La alianza entre la izquierda y los grupos islámicos son esa extraña combinación que hasta podría parecer antagónica o un mal chiste, en todo caso no es tampoco una forma rara de alianza que deba sorprender.
El hecho que los grupos de izquierda tengan simpatías por movimientos islámicos o grupos ante los cuales el islam más arcaico y practicante de ciertas violaciones a los derechos humanos sea tan fuerte, es una herencia de la Guerra Fría. Hay un dilema marcado entre apoyar a Gobiernos dictatoriales o Gobiernos islámicos radicales, pero en todo caso cualquier grupo opuesto a los Gobiernos occidentales será apoyado por las agrupaciones izquierdistas y sus herederos posmodernos.
De este modo, una fuerte relación se gestó durante muchos años entre el Egipto de Gamal Abdel Nasser y los soviéticos. Posteriormente, también en Siria a través del partido socialista Baath / Baaz (Renacimiento) las relaciones árabes – soviéticas se nutrieron y fortalecieron, dando lugar a buenos vínculos modernos entre la República Federal Rusa y la Siria de los Assad.
También a través del presidente Nasser, los palestinos comienzan sus contactos más significativos con los Gobiernos soviéticos, de quienes, además, recibieron apoyo militar de forma indirecta a través de la cooperación militar brindada por la URSS a los Estados de Siria y Egipto.
No por nada dos agrupaciones políticas palestinas tienen un vínculo importante con el socialismo internacional. Por ejemplo, el Frente Popular para la Liberación Palestina (FPLP) que se autocataloga como marxista-leninista está asociada al Seminario Comunista Internacional. Por su parte, Al Fatah es miembro del Partido de los Socialistas Europeos (PES) y miembro observador de la Internacional Socialista; misma afiliación a la que pertenece el Partido Laborista israelí.
Los socialistas han considerado a los países europeos de Occidente y a Estados Unidos, entes colonialistas e invasores; un elemento que la experiencia en África y el Medio Oriente confirma en cierto modo este aspecto tan particular. Cualquier grupo político que reciba apoyo de Occidente se transforma en automático desde esta visión en «lacayos del imperialismo y el colonialismo».
Es obvio que los socialistas y en particular los soviéticos no eran «madres de la caridad» y sus intenciones durante esa época era la de expandir su influencia y poder. No por nada aparecieron teorías como la del dominó o de la contención contra los deseos de expansión soviética, por lo que las relaciones rusas en zonas del Medio Oriente son una elocuente muestra de esta herencia de esa época.
Los grupos prosoviéticos en esa época aplaudían cualquier facción que apareciera, la cual ellos definían como «resistencia» a la influencia occidental. De este modo, la Revolución Islámica de 1979 atraería el apoyo de los países u organizaciones socialistas que entendieron como un triunfo sobre la influencia de Europa y Estados Unidos la caída del sah Pahlavi.
De igual manera, las manifestaciones del ayatolá Jomeini en su momento declarando el Gobierno estadounidense como «El Gran Satán», fueron bien acogidas por el gobierno del Kremlin en su momento y esto fortalecía las posibilidades de abrir un frente prosoviético en la zona.
A través de la lucha por contener a la URSS, los procesos globalizadores y el descuido norteamericano en la región del Medio Oriente, se reafirmaron las alianzas soviéticas con los países de la región dirigidos por dictaduras socialistas – panarabistas. Lo que ocasionaría por su parte que el gobierno en Washington decidiera empoderar organizaciones islamistas ideológicamente enemigas de la visión de Occidente, pero también del socialismo – comunista «ateo», en lo que analistas denominan como el «amanecer islámico».
De este modo aparecería en escena global la organización del radical islámico Osama Bin Laden o las alianzas y patrocinios estadounidenses con Arabia Saudita, aunque esto último obedece a otros aspectos de carácter histórico que asocian a países occidentales con la casa de Saud en la Península arábiga.
La historia conocida es que, con el paso del tiempo, los grupos islamistas se han transformado en el principal dolor de cabeza en la moderna guerra asimétrica que ocurre en diferentes zonas del globo y, actualmente, algunas de estas organizaciones radicales han empatado en objetivos con los grupos progresistas y de izquierda. Por supuesto, ahora tienen un enemigo en común y son los Gobiernos «imperialistas de occidente».
En el lenguaje de los grupos de la izquierda pos Guerra Fría, y aquellos que se denominan progresistas se sigue manifestando esta influencia propia de aquella época que les ha conducido a alinearse con colectivos que en su zona de poder no permitirían jamás el desarrollo de este progresismo que raya en ocasiones con un «buenismo idiota».
Para los posmodernos de la izquierda progre los movimientos políticos de las grandes potencias obedecen a una lucha contra el «heteropatriarcado» que continúa en sus afanes imperialistas de someter a los pueblos contra su propia autodeterminación. Por lo tanto, la presencia de Estados Unidos y Europa en el Medio Oriente y África, sigue obedeciendo al patrón de querer controlar los recursos productivos y someter a un nivel de esclavitud a las poblaciones aborígenes.
De igual manera, cualquier movimiento que se manifieste contra la presencia occidental en esas regiones es vista como aliada y además denominado grupo de resistencia, así cometan actos barbáricos y violencia desproporcionada.
Así, ciertas organizaciones se les determinan como parte de una lucha justa y no con la etiqueta de «terroristas». De ese modo, el apoyo a grupos como el Hezbollah en Líbano o Hamás en Gaza podrían ser ideológicamente contradictorios, ya que sus principios, que son políticos pero también religiosos, no son compatibles de la izquierda liberal.
También pareciera contradictorio que en países occidentales, las marchas pro derechos humanos y libertades se utilicen símbolos que son muestras de opresión en países gobernados por musulmanes, por ejemplo burkas y hiyabs, pero que, en este sector del planeta, se les consideran emblemas de la libertad de culto y de multiculturalismo integrador a la sociedad islámica.
Por esta razón, no es de extrañarse que en los atentados terroristas como el de Las Ramblas, Niza, Bruselas, Bataclán, etc. por parte de células de islam radical, estos supuestos progresistas, desvíen la culpa del terrorismo y lo justifiquen con el supuesto de una «respuesta natural» a siglos de colonialismo e imperialismo europeo o, lo que es peor, colocan al mismo nivel a los atacantes que a las víctimas, para que «no se generalice».
Tampoco se les verá protestando contra la persecución de minorías en países donde los gobiernos son islámicos, como ocurre con la población LGBTI, cristianos, yazidíes y otros que la pasan mal cuando rige la sharia islámica de modo estricto o radical.
Ciertamente, estos grupos no deberían ser considerados progresistas con estas actitudes, las cuales lo único que muestran es lo retrógrados que en realidad se manifiestan. De tal manera, que el supuesto «progresismo» no es otra cosa que una máscara de posmodernismo intelectual, donde lo que vale no es la realidad, sino la construcción del discurso.