollos. De todos ellos destaca uno de los más famosos como el único latinoamericano que voló con el Barón Rojo y también miembro de la caballería germana. Menos conocido públicamente, aunque sí bastante querido por su familia, fue Eduard Georg Hartwig von Jess Lossada (1899-1970).
Hartwig, como le decían comúnmente sus allegados, nació en Maracaibo el 9 de noviembre del último año del siglo antepasado. Su padre, Eduard Von Jess, era oriundo de Hamburgo y su madre, la marabina Ana Julia Lossada. A los 9 años se fue a un internado en Alemania. Posteriormente con el furor del reclutamiento voluntario por la Gran Guerra, Hartwig tiene 15 años y ansía con esa ingenuidad colectiva que plagó toda Europa entrar en esa aventura que para muchos resultó en la terrible Primera Guerra Mundial. Para ello pide permiso al káiser Guillermo de su enrolamiento, el cual le es concedido en la unidad de caballería ubicada cerca de su residencia de Hamburgo que fue destinada a luchar contra los rusos en el frente de Prusia Oriental.
Los miembros de la caballería alemana se encargaban del reconocimiento de avanzada, el cual era vital para los preliminares de las batallas que se libraron ese invierno desde octubre de 1915 hasta febrero de 1916. También el mantenimiento de los animales era relevante para el combate, y Hartwig ideó un método que se volvió común entre sus compañeros. Para evitar limpiar del piso la bosta de los caballos, y al ver que movían sus colas en señal de defecar, rápidamente tomaba su gorra y recogía el desecho. Luego descartaba el excremento en el lugar destinado y se volvía a colocar la gorra sin el menor asco. Total calentaba la cabeza en aquel frío invernal y no olía tan mal. Inicialmente fue burla de otros compañeros, pero justificado por lo práctico, fue ejemplo a seguir.
En otra ocasión, al llegar a un poblado supuestamente ocupado por las tropas zaristas, se fueron a descansar en algunas casas de paja que lucían abandonadas. Todo estaba tranquilo a pesar de ser territorio hostil. Inicialmente no entraron a las casas pero cuando Hartwig se apoyó en un costado y cayó al interior de la misma, adentro estaban ocultas varias armas rusas.
Cuando el frío arreciaba durante los combates, los fusiles y ametralladoras se atascaban y no podían operar, para solventar esto orinaban el ánima de los cañones para descongelarlos y que funcionaran nuevamente.
Hartwig combatió la campaña oriental hasta la capitulación de Rusia en 1917. Posteriormente, el año final de la Gran Guerra lo hizo en el frente occidental. Vio la transformación de la vieja tradición de caballería hasta la actual infantería del siglo XX. Al finalizar el conflicto volvió a la vida civil en Alemania, donde se casó con Ana Teresa Meyer (la hermana menor de Carlos Meyer, el piloto zuliano con el Barón Rojo) el 20 de septiembre de 1924.
Al año siguiente, durante una estadía en Nueva York, tuvo su primera hija, Ingrid –quien me contó toda esta historia y la de su tío Carlos-, a ella le siguieron tres niñas más. En 1926 regresó a su natal Maracaibo donde se encargó de la casa comercial Breur-Möller en la que laboraba su padre. Allí lideró ese negocio particularmente con el sector alimentos y fue cónsul alemán hasta el 15 de octubre de 1940 cuando la comunidad británica local y sus aliados incendiaron la casa Breur en represalia por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Perdió casi todo, menos vidas o heridos que lamentar.
Por el motivo anterior se vino a Caracas, donde vivió algo más tranquilo con el apoyo de amigos venezolanos y zulianos quienes aseveraban era un hombre de trabajo y no un espía alemán. En los 50 y 60 volvió a retomar el tema de los caballos junto a familiares en el Haras La Sierra. Algo que sí desarrollo con gran pasión fue la pintura ya que había estudiado arte en Alemania y fue pintor de la Escuela de Caracas. Sus últimos años de vida los terminó en la capital venezolana.