Una lucha contra el autoritarismo. La política venezolana ha estado marcada por un mes de protestas ciudadanas que, lejos de agotarse, toman más fuerza cada día. Aunque los conflictos políticos en el país sudamericano se remontan a la estructura implementada hace 19 años (de la mano de Hugo Chávez), los últimos dos intentos autoritarios del presidente Nicolás Maduro han sido los grandes desencadenantes de las manifestaciones y la petición de un cambio en el Poder Ejecutivo.
¿El primero? La decisión del Tribunal Supremo de anular todas las competencias de la Asamblea Nacional (única instancia pública con representación de la oposición y que ha sido electa democráticamente). La toma absoluta de poder por parte del Ejecutivo hizo que, desde Venezuela y el exterior, se considerase la maniobra como un autogolpe. Si bien la medida fue revocada en horas, el amago de constituir una dictadura (más las carencias sociales, económicas y políticas) fueron el detonante del descontento de la población.
Ahora, con semanas de protestas y más de 30 muertes registradas por la represión de las fuerzas de seguridad, llega la segunda medida autoritaria: el llamamiento a crear una constituyente. Una figura política que permitiría a Nicolás Maduro la modificación de la Carta Magna del país, modificando la estructura de los poderes públicos a su interés y logrando controlar a la Asamblea Nacional, así como había intentado desde el punto de vista judicial (el mismo brazo ejecutor para las detenciones de representantes políticos como Leopoldo López, entre otros).
Aunque desde el Gobierno se ha anunciado el interés de dialogar con la oposición, su discurso no ha sido coherente. Solo horas después de mostrarse abiertos al encuentro en los medios internacionales, se han empleado los canales regulares (las cadenas) para informar que se abrirá una investigación a Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, por supuesta instigación a la violencia. El mismo patrón que se empleó, en su momento, para la detención de Leopoldo López (quien lleva un largo período de tiempo incomunicado con sus familiares, por lo que se duda de su estado de salud) y calmar las manifestaciones de los ciudadanos.
La desesperación por conservar el poder queda evidenciado en dos frentes: el más evidente, la brutal represión de las fuerzas de seguridad que han llevado a la muerte de tres decenas de manifestantes y centenares de heridos. La segunda, el miedo a aceptar un referéndum revocatorio donde se mida, voto a voto, la popularidad de Maduro y se haga un balance de su gestión. Una medida democrática que podrá poner fin a una etapa nefasta de la política venezolana, donde la muerte y las carencias han sido la mejor firma del ‘socialismo del siglo XXI’.