Con ocasión de la visita del papa Francisco conviene recordar que Chile y el Vaticano tienen muchas cosas en común, y entre ellas la de ser o haber sido países mineros. A mi modesto parecer no sería ocioso agregar que el Vaticano le debe su existencia a Mussolini, un fascista, y el Chile de hoy su Constitución a Jaime Guzmán, digno émulo del Duce.
Orígenes vinculados al fascismo
Corría el año del Señor de 1870 cuando el general Cadorna invadió los Estados Pontificales e hizo de Roma la capital del Reino de Italia. Acojonado, el Papa Pío IX se refugió en el Vaticano y se consideró prisionero. Buscando abuenarse, el Parlamento italiano votó en 1871 la “Ley de Garantías” para proteger las prerrogativas del Papa, y la suma de 2.000 millones de liras a título de indemnización, pero Pío IX las rechazó inaugurando así un conflicto que duró 60 años.
A fines de la Primera Guerra Mundial, un agente de su Graciosa Majestad la reina de Inglaterra, un doble cero –en sentido propio como figurado– llamado Benito Mussolini, llegó al poder en Italia, instaurando una dictadura fascista. Con el triunfo de los bolcheviques en Rusia y las movilizaciones revolucionarias en Alemania, Italia se había transformado en un enclave estratégico.
Los terratenientes, junto a los patrones de la banca y de la industria, financiaron milicias para amenazar, aterrorizar y atacar a sindicalistas obreros y campesinos, a militantes de izquierda y municipios progresistas. Esas milicias privadas se agruparon en torno a la figura de Mussolini quien, como ya se dijo, desde 1917 era un agente del MI5. Así, el fascismo nació en Italia como agente de los patrones y de la derecha dizque liberal.
La Iglesia pensó que era el momento de palmotearse la tripa, lo que se tradujo por la reforma de las leyes eclesiásticas de 1923-1925. No obstante, fue el discurso de Mussolini del 3 de enero de 1925 el que marcó la restauración de las buenas relaciones entre la Santa Sede y el gobierno italiano.
Para hacerla breve, el discurso de Mussolini se resume en las palabras: «El fascismo, a la vez gobierno y partido, impondrá su solución: la fuerza». Una parrafada del discurso de Mussolini vale su peso en oro:
«Si el fascismo ha sido una asociación de delincuentes, si todas las violencias fueron el resultado de cierta atmósfera histórica, política y moral, toda la responsabilidad es mía, porque esa atmósfera histórica, política y moral la creé mediante una propaganda que va desde la intervención en la guerra hasta el día de hoy».
Lo cierto es que a los gritos de «¡Viva Mussolini, viva el papa!», romanos y vaticanos celebraron los Acuerdos de Latran, firmados el 11 de febrero de 1929 en el Palacio del mismo nombre (antiguo palacio del Imperio romano que fue, del siglo IV al siglo XIV, la residencia oficial de los Papas) por el presidente del Consejo de Ministros Benito Mussolini y el Cardenal Pietro Gasparri, secretario de Estado del Papa Pío XI.
Si bien los mencionados Acuerdos redujeron la soberanía papal a la Ciudad del Vaticano, no es menos cierto que confirmaron la religión católica, apostólica y romana como única religión del Estado italiano, conformemente al estatuto del Reino de 1848. Como aceite fenicio, Mussolini puso 4.000 millones de liras a disposición del Vaticano. Grazie al Duce, tutti amici…
El Vaticano, Estado minero
Lo de Estado minero le viene al Vaticano por sus minas de alumbre situadas en Tolfa. I Monti della Tolfa (los montes de la Tolfa) son un macizo montañoso en los Apeninos, al noroeste de Roma, en la Región del Lacio. Se trata, ya lo adivinaste, de una región rica en recursos mineros, y particularmente de alumbre, un sulfato triple.
