En la inmensa mayoría de los casos en los que personas no especializadas en la materia se refieren a los términos «información» y «comunicación», lo hacen como si fuesen idénticos. Pero la identificación de ambos es resultado de una confusión, dado que no son iguales, aunque sí parientes, pues ambas técnicas o procedimientos utilizan datos como materia prima.
Diferencias entre información y comunicación
La información para los especialistas en la materia es una manera de transmitir datos en una sola vía o canal, mientras la comunicación es la forma de intercambiar datos en dos vías o canales.
En la vida diaria usamos el método de la información para dar órdenes y el método de la comunicación para intercambiar ideas, pero en la vida pública –por grosera imposición - usualmente los Gobiernos solo transmiten sus ideas, sin tener canales adecuados para escuchar criterios diversos.
Los especialistas en ciencia administrativa suelen recomendar el uso de un solo canal para que fluyan rápidamente los datos de la administración al staff de empleados . Esa manera de dirigir puede ser apta para la toma de decisiones y su ejecución.
A contrario sensu, en ciencia política la modalidad a recomendar, pero usualmente no utilizada en los regímenes democráticos, implicaría el uso de dos canales: uno para informar los planteamientos de gobierno y otro para recibir retroalimentación del pueblo, de manera que al ejecutarse nadie se sorprenda y más bien se haya contribuido a aportar visiones complementarias que enriquecen la democracia.
Si uno pasa revista a los regímenes que se autodefinen como democracias, bien se trate de los que están ubicados en la margen derecha o en la margen izquierda del río de la democracia, el factor entrega-recogida de datos suele mostrar una amplísima ventaja para las democracias de representación (uso solo del canal Gobierno-Pueblo) quedando las democracias de participación en cifras cuasi negativas.
Hay además un agravante en esta forma de gobernar: el Gobierno utiliza con amplia liberalidad su potestad de dar órdenes y taponea sin ambages la posibilidad de que el pueblo organizado utilice canales para dar y también para recibir retroalimentación, salvo en procesos en los que al Gobierno le interesa particularmente recabar opiniones no necesariamente cónsonas con sus decisiones apriorísticas.
Si uno se pregunta por qué hay tanto temor a la democracia de participación – de nuevo a sistemas basados en dos canales: uno para informar y otro para informarse - encontramos que el temor es consustancial con la creencia de que los pueblos son incapaces de definir lo que les conviene, por lo que hay que indicárselo.
Así es más fácil solo informar –sin recibir retroalimentación- y resuelto el problema. Y obvio que si solo se informa, fácil es pasar exclusivamente a dar órdenes. Por eso es que si se hace un inventario, uno encuentra, en todas partes, Gobiernos poco o nada democráticos, aunque las constituciones que les enmarcan indiquen condiciones distintas.
Quizá la inconformidad que es dable constatar se encuentra en todos los rincones del mundo. Antes se debía a la existencia de elites pensantes y por ende no dispuestas a aceptar yugos, pero hoy van tendiendo a desaparecer.
Esta desaparición se explica en buena parte al «encontronazo» entre formas nada democráticas de gobierno y los avances tecnológicos al alcance de un buen sector de sus habitantes que se diluyen en el mar de información que nos ahoga.
El silencio de los intelectuales ante la sustitución de la democracia por la mercadotecnia
Esto conforma un verdadero vacío al que pocos países han encontrado solución, pues la tendencia de los intelectuales que antes marcaron caminos, hoy se refugian en las comodidades de las redes sociales comprando fama que, si bien es visible en los likes obligados, no están diseñadas para permitir más trascendencia que salir del anonimato.
En la dilución de valores que el facilismo electrónico alimenta, los intelectuales de antaño fagocitados por el sistema son ya incapaces de inmiscuirse en los asuntos relacionados con la conducción pública, pues están ahogados por la fama transitoria derivada de estar anulados por la cosecha de puntos en las redes sociales.
No me interesa herir ninguna susceptibilidad escribiendo que el autoritarismo que ha recrudecido en la actualidad se debe a la presencia, cada vez mayor en la opinión pública, de la cultura A o B, o del despertar de la etnia C o D, tampoco a la exhibición de fuerza militar del país X o Z, porque el problema de la carencia de comunicación e imposición de la visión unilateral estatal como medio de relación Gobierno-gobernados es asunto global, no constreñido a etnias o culturas determinadas, aunque los medios de información –que no son medios de comunicación- a diario nos inyecten en la matriz de opinión pública ideas diferentes.
Si uno, como nacional de un país dado, sube un escalón en la jerarquía de las instituciones y revisa lo que ocurre en las instituciones internacionales puede verificar que los autoritarismos nacionales se reflejan en las decisiones de esas instituciones, provocando hondas distorsiones en el manejo de los problemas globales, toda vez cada país tiende a imponer su visión del mundo, no a compartirla para retroalimentarla con otros criterios como debiese ser, según estatuyen oficialmente los ordenamientos de los organismos internacionales. Y es más que obvio y conocido que uno puede identificar fácilmente cuáles son los pocos países que más abusan de este procedimiento informacional, no comunicacional.
Si hacemos el ejercicio inverso: pasar de nuestras sociedades nacionales a la sociedad global con sus estridencias informacionales –léase ordenes- que tienden a ser vendidas por los bloques en disputa de la hegemonía planetaria recurriendo a toda suerte de forcejeos manipuladores, encontramos que, junto con el uso de la fuerza bruta –léase ejércitos- existen técnicas informacionales concretas que buscan vendernos una sola idea, excluyendo cualesquier otra.
Esa fuerza dirigida a las mentes se vale de la publicidad como estrategia de venta. La publicidad sea directa, por tanto visible y discernible, o demencialmente incrustada en la información que aparece como aparentemente neutra, vende ideas que compramos y consumimos en el mercado de la información internacional.
La alimentación informacional- esto es, el consumo de ideas sin la posibilidad de discutir nada por medio de la técnica de venta : «compre, abra, use» -, establece, a su vez, corrientes de opinión que, sin darnos cuenta, nos hunden más en la manipulación, al punto que las ideas de otros –los que mandan- terminan siendo las nuestras.
Compre, abra, use es una técnica fácilmente adquirible tanto a ojo abierto como a ojo cerrado. Nuestra voluntad no juega rol alguno. Nos venden las ordenes empacadas, listas para consumo .No solemos poner pretextos para su adquisición ,pues ignoramos ,por dócil costumbre, que la democracia contiene la formula complementaria: pruebe, compare, deseche que nos permite ser ciudadanos completos, no siervos con derechos cercenados.
Una vez más: esto ocurre porque es más fácil decantarse por el cumplimiento de órdenes sin alejarnos de la norma que se impone, que molestarse en opinar ,porque el sistema se diseña para lo primero, no para lo segundo. Y si la gente no reclama el gobierno se desliza -sin grandes tropiezos- por la línea del menor esfuerzo o, mejor aún, del ningún esfuerzo.
Ahora bien: en las redes sociales tropezamos, a diario, con ideas de que la felicidad es nuestra obligación en la Tierra. Por tanto: hay que ser feliz y todo arreglado. No nos damos cuenta que es parte del «paquete» que nos venden para seguir manipulándonos y compramos la receta, y la repetimos hasta el cansancio, sin darnos cuenta de que eso obliga, indefectiblemente, a aceptar todo, sin disquisiciones sobre su naturaleza, sin discusiones sobre su pertinencia. Porque ser feliz implica nada más, nada menos, que el aceptar todo sin discutir.
Y todo en nombre de la Información, que conlleva otra gran mentira: «Si usted tiene información tiene poder». Así que, sin discriminación y creyéndonos el cuento, compramos ideas, informes, puntos de vista, posiciones, ordenes, imposiciones.
Y no discutimos, no argüimos, solo deglutimos, olvidando por completo que las ideas que nos dominan son la resultante de decisiones no representativas más que de los grupos que tienen poder para imponer.
Y de nuevo -valga la pena recalcar- no me refiero a ninguna ideología en particular, toda vez todas las que se disputan la hegemonía en cada nación y en el globo, actúan de idéntica manera, a falta de la participación de todos en la toma de decisiones.
Por una democracia de la participación: tres puntos clave
Planteo al inicio que la democracia de participación es la forma adecuada para vivir la Democracia, pues se asienta en el intercambio de opiniones, no en la imposición de estas. En concordancia con la propuesta vale reivindicar el título: hagamos la guerra a la información, démosle la bienvenida a la comunicación, lo que conlleva el iniciar procesos de concienciación para incidir en cambios en la forma de hacer política que ha pasado de ser un arte noble a convertirse en algo deleznable.
Esto implica tomar conciencia de al menos tres puntos indispensables:
El primero es que la política no es asunto de los políticos, sino obligación de todos. Traduzcámoslo: la obligación de cada ciudadano de interesarse en las estrategias de venta de candidatos para quienes el público meta es tan solo un objeto prácticamente pasivo que obedece a reflejos condicionados y por tanto comienza y termina obedeciendo instrucciones, sin derecho alguno a opinar, muchos menos a ser tomado en cuenta. Esta invisibilización total de las personas que se practica en las campañas electorales, prosigue en la conducción de los asuntos públicos y culmina en la imposición de decisiones internacionales .
El segundo es que la democracia participativa no es ningún antídoto de uso casero sino la culminación de un proceso de democratización de la política, por tanto asunto serio, que debe ser considerado no solo en la participación ocasional de ciudadanos en los asuntos que les atañen directamente, sino ocupación permanente, sujeta por tanto a procesos utilizados por las ciencias sociales en decisiones grupales, solo que magnificadas a nivel de cada país.
El tercero es que la Revolución Francesa, que en 1789 iniciara un proceso de reversión del absolutismo monárquico, se caracterizó por el ilimitado poder del soberano, cuya autoridad no estaba sujeta a control alguno , pero –sin que nos percatemos de ello- ha estado reverdeciendo a causa de factores nada democráticos presentes en los estamentos políticos partidistas y en las constituciones de países diversos.
Esta situación de reversa democrática se explica -en buena parte – por la desigualdad social, política y económica que se ha ido enseñoreando de muchísimos países, sin distinción alguna de su tipo de régimen.
Si unimos todos los puntos anteriores en una lista más concreta y concisa puede afirmarse que hoy día, darle la espalda a la democracia de participación, deviene invariablemente en un progresivo cercenamiento de libertades y derechos, que tendemos a pasar inadvertidos por la venta de ideas mediante técnicas publicitarias, poderosa rama de la estrategia de ventas aplicada mundialmente sin miramientos de ninguna clase.
Concluyamos afirmando con absoluta seguridad de que es así, que la estrategia de ventas se aplica por regímenes de todo tipo, pero no en detrimento de la equitativa redistribución del poder, sino –justo- en sentido contrario: su acumulación, sea que se haga en nombre del capitalismo o del socialismo o de algunas de las diversas variables que se encuentran comprendidas en estos dos flujos dominantes.
Comunicación es el entendimiento humano, por tanto elemento central, organizador de la vida humana, puesto que sin ella no puede existir ninguna sociedad, ni estructura social alguna puede formarse o perdurar... debido a que toda acción conjunta realizada por individuos se basa en significados compartidos y transmitidos a través de la comunicación.
Tal comunicación, por último, facilita el tránsito de individuos separados o colectivizados, para permitirles convertirse en personas, mediante programas dirigidos a la participación. Pero no a una participación meramente digitada, exclusivamente dedicada a hacer obras materiales, sino amplia, sin restricciones para que por su medio fluya la creatividad humana aprisionada.