Angela Dorothea Kasner, más conocida como Angela Merkel, es canciller federal de Alemania desde noviembre de 2005. Ella es la candidata de la coalición CDU/CSU, llamada también Partidos de la Unión, en alemán, Unionsparteien. Son los dos principales partidos conservadores de Alemania: Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) y la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU).
Después de las elecciones británicas y francesas, le toca el turno a la gran Alemania. Celebrará sus elecciones el domingo 24 de septiembre. Más allá de Merkel, y su coalición de centro derecha conservadora, los germanos afrontan las urnas con el molesto ruido, xenófobo y antieuropeísta, de la ultraderecha, tan sangrante en países vecinos como Austria, Bélgica y Holanda.
En el caso del país germano, la ultraderecha ha ganado electorado con la crisis de los refugiados. Hablamos de AfD, Alternative für Deutschland o, lo que es lo mismo, Alternativa para Alemania. Su ideología es euroescéptica, rechazan el euro, los extranjeros y los rescates de países con dificultades económicas, desean volver al marco alemán y su líder es Alexander Gauland. AfD, lleno del vigor propio de Lepen en Francia, aspira a ser el segundo partido más votado, desplazando al histórico SPD, el Partido Socialdemocráta.
El partido socialista alemán, SPD, goza de buena reputación gracias a su líder Martín Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo. El candidato apuesta por la clase media y las mujeres, la inversión y el matrimonio homosexual. Pero a pesar de su programa, las encuestas dan a los conservadores merkelianos casi un 40% de los votos frente a su 22%.
Y así llegamos a la otra gran pata de la mesa Bundestag, la izquierda. Aspiran a ganar más bancada en el parlamento: Die Linke, fue el tercer partido más votado en las elecciones federales de 2013. Su líder, Sahra Wagenknecht, desde entonces ha ganado crédito frente al partido de Los Verdes alemán, siendo este su partido más afín y el que en elecciones anteriores le roba votos.
En estas elecciones tan marcadas por el tema de las migraciones, Angela Merkel no ha conseguido sacar del debate electoral la vena tan negativa que supone el tema de los refugiados. Los alemanes no recuerdan con especial cariño las oleadas de inmigrantes que cruzaron los Balcanes en 2015 para establecerse en Alemania. Familias procedentes de Siria, en su mayoría, llegaban en masa a las estaciones de trenes y autobús.
La mayoría de la población alemana daba el cerrojazo a semejante éxodo. La política de brazos abiertos de Merkel fue criticada incluso por su socio de gobierno, la formación bávara CSU, quien dio la espalda a la canciller. El amplio descontento social por la invasión de sirios y afganos sirvió de caldo de cultivo para el crecimiento de la radical ultraderecha. Hoy, dos años después, la señora de Europa cuenta con casi el 40% del electorado. Ella ha planteado preguntas a la opinión pública, donde los instintos más solidarios “deben” aflorar: ¿Qué debería de haber hecho? ¿Desplegar cañones de agua contra miles de personas?
No solo eso, la fuerza de su discurso reside en gran parte en el resultado de la puesta en marcha de numerosas medidas que frenan la llegada de refugiados a Europa, entre ellas el tratado con la gran puerta de Oriente: acuerdo firmado con Turquía en marzo de 2016. Europa cerraba sus puertas y pagaba a Turquía 3.000 millones de euros por aceptar la devolución sistemática de todos los inmigrantes irregulares, incluyendo los refugiados.
Así las cosas, Schulz y Merkel ya han vivido su debate televisado, un cara a cara muy esperado que para desgracia del candidato socialdemócrata ha sido una perdida sonora en intención de votos. Schulz no convenció y perdió en su intento de mostrar su lado más duro. Pidió romper las negociaciones con Turquía de acceso a la UE: «cuando sea canciller, cancelaré las conversaciones».
Es en lo único que coincidieron los dos candidatos: en la conveniencia de que la UE suspenda la negociación con Ankara. Para Merkel y Schulz el país turco es autoritario y represivo y esa vía gubernamental de Erdogan no conviene a Europa. Turquía no se siente especialmente feliz de estas valoraciones, es la eterna discriminada y así lo ha dejado claro Ibrahim Kalin, portavoz del Gobierno turco.
Una de las bazas más fuertes de Schulz frente al electorado han sido sus criticas constantes a Donald Trump: si él saliera elegido Berlín no dedicaría un 2% del PIB a gasto militar, como exige Washington, porque Alemania no quiere contar con el mayor ejército de Europa, según su discurso. En su contra considero que su programa omite temas tan importantes como la amenaza del terrorismo islamista o la nueva etapa del Reino Unido en sus relaciones con Alemania.
A más ver, el partido de Schulz intentará recortar distancias pactando con Die Linke y Los Verdes para formar una coalición. Yo realmente espero que esta no sea la alternativa. Es indicativo, y de revisión, que considere la inmigración como un problema eventual y sociológico: siendo expresidente del Parlamento Europeo es bastante grave la falta de calado en su discurso. La inmigración, incluso en las teorías más antiguas de defensa y seguridad de cualquier país, es un fenómeno puramente económico, y en muchos casos de supervivencia.
Los alemanes votarán el próximo día 24 de septiembre para ocupar los escaños del Bundestag, los 598 asientos. Cualquiera que sea el partido que gane la mayoría de los escaños tratará de formar un gobierno de coalición. Y la señora de Europa será de nuevo la canciller de Alemania, ella será de nuevo la locomotora de Europa.
La cuestión con Merkel es: ¿está Alemania realmente dispuesta a definirse como un país de inmigración? ¿Tienen miedo los alemanes de que sus hijos crezcan en un país que, a sus ojos, no tiene nada que ver con la idea que tienen de su nación?