Durante siglos el alumbre fue un producto absolutamente necesario para el desarrollo económico no solo de Europa, sino del mundo. Más allá de calmar los ardores de los bajos, es uno de los principales ingredientes de que se sirven los tintoreros para dar brillo y vivacidad a los colores en las telas. La Europa medioeval, en la que la producción y el comercio de lanas y tejidos constituía buena parte de los intercambios económicos, importó alumbre de tierras lejanas –Siria, Turquía, Armenia, Marruecos– hasta que Tolfa fue puesta en producción.
El alumbre también servía para preservar los cueros, para endurecer el sebo de las velas, para retardar la putrefacción de los cadáveres y, además, para clarificar el azúcar de remolachas y toda suerte de líquidos y licores.
El alumbre se utilizaba de numerosas maneras, como astringente, en un sinnúmero de enfermedades. Externamente, se usaba contra las excrecencias fungosas, las úlceras, los dolores de las encías, y para curar los sabañones. Aun cuando esos usos se han abandonado, aun se utiliza como adyuvante en vacunas y como coagulante en el sangrado de órganos internos.
En química el alumbre es vital en la parte húmeda del proceso de fabricación del papel, por su efecto floculante; en el encolado en masa del papel, para precipitar la colofonia sobre las fibras celulósicas.
Por si fuese poco, uno de los usos más frecuentes del alumbre de potasio es su función cosmética como desodorante y antitranspirante natural. Al humedecerse y aplicarse sobre la piel, deja una capa de minerales con efecto bactericida, por lo que elimina el olor de las axilas, así como el exceso de sudoración. Puede aplicarse en los pies como desodorante y después del afeitado y la depilación por rasuración.
Todo esto, desde tiempos inmemoriales. Giovanni di Castro descubrió el alumbre de Tolfa en el año 1460. Ese territorio formaba parte de los Estados Pontificales y de ahí en adelante Tolfa fue fuente de recursos para el Papa y la Curia, casi tan productivo como la venta de indulgencias. Conocido como Alumbre de Roma (aunque se ve que el clero no lo consumía), hizo la fortuna del Papa Pío II y unos cuantos más, amén –si oso escribir– de servir para financiar numerosas guerras y batallas, como la de Lepanto en la que Cervantes perdió el uso de la mano izquierda.
Si te cuento todo este ídem es porque el Vaticano dio, durante siglos, lecciones maestras de buena gestión del recurso. El fallido Estado de Chile haría bien inspirándose en ellas para administrar el cobre, el litio, las riquezas pelágicas e incluso el agua. La venida de Francisco pudiese servir, Dios mediante, para interrogarlo con relación a la pasta gansa que el Vaticano retiró del alumbre. No estaría de más que describiese el uso inteligente que la Santa Sede hizo de esa masa financiera para incrementar su riqueza y extender su influencia.
El Vaticano, precursor hasta en esto, entregaba la explotación del alumbre a poderosos concesionarios que, no por poderosos dejaban de pagar una cuantiosa renta o derecho de explotación. En el año 1466 los Medici de Florencia ofrecieron dos florines por cántaro (unos 50 kilogramos) de alumbre extraído. Però, come diciamo noi italiani, non era finita lì: la Cámara Apostólica estipuló en la concesión a los Medici que el Papa Pablo II recibiría –en cualquier caso– los dos florines por cántaro, y en caso que el precio del alumbre subiese por encima de los tres florines, un tercio suplementario.
Los presidentes chilenos que sucedieron a la dictadura, comenzando por el cristianísimo Patricio Aylwin, contrariando las enseñanzas vaticanas entregaron el cobre y el resto a cambio de nada. Ricardo Lagos se las arregló incluso para reducir los escasos impuestos que quedaban en Chile. También es cierto que Lagos es «agnóstico».
Sin ser creyente, ni afeccionar las prácticas vaticanas, en materia de minería me inclino ante la sabiduría de los representantes de Dios en la Tierra. Kyrie eleison. Amén.