Uno de los motivos más desconocidos con los que actualmente se emplean los drones es para dirigir a los elefantes. Sorprendente, ¿verdad? La razón no es otra que, al igual que el zumbido de las abejas, el ruido de las hélices de los artefactos mecánicos provoca que este tipo de paquidermos salga corriendo y agitando sus orejas de manera despavorida.
El objetivo de tan extraño propósito es alejar a los elefantes de los cultivos humanos que acaban por destrozar; es decir, los drones sirven en este caso para obligar al animal a salir de los límites de cualquier población.
Sin embargo, éste es solo uno de los argumentos que explican la controvertida relación que se ha establecido entre las herramientas voladoras y el mundo salvaje. En el caso del elefante queda claro el miedo por el que atraviesa tan voluminosa criatura; por su lado, y según un estudio publicado por investigadores de la Universidad de Minessota, el oso negro dispara su ritmo cardíaco en presencia de los drones hasta llegar a las 123 pulsaciones minuto, un susto registrado incluso en un ejemplar que ya se había recogido para hibernar.
También se ha intentado emplear este tipo de tecnología en la lucha contra los cazadores furtivos de rinocerontes. El parque Kruger, en Sudáfrica, decidió recientemente desplegar los vehículos aéreos no tripulados para detectar a los criminales por la noche, haciendo uso de cámaras térmicas.
No obstante, el fracaso de los drones en este cometido ha sido muy decepcionante debido a que dichas cámaras se quedan incapacitadas dadas las altas temperaturas del Kruger y a los innumerables animales que se mueven por el parque. De hecho, no se ha podido detectar ni detener a ningún furtivo a pesar de todas las expectativas que difundieron hace un año los medios de comunicación.
Además, como explica el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos en una advertencia que prohibe el uso de artefactos voladores, «los drones pueden ser extremadamente ruidosos y afectar al paisaje sonoro natural. Igualmente, pueden tener impactos negativos en la vida silvestre cercana».
Un ejemplo lo detalla Laura Chapman, responsable del Centro de Mamíferos Marinos, al observar que los drones estaban arruinando la crianza de las focas en las playas de California, uno de los momentos más delicados de la vida de estos mamíferos. «Estos animales son realmente sensibles y las crías necesitan tiempo de aprendizaje con sus madres, unas cinco semanas, un periodo vital para su posterior desarrollo».
En el otro extremo, parece que al resto de cetáceos, tales como orcas, delfines o ballenas, a los que ya es muy frecuente seguir a través de estos aparatos no tripulados, no les molesta su ruido. Por lo menos, según el último análisis científico realizado.
Con todo, los animales están tomando sus propias medidas contra las herramientas de plástico. Gracias a las cámaras incorporadas en los drones, se ha comprobado cómo gansos, águilas y halcones derriban los artilugios en pleno vuelo; los canguros, a puñetazo limpio; los antílopes que los cornean, zarpazos de guepardo e incluso capturas de tigres siberianos en grupo. En resumen, un muy amplio abanico de soluciones de defensa.
Es más, tanto en los Países Bajos como en Francia, la Policía y el Ejército entrenan águilas para cazar drones peligrosos. Y viendo una efectividad pasmosa por parte de las rapaces, habrá que esperar a cuando se desarrolle por completo la industria de los drones de reparto en Nueva York -por ejemplo-, ciudad que alberga una de las mayores poblaciones de halcones peregrinos del mundo.
Finalmente, no se debe olvidar que los drones intentan ayudar a conservar el mundo animal. En Estados Unidos, se utilizan para diseminar vacunas destinadas a los hurones; mientras, en México, evitan el robo de huevos de tortuga; y, por citar otra demostración, ayudan a conocer los niveles de extinción a los que se enfrentan los orangutanes de Sumatra. Una medida, en definitiva, «más que necesaria para atender la preciosa y cada vez más amenazada vida salvaje de la Tierra», concluyen los especialistas.