Frank Underwood es un personaje de ficción del que se pueden encontrar abundantes artículos del tipo “las mejores citas de…”. Frases como:
«La democracia está tan sobrevalorada».
«La gente respeta el poder. No la honestidad».
«Le lanzaría por el hueco de las escaleras y prendería fuego a sus huesos rotos si no fuera porque iniciaría la tercera guerra mundial» [Sobre el presidente ruso].
«Aunque soy un hombre adulto, disfruto los videojuegos».
Mi favorita:
«Usted no es sujeto de ningún derecho».
Las frases tienen su aquel. Especialmente porque el personaje que las dice es todo un presidente de los Estados Unidos en el drama político House of Cards que regresa el próximo mes. Y es Kevin Spacey quien las interpreta con su clase habitual, lo que resulta otro punto a favor.
Frank Underwood no es un presidente al estilo de El Ala Oeste de la Casa Blanca. A pesar de pertenecer al partido de Obama, tampoco recuerda mucho a aquel y menos a alguien tan poco sofisticado como el actual inquilino de la Casa Blanca. El personaje de Spacey es todo lo que se puede esperar del político villanizado ideal en manos del actor que ha hecho una carrera de interpretar brillantemente retorcidos manipuladores. Y aunque ya en la primera temporada cruzaba demasiado alegremente la peligrosa línea entre bastardo manipulador y asesino psicópata, el estilo y la convicción que Spacey le pone al personaje permitía hacerse el loco a ver a dónde iba la cosa.
Genealogía del personaje
Hay que mirar hacia atrás. Antes de Frank Underwood tenemos a Beau Willimon, creador y guionista de la versión de Netflix de House of Cards. David Fincher, quien no debería necesitar presentación, descubrió la miniserie de la BBC House of Cards a comienzos de este siglo y la llevó a Netflix.
La serie emitida con gran éxito en 1990 adaptaba la novela sobre lo peorcito de la clase política inglesa escrita por Michael Dobbs. En la novela, Underwood era Francis Urquhart. Su mujer, Elizabeth, jugaba un papel mucho menor que en la actual serie de TV y el libro finalizaba con la muerte del protagonista.
Eso cambió en la adaptación realizada por la BBC en la que también participó Dobbs y dejó a Francis tan vivo como en posición de seguir pergeñando cabronadas sin límite a colegas y conocidos. Dobbs, en un curioso ejemplo de retrocontinuidad, aprovechó el éxito de la serie para continuar las novelas en el punto que las había dejado la BBC en lugar de su propio libro, obviando así el fallecimiento del protagonista. Dos continuaciones que tuvieron un gran éxito y fueron adaptadas por la BBC con similares resultados.
Ea, ea, ea, Frank se cabrea
La actual House of Cards cuenta la historia del monumental cabreo de Frank Underwood que le lleva a acomodar el devenir del país a sus ambiciones personales. Kevin Spacey encarna al congresista demócrata que forma parte del equipo electoral del candidato a presidente Garret Walker. Cuando Walker gana las elecciones e incumple la promesa de darle una Secretaría de Estado a Frank, la venganza del congresista será terrible (spoilers a partir de aquí).
Underwood inicia una escalada de maniobras ocultas, manipulaciones abiertas, golpes bajos, promesas tramposas, hipocresía sangrante, chantajes irrenunciables y asesinatos que le llevará a ir derribando a cada uno de sus enemigos políticos hasta acabar con Walker y ocupar su posición al frente de la Administración de la primera potencia mundial. Sí, Kevin Spacey de psicópata cabronazo y como presidente de los Estados Unidos.
En ese punto terminaba la segunda temporada del House of Cards de Netflix, que coincidía con el final de la primera en la versión original de BBC. El problema de ese recorrido eran los altibajos. El alti es la primera temporada y el bajo la segunda.
Mientras que la primera es la que asienta el prestigio de la serie como drama político más o menos creíble, la segunda se lanza por el precipicio del folletín con poca querencia a la coherencia y menos a la verosimilitud. Pero una vez finalizada, volvemos a tener a los protagonistas de nuevo en una posición interesante.
Spacey, presidente
Ya como presidente de los Estados Unidos, Frank se enfrenta a nuevas clases de problemas y adversarios. Un contrincante tan chungo como el propio Underwood es el presidente ruso Vladimir Putín con otro nombre Petrov, capaz de cascarle un morreo a la primera dama delante del marido además de montar crisis internacionales para tocarle las narices a Frank.
Pero otro aún peor resulta su propia esposa, Claire, quien abandona a Frank Underwood para convertirse en su mayor rival en la arena política y cuenta con galones sobrados para ser un bicho tan manipulador o más que su marido. Entretanto, el irremediablemente encantador Frank es disparado, pasa por un trasplante de hígado y se las ve también con el terrorismo islámico para finalizar la última temporada emitida con una lapidaria frase que es un cierre perfecto pero que da escalofríos imaginar en boca del actual presidente de los Estados Unidos:
«No nos sometemos ante el terror. Nosotros creamos el terror».
Como se ve, la tendencia al despiporre continúa. Pero House of Cards también tiene momentos en los que trasciende su formato de entretenimiento y conecta con la sensibilidad que hay al otro lado de la pantalla, que es cuando una serie consigue calar en el espectador.
You´re entitled to nothing
Tenemos un gran ejemplo en el segundo episodio de la tercera temporada. Underwood, acorralado dentro de su partido, inicia una arriesgada maniobra política que le lleve, eventualmente, a la reelección. Toma la iniciativa y televisa un discurso en el que lo primero que el presidente recuerda a sus ciudadanos es que no son en absoluto sujetos de ningún derecho. Y se sincera como ningún político real tendría la temeridad de hacer:
Buenas noches. Durante demasiado tiempo Washington y nosotros os hemos estado mintiendo. Decimos que estamos aquí para serviros cuando, de hecho, nos servimos a nosotros mismos. ¿Y por qué? Nos impulsa nuestro deseo de ser reelegidos. Nuestra necesidad de mantenernos en el poder eclipsa a nuestras obligaