Para aquellos que disfrutamos de salud y de las comodidades básicas, valorar lo que se tiene no suele conllevar, en la mayoría de casos, un ejercicio diario de agradecimiento. Las prisas, el estrés o un enfoque limitado de nuestra realidad en general relega las bondades cotidianas al cajón de cosas que damos por supuestas.
Afortunadamente, de vez en cuando la vida se las ingenia para hacernos recordar las maravillas que se despliegan en nuestro día a día. Antonio Chávez es una de esas personas que ha convertido su existencia en un acto de agradecimiento continuado por todo lo que tiene y, de alguna forma, por aquello de lo que carece.
Aquejado de una importante falta de visión desde muy temprana edad, Chávez aprendió a entender la realidad fundamentalmente a través de los sonidos, hecho que le llevó a apreciar su capacidad comunicativa y a dedicar su vida por entero al universo sonoro. Estudió hasta grado medio en el conservatorio y se especializó durante ocho años en armonía y composición de jazz. Diplomado en producción y mezcla por la escuela CES, a partir de 2009 se adentra por completo en la producción de música electrónica. Actualmente combina su trabajo como compositor con el de maestro de armonía en su propia escuela.
Chávez se autodefine como un activista en pos de los sonidos. Consciente de vivir en una sociedad marcadamente visual sentía la necesidad de invitar a aquellas persona «atrapadas» en el mundo de las imágenes a cerrar los ojos y escuchar. Fue en ese momento cuando ideó la creación de un atlas sonoro, en sus propias palabras «Atlas nació de un sueño motivado por la necesidad de conocer el mundo, su naturaleza y las tradiciones de los seres que habitan en él. Conocer el mundo, pero a través de sus sonidos y, con ellos, poder cerrar los ojos y dejarnos llevar lejos».
El proyecto comenzó en 2013 en Estambul (Turquía), realizando grabaciones de las llamadas al rezo, en los bazares, de danzas derviches, etc., distintos eventos sonoros que contextualizan un proyecto de preservación cultural y algo más: un viaje a la personalidad de cada sonido a través de su escucha reposada, una invitación a viajar desde el salón del sofá sin maletas, sin prisas, sin expectativas, la propuesta de vivir simultáneamente la quietud y riqueza del momento presente.
El pasado mes de junio Chávez presentó su segundo trabajo, ATLAS. Georgia y Armenia, una nueva radiografía sonora de estos territorios y sus gentes, su folclore, gastronomía y ritos ancestrales.
Para los que nos movemos primordialmente a través de las luces y sombras, colores y miradas reconfigurar la contidianeidad a través del sonido nos da la oportunidad de captar la riqueza sutil que supone aplicar un nuevo prisma sobre situaciones, paisajes o personas, la posibilidad de romper una carcasa limitante en nuestra forma de percibir el mundo, regocijándonos con inocente asombro ante el abanico perceptivo que se abre ante nosotros.
He aquí un extracto del libro que acompaña el viaje sonoro de ATLAS. Georgia y Armenia, una muestra, como tantas otras, de sentimientos inefables despertados por la magia del sonido:
«(...) me dispuse a entrar en el monasterio con grabadora, micrófonos y cascos puestos. El cura ortodoxo se me acercó para preguntarme qué hacía con todos aquellos aparatos; Tamara rápidamente le explicó que viajaba por Georgia recopilando sonidos. El curo le preguntó qué sonidos estaba grabando, ya que allí había un silencio casi absoluto. Me metí en la conversación intuyendo que hablaban de mis menesteres, le dejé los cascos al señor cura de barba larguísima y ropajes negros, pasé mi mano varias veces por su brazo y sus ojos se abrieron como platos. Al descubrir tantísima cantidad de sonidos que había en el ambiente, microsonidos que pudo sentir al pasarle mi mano, una sonrisa y un ademán de respeto me regalaron uno de esos momentos que nunca olvidaré. Alzó su mano invitándome a seguir, mostrándome el camino hacia el resto de la iglesia y pude terminar de grabar aquel espacio tan maravilloso».