Cada vez que escucho la palabra escuálido como insulto y referencia a grupo político desde hace casi dos décadas, me indigno en alto grado. Más aún cuando las encuestas desde el año 2013 apuntan que, a quienes se les endosa esta ofensa, pasan del 75% del censo electoral del país. Hablando de algo mas agradable, la otra palabra homófona que me llega al inconsciente (¿o será el subconsciente, que es el que gobierna los pensamientos positivos?) es escualo, ese pez cartilaginoso que tanto temor genera pero que diariamente forma buena parte de la dieta de las poblaciones costeras venezolanas, mejor conocido como cazón y en su forma mas consumida de empanada.
En los últimos 15 años, el estudio de tiburones en Venezuela ha estado a cargo de uno de los biólogos marinos más versados en el tema: el Dr. Rafael Tavares, y de una más joven de la Universidad Simón Bolívar con estudios de posgrado en Alemania y España: Elena Salim Haubold, quien se ha tornado en buzo internacional experta con estos escualos. Ella ganó beca Rolex 2014.
De las 60 especies de tiburones que existen en nuestros mares, unos 35 están ampliamente estudiados y descritos en la Guía de Tavares. Nuestras especies van desde pequeños cazoncitos de menos de 40 centímetros en longitud, llamados en algunas regiones del país como “viejitas” por lo arrugado de su piel, hasta el gigantesco pero inofensivo tiburón ballena (Rhincodon typus) de unos doce metros. Nuestros pescadores llaman a este gigante “guatiporra” y en Margarita lo llaman “tintorera”, lo que lleva a confundirlo con otro de los escualos más peligrosos, el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier) que puede alcanzar unos 8 metros de largo y cuyo cuerpo muestra unas rayas atigradas gris oscuro marrón, esto en ocasiones hace que no se pueda diferenciar de las motas blancas sobre cuerpo azulado que viste la guatiporra. Afortunadamente es más fácil encontrar en nuestro altamar caribeño y cerca de las costas de Paria al enorme pero apacible tiburón ballena, el cual solo se alimenta de plancton y pequeñas sardinitas que filtra a través de su boca de un metro de ancho, pero que carece de dientes.
En Venezuela los ataques de tiburón sobre seres humanos son una rareza1, según la Base de Datos Internacional del Museo de Historia Natural de Florida y nuestro país presenta solo cinco ataques fatales reportados desde 1931 hasta el 2016, siendo la última fatalidad documentada la del año 2015, cuando un nacional que viajaba a Aruba naufragó y sufrió un ataque letal. En los años recientes se dieron dos casos no fatales: uno muy probable de un tiburón carite o mako (Isurus oxirynchus) que mordió una pierna de un windsurfista francés en Margarita, en abril de 2003, y otro ampliamente confirmado de tiburón toro (Carcharhinus leucas) en Mochima sobre un turista alemán en enero de 2004 quien llevaba peces muertos de su captura como pescador submarino. Ese escualo fue capturado ese mismo día. Esta última especie es la única que puede penetrar cuerpos de agua salobre o dulce como el Lago de Maracaibo y hasta el río Orinoco. Y el de un surfista en Vargas en 2005.
También existen en nuestras aguas tiburones martillo, macuiras, tiburones limón, azules, aletas punta negra, punta blanca, gatas, cuchivanos y los trompa larga; todos ellos de mas de dos metros. De todos esos, los peligrosos son unas cinco especies de gran talla y mal llamados «comehombres». El mar territorial venezolano no presenta al más temido de los escualos, que es el gran tiburón blanco. Los ataques en su mayoría se suceden cuando el tiburón confunde la silueta de la tabla de surf con una tortuga marina o si un buzo o pescador llevan carnada o pescado sanguinolento cerca de su cuerpo.
Ciertamente los tiburones son unos depredadores de temer, pero las orcas y otros grandes delfines como los calderones lo son más; aunque resulte difícil de creer. Ellos cumplen un papel de aseo de los mares al retirar de los océanos ballenas y peces muertos o enfermos. Y mas aún, controlar las poblaciones de otras especies marinas que sin los escualos excederían su balance natural.
Regresando al amigo Rafael Tavares, es más el peligro en que están estas poblaciones de escualos en nuestras aguas y en el mundo, que su potencial amenaza al ser humano. Aunque los estudios necesarios sobre estas especies están siendo profundizados recientemente en ese gran vivero que es el Archipiélago de Los Roques, aún falta mucho para saber cómo está nuestro recurso tiburonero, que no solo lo estamos explotando en incalculados cardúmenes muy juveniles de cazón, sino como también la captura indiscriminada de adultos y hasta neonatos para solo cortarles sus aletas y descartar los cuerpos mutilados para la famosa sopa asiática altamente cotizada internacionalmente.
Estimar este recurso no es una tarea difícil, aunque si onerosa y muy detallada, esto puede orientarnos científicamente en cómo proceder con este potencial pesquero para el bienestar de Venezuela. Una nueva modalidad de explotación más rentable es el turismo de escualos que emplea el avistamiento seguro de submarinistas que jamás han visto esta fauna. Esto lo promociona Elena Salim en más de 15 países que ha visitado. Se estima que es la tercera actividad de turismo de fauna más remunerativa del planeta. Sigamos consumiendo nuestras empanaditas de cazón y sus productos, pero cuidemos a los escualos: son fuente de belleza natural, balance ecológico y riqueza.
Nota
1 El país más afectado por ataques de tiburones sobre seres humanos es Estados Unidos en su costa de Florida (1.657 casos en 2016), en segundo lugar, Australia, y le sigue Sudáfrica. En Latinoamérica, Brasil es el más afectado con 86 eventos anuales.