Corría el mes de marzo de 2014 cuando Politika difundió un número especial dedicado a la Reforma Tributaria anunciada por la flamante presidente Michelle Bachelet. Con el propósito confeso de mostrar que sin recursos cualquier Gobierno es impotente. La Reforma Tributaria de Bachelet, sostuvimos, no es sino un volador de luces.
Tres años y medio más tarde, la historieta nos da la razón. Este agonizante Gobierno no tiene mucho que mostrar. El tardío cambio de un ministro de Hacienda sin ambiciones, por otro autodeclarado impotente al término del gobierno de Lagos, no modifica nada.
En marzo del 2014 Politika señalaba que «la carga tributaria global es muy baja, comparada con la que prevalece en la OCDE y los países del primer mundo: en Chile gira en torno a un 21%, mientras en la OCDE va del 33 a más del 50%».
La Ley de Presupuestos del año en curso (2017) señala en su página 31, Cuadro II.2.1. Proyección de ingresos Gobierno Central Total 2017 – moneda nacional + moneda extranjera, que el Total de Ingresos representa un… 21% del PIB. La pinche Reforma Tributaria no modificó en absoluto la proporción de los recursos que el sector público obtiene de la actividad económica del país.
¿Cómo imaginar una ambiciosa reforma a la Educación sin disponer de los recursos necesarios? En marzo de 2014 Politika precisaba: «Si Chile se situase en la media porcentual de la OCDE que es de 33%, el Estado dispondría de unos US$ 100 mil millones en el presente año, o sea recursos suficientes para cumplir con lo prometido por Michelle Bachelet durante la campaña presidencial, y algo más». Pero no fue el caso.
Al establecer el origen de los recursos fiscales, Politika indicó que en el ejercicio 2014 –con una Ley de Presupuestos preparada por el gobierno de Piñera– más del 40% de ellos provenía del IVA, impuesto reconocidamente regresivo que soportan esencialmente los hogares de menos recursos.
En la Ley de Presupuestos del año 2017 en curso, preparada por el Gobierno de Michelle Bachelet, la proporción de los ingresos provenientes del IVA representan… ¡un 48,43 %!
La misma edición de Politika de marzo del 2014 aclaró que el cobre había dejado de ser «el sueldo de Chile». Todo lo que el fisco recaudaba en proveniencia de la minería del cobre (Codelco y mineras privadas) contaba apenas por un 8% de los Presupuestos del Estado.
En la Ley de Presupuestos del año en curso (2017), la tributación de la minería privada alcanza apenas a un 2,04% de los ingresos fiscales. En Codelco, como dijo elegantemente Nelson Pizarro, presidente ejecutivo de la Corporación: «No hay plata, no hay plata, viejo, entiéndeme, no hay un puto peso». Julián Alcayaga ha denunciado repetidamente el pillaje que se opera sobre lo que queda de minería nacional, sin que hasta al día de hoy haya ninguna reacción de parte de las autoridades.
Cuesta creerlo, pero el tabaco le aporta el Estado de Chile mucho más dinero que la gran minería: un 3,43% de los ingresos previstos en la Ley de Presupuestos. Hace ya muchos años que nuestro amigo y colaborador Armen Kouyoumdjian (QEPD) había puesto en evidencia que los tributos del tabaco, y el alcohol, superan con creces los aportes de la gran minería.
El objetivo de la Reforma Tributaria de Bachelet consistía en recaudar US$ 8 mil 200 millones suplementarios. En su edición especial Politika señalaba: “Si este Gobierno hiciese realidad la gratuidad de la Educación, como es el caso en los países civilizados, necesitaría un incremento de la recaudación fiscal del orden de US$ 9. 735 millones... Eso supera el incremento esperado con la Reforma Tributaria anunciada. Si además llevase el financiamiento de la Salud al nivel requerido (11% del PIB), necesitaría otros US$ 23.290 millones... Dicho de otro modo: Chile debe alcanzar el nivel de carga tributaria de los países de la OCDE».
Como ya se dijo, no fue el caso, y no lo será. Volveremos sobre el tema más adelante.
Sin embargo, tenemos que reconocer que en la salud hubo una leve mejoría. Si en el año 2014 Chile le dedicaba a la salud un 3,3% del PIB (EEUU: un 16%; Francia un 11%), en la Ley de Presupuestos del año en curso el Estado le consagra un 4,13% del producto interior bruto. Está lejos de ser una revolución, pero vale la pena señalarlo. En materia de educación, la última Ley de Presupuestos de Piñera (2014) le consagraba un minúsculo 4% (Finlandia: 7%). La Ley de Presupuestos del 2017 aumentó esa cifra a un 5,45%. ¿Aplausos?
Queda por saber qué santos hubo que desvestir para medio cubrir la desnudez de la salud y la educación. Como queda dicho, la proporción del PIB que el régimen tributario obtiene de la economía chilena sigue siendo exactamente la misma. Al decirlo no hago sino repetir lo que decía Politika en el año 2014: Bachelet y Alberto Arenas, su ministro de Hacienda de la época, «desvestirán un santo para vestir otro... Las cuentas no cuadran».
Hay un capítulo de los Presupuestos que vale el desplazamiento: el gasto tributario. ¿De qué se trata? De exenciones tributarias, de privilegios, de cuidados especiales a tal o cual actividad privada que contribuye al paraíso terrenal, si no… no se explica.
Quienes redactan la Ley, y quienes la aprueban, lo saben. La Ley de Presupuestos 2017 señala en la página 101: «Los gastos tributarios presentan una serie de inconvenientes desde la perspectiva de la transparencia fiscal». A confesión de partes relevo de pruebas. Dos párrafos más abajo encontramos un principio de explicación: «Estas instituciones (FMI, OCDE…) incluyen dentro de este concepto todas las exenciones de la base tributaria, las deducciones del ingreso bruto, los créditos tributarios que se deducen de las obligaciones tributarias, las reducciones de la tasa impositiva, y los diferimientos del pago de impuestos». Más claro: Johnson’s, el FUT y otras virguerías que facilitan la evasión fiscal.
Si te lo cuento es porque en el año 2014 el gasto tributario representaba un 4% del PIB, o sea la friolera de US$ 12.000 millones anuales. En realidad no había para qué hacer una Reforma Tributaria: bastaba con eliminar el gasto tributario.
Lo que trae a las mientes una frase del discurso de David Cameron, –entonces Primer Ministro de su graciosa majestad Isabel II– en la Conferencia del Partido Conservador del año 2014: «Cobramos pocos impuestos, pero las empresas deben saber que cobraremos hasta el último centavo».
En esta partida fiscal también encontramos alguna diferencia con lo que ocurre actualmente, visto que el gasto tributario en el año 2017 representa “solo” US$ 9.600 millones. Como ves, no hay razones para lanzar el famoso ce, hache, i…
En estos días Bachelet decidió cambiar su equipo económico (admitiendo que Bachelet decida de alguna cosa). Exit pues Rodrigo Valdés y Luis Felipe Céspedes, he aquí Nicolás Eyzaguirre y Jorge “Tobi” Rodríguez Grossi. ¿Con que objetivo? Misterio. Hay quien afirma que Bachelet desea dejar un legado, una huella, una impronta. Un repentino souvenir de los años en que fue socialista la empujaría a darle a lo que queda de su gobierno –o sea muy poco o nada– una imagen “progresista”.
Admitiendo que así sea, y ya vamos admitiendo mucho, uno se interroga acerca de las razones que la llevaron a escoger a Eyzaguirre y a Rodríguez, que distan mucho de ser émulos del bolchevismo.
Aparte su autorreconocida impotencia (véase mi libro El modelo neoliberal y los 40 ladrones) Eyzaguirre es un converso convicto y confeso, que se nutre en el biberón del FMI al cual va y del cual viene. En cuanto a “Tobi” Rodríguez, es un transeúnte que pasa de la empresa privada al Estado –y viceversa– con una abismante facilidad, confundiendo los intereses de la primera con el patrimonio del segundo.
En términos prácticos, su principal, sino única herramienta sigue siendo la Ley de Presupuestos. Este año no pueden hacer nada al respecto, pero Eyzaguirre y Rodríguez, secundados por el Director de Presupuestos, deben preparar la Ley del año que viene. En otras palabras dejarle la cama hecha al próximo presidente, quienquiera que sea. El proyecto de Ley, aun no disponible en la Dipres, debe ser enviado al Congreso a fines de septiembre. Mientras tanto… el equipo económico no puede sino «enviar señales». En este caso Morse, las señales.
Todas las declaraciones y anuncios muestran una muy comprensible continuidad en el conservatismo. Hay que recuperar la confianza de los empresarios, ergo no hacer nada que pudiese molestarles. El realismo se impone gracias al renuncio. Rodríguez va hasta señalar que a su juicio el proyecto Dominga no está ni muerto ni enterrado.
El converso Eyzaguirre enfatiza que no se alejará de la senda de su predecesor, –que de progresista tenía poco–, que lo suyo es el crecimiento –aun cuando le gusta la música–, que mantendrá una cierta austeridad y mostrará «responsabilidad fiscal», léase no cobrar más impuestos ni gastar más de lo que los empresarios mandan.
Dicho en cristiano, aquí no pasó, ni pasará nada. La misma jeringa con distinto bitoque. Un cretino, perdón, un economista, Alejandro Alarcón, de la Universidad de Chile, asegura que Eyzaguirre no tiene margen para nada en lo que queda de gobierno. Hasta ahí, yo mismo. Pero Alarcón no pudo reprimirse y soltó el doblado: «Nicolás Eyzaguirre fue la persona que llevó adelante el famoso balance estructural, entonces yo creo que él está en una situación de muy poco margen para hacer algo distinto, porque va a perder su reputación como economista».
Así, según este genio, Alejandro Alarcón para más señas, lo que mueve a Eyzaguirre, lo que lo impulsa, su conatus para decirlo de algún modo, es no perder su reputación como economista (sic).
Es hacerle un flaco favor a Eyzaguirre, que, en una entrevista al diario El País ofrecida al dejar el Ministerio de Hacienda del Gobierno de Lagos, confesó que él y Lagos habían sido impotentes para cambiar nada, ante el poder de las multinacionales y la comunidad financiera. ¿Reputación?
En resumen, a Bachelet solo le queda plegar e irse. La veremos partir con lágrimas en los ojos. Pero no por las razones que ella misma pudiera soñar