Hay algunas temáticas que no aparecen, generalmente, en las discusiones sobre las problemáticas de la región –generalmente se habla sólo de economía- y son las que tienen de ver con la educación, el cambio climático y las migraciones, sobre las que se carece de políticas e incluso de proyectos para abordarlas.
Pero considero que lo primero a destacar es el deterioro que ha sufrido la educación como factor central de integración y movilidad social, productiva y cultural de la región. El periodista estadounidense George Will, lanza desde The Washington Post un argumento novedoso que tiene que ver con la educación pero también con los medios de comunicación: señala que la "mentalidad Trump" no se relaciona solo con el resentimiento de los sectores menos educados desplazados por la globalización, sino también con la pérdida de pensamiento crítico en las muy mercantilizadas universidades preocupadas en "satisfacer el cliente" con el menor esfuerzo posible.
Por cierto, el capitalismo en nuestros países integró a través de la educación pública a la población campesina a las ciudades en el trabajo industrial, y a los inmigrantes a la nación (idioma, valores patrios, entre otros). Por ejemplo, en Argentina y Uruguay era su objetivo también pasar de la producción ganadera extensiva a la agricultura (la idea del gaucho bárbaro, marginado, perseguido tuvo también esa perspectiva, y la idealización de las colonias agrícolas). Por supuesto que la intencionalidad de nuestras elites era limitada, planteándose mantener sus privilegios para la educación universitaria. La disputa fue por la movilidad social y esa realidad ganó también espacio en la mejor literatura con M' Hijo el Dotor, del uruguayo Florencio Sánchez, por ejemplo.
Hoy, una serie de mutaciones culturales presiona a los sistemas escolares de América Latina y el Caribe, impulsando su transformación de manera acelerada, mientras lo que permanece invariable es el sistema económico, político, social y cultural de explotación del hombre por el hombre. El sistema económico, político y social no se ha mantenido "invariable". Por el contrario, ha cambiado y mucho.
Por un lado, los cambios productivos y tecnológicos diferencian requerimientos formativos de una elite (gerentes, especialistas, etc.) respecto del resto en tareas industriales o de servicios más automatizadas o directamente reemplazadas.
Por otro lado, por la mercantilización educativa, en buena medida vinculada a lo anterior, pero también por la búsqueda de nuevas áreas de valorización del capital , se ha ido abandonando la concepción de educación pública para crecer la idea de esta como "área de mercado". Por ejemplo, para el Banco Mundial, en Haití no hay que abrir escuela públicas, sino dar vales a las familias para que los usen en colegios privados. La dinámica no apunta más a la integración social y educativa, sino a la desintegración. El fenómeno golpea a trabajadores (la pérdida de la imagen del obrero de mameluco), pero llamativamente también a sectores medios, los "cuellos blancos" administrativos, que son reemplazados en sus tareas por computadoras.
El temor de los educadores es que en el marco de las transformaciones del capitalismo mundial del siglo XXI se genere un Apagón Pedagógico Global (APG). Fueron 236 educadores e investigadores educativos de todo el mundo quienes le alertaron a Irina Bokova, directora general de la Unesco, el 9 de julio de 2015. Allí señalaban que esta tendencia a generar un APG se expresa en: la fragmentación de la pedagogía, en el impulso de modas temporales de algunos de sus componentes (didácticas, planeación, gerencialismo, evaluación, currículo, sistemas de evaluación escolar) que terminan generando una despedagogización de la educación y especialmente de la escolaridad.
Asimismo, en desvalorización institucional y social de la profesión docente que conlleva a impulsar la idea que cualquier titulado puede ejercer la docencia, rompiéndose la noción de profesionalidad en el sector y de carrera docente e incluso cuestionando la existencia de normales y universidades que forman docentes. Los educadores alertaron sobre un creciente discurso de desvaloración de la escuela, del centro educativo, con alternativas que golpean la noción de educación pública, como lo son la , la educación en casa o el concepto de espacios de aprendizajes como sustitutos permanentes de plantel y aula. Señalaron, asimismo, la evaluación de aprendizajes en dos áreas cognitivas (pensamiento lógico matemático / lectura y escritura), una informativa (conocimiento sobre ciencias) y una instrumental (uso de tecnología) creando la noción que el resto de los aprendizajes son de segundo orden, y que lo que apunte al desarrollo integral del ser, individual y social, y la construcción de ciudadanía pasa a ser accesorio y prescindible.
La estandarización de los criterios y valores de estas cuatro áreas de aprendizajes se presentan como equivalentes a la calidad educativa como aspiración ciudadana colectiva, señalaron a la directora de Unesco. Respecto al cambio educativo, Unesco (2015) plantea: Vivimos tiempos turbulentos. El mundo está rejuveneciendo y aumentan las aspiraciones a los derechos humanos y la dignidad. Las sociedades están más conectadas que nunca, pero persisten la intolerancia y los conflictos. Han aparecido nuevos centros de poder, pero las desigualdades se han agravado y el planeta está bajo presión. Las posibilidades de un desarrollo sostenible e inclusivo son muy amplias, pero las dificultades son arduas y complejas. El mundo está cambiando: la educación debe cambiar también.
Para el educador venezolano Luis Bonilla, el cambio educativo suele venir en presentaciones de reformas -muchas de las cuales son contrarreformas que procuran eliminar o minimizar el impacto de importantes conquistas sociales en la acumulación de capital social. Hoy, es creciente el interés de los países desarrollados por generar una centralización de las reformas educativas a escala mundial que les permita introducir de la manera más homogénea y rápida los cambios educativos que demanda el modelo de producción del siglo XXI, aunque la realidad es que no se avanza en el reconocimiento de la formación profesional entre países. Existe una mercantilización transnacional de la educación: por ejemplo, las universidades de EE.UU atraen estudiantes con recursos de América Latina.
Precisamente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aprobados por los países miembros de la ONU en septiembre de 2015, expresan la tensión actual entre aspiraciones ciudadanas y los intereses del gran capital. Las reformas educativas aparecen ahora como resultantes de un consenso mínimo internacional que guiará los procesos de cambio de los sistemas escolares nacionales. Los ministerios de Educación son interpelados a cambiar; conforme a las orientaciones que dictan los organismos económicos internacionales o, en la dirección convergente que acordaron sus gobiernos a través de los ODS, cuyo monitoreo, supervisión y evaluación está a cargo del sistema de Naciones Unidas.
El argentino Juan Carlos Tedesco, director de la Oficina Regional de Educación de la Unesco para América Latina y el Caribe, señala que en el debate sobre la situación educativa actual y sus perspectivas futuras existen dos parámetros centrales: los desequilibrios y problemas no resueltos del pasado, y los desafíos que plantea un mundo crecientemente intensivo en conocimientos para una minoría, los cuales deben ser colocados en el marco de las limitaciones provocadas por la crisis económica que afecta al conjunto de la región. Los problemas de desempleo creciente, marginación y abismos entre los que “están” y los “no están” son cada vez mayores en todo el mundo: también en los países centrales.
Los desequilibrios y problemas no resueltos en el pasado incluyen la polarización de una estructura educativa donde coexisten altos porcentajes de excluidos junto a altos porcentajes de personas que alcanzan la cúspide del sistema (aunque muchos de ellos carecen de trabajo): la creciente diferenciación interna del sistema educativo en función de los sectores sociales; la escasa capacidad para definir modelos curriculares y organizativos adecuados a las condiciones particulares de nuestros países en un período de mayor globalización; la disociación creciente entre la cultura escolar y la cultura social, que produce un empobrecimiento de ambas, entre otras.
En los últimos años se desarrolló un movimiento destacando la necesidad de un currículum que represente la diversidad cultural existente y que recupere los conocimientos, valores, pautas y experiencias propias de las culturas populares, mientras se plantean grades movilizaciones en defensa de la educación pública, gratuita, laica y de calidad (desde Chile a Estados Unidos). Y también surgieron debates en las propias elites sobre la inconveniencia de las formaciones particularistas" fraccionadas en una época de grandes cambios que requiere perspectivas "generalistas" también para reconocer y adaptarse a los cambios. Algunos educadores señalaron que no sólo los contenidos, sino la escuela, como institución, pertenecía al modelo de imposición ideológica de los sectores sociales dominantes.
Para la CEPAL, es imperativo "recobrar autonomía en la formulación y, sobre todo, en la instrumentación de las políticas económicas, si se desea recuperar la capacidad de crecer e imprimir nuevas transformaciones a las sociedades que integran la región". Esta recuperación de la autonomía implica, en términos sociopolíticos y culturales, un resurgimiento de cierto nacionalismo desde el punto de vista ideológico, en un marco político de democracia representativa.