Imaginemos un país con grandes riquezas naturales y preguntémonos: ¿cuál es el mejor modo de explotarlas para beneficio de todos? Una pregunta que podría ser considerada fútil. Pero examinemos el caso del petróleo y veremos que en Venezuela este ha sido administrado de un modo y en Noruega de otro. En el primer caso, los beneficios han quedado en manos de unos pocos y, en gran medida, llevados al extranjero como capitales privados. En el segundo, han sido distribuidos entre todos los ciudadanos del país, haciendo de Noruega una de las naciones con más recursos disponibles por habitante. Es decir, una de las más ricas del mundo, donde la parte mayoritaria de las rentas del petróleo confluyen en un fondo común, que es reinvertido y controlado por el banco nacional y cuyo valor aumenta constantemente. Otra parte, más reducida de las rentas, contribuye a a los gastos estales y especialmente al financiamiento de obras públicas sin crear inflación ni sobrecalentar la economía nacional.
Noruega es un modelo y, en este sentido, representa las mejores prácticas en la administración de los bienes colectivos y la riqueza natural, que incluye además: los bosques, el subsuelo, los minerales, como también la pesca, la calidad del aire, del agua, las ciudades y la tierra.
La pregunta que entonces nos ponemos es: ¿qué distingue Venezuela de Noruega o, al contrario, Noruega de Venezuela? La respuesta: transparencia y falta de corrupción. En cualquier momento, a cualquier hora del día, un ciudadano noruego puede visitar la página web del banco central e informarse sobre el valor total de las inversiones hechas por el fondo, las políticas de inversión y los criterios aplicados. Por contraste, las autoridades venezolanas de los últimos 40 años o más, han hecho desaparecer miles de millones de dólares y nadie sabe dónde están, por cuáles motivos y quiénes y a qué título se benefician de ellos. Entre estos dos extremos, tenemos una enorme variedad de posibles opciones y modelos, pero la historia a menudo se repite y la trasparencia desaparece en la medida que nos movemos hacia el extremo equivocado.
En este contexto, nos podríamos preguntar: ¿qué sucede en Chile con las rentas producidas por el cobre? La triste respuesta es que los datos no son accesibles, pero sabemos que las empresas mineras extranjeras declaran perdidas y haciéndolo, evitan los impuestos, mejor dicho, no los pagan. También sabemos, que el Banco Mundial ha estimado que las rentas producidas por el cobre en el período 2005 - 2014 es de 385.000 millones de dólares y, según los cálculos prudentes, hechos en relación a las 10 empresas privadas más importantes que operan en el país, la renta estimada sería superior a los 120.000 millones de dólares, descontando amortizaciones, costos de exploración, etc. (ver: Sturla, Accorsi, López y Figueroa, 2016). Esta enorme cantidad de dinero, concedido a las grandes empresas que explotan la minería en Chile (Anglo American Sur, Mantos Copper, Los Pelambres, Candelaria, Quebrada Blanca, Escondida, Collahuasi, Cerro Colorado, Zaldívar y El Abra) corresponde al 45% del producto nacional del año 2014. Si estos dineros hubieran sido invertidos en el país, la renta anual y estable producida por este capital hubiera sido superior a los 7.000 millones de dólares. Una cantidad de recursos, que cubriría o casi los gastos sostenidos anualmente en relación a la salud en Chile.
Los acuerdos contractuales con las grandes empresas privadas que explotan el cobre en Chile, además de otros minerales, que esta explotación comprende: oro, plata, molibdeno, etc., fueron renegociados, después de la dictadura, por la Concertación con el apoyo de la derecha y así podemos concluir, que el bienestar y el futuro del país, ha sido enajenado por y para beneficios personales de una clase política corrupta y a la vez incompetente.
Esta incomoda conclusión nos lleva nuevamente a pensar en la diferencia abismal que existe entre el Venezuela de hoy y Noruega, al reconocimiento de que Chile se va acercando mucho más al primero que no al segundo, que la clase «dirigente» se está y ha jugado suciamente el futuro del país, vendiendo a precios de corrupción las insustituibles riquezas naturales. Y esto sin contar, además, con el precio y los costes futuros por los desastres que la gran minería deja en el ambiente, como la contaminación de las aguas, el aire y los suelos, perjudicando la salud de muchos y poniendo también en peligro la vida de las poblaciones locales y los ecosistemas. Como último colofón: ¿que podremos decir mañana si Chile llegase a las situaciones extremas en que se encuentra hoy Venezuela? Todo esto, como aquello, por la indecencia brumosa de un puñado de Gobiernos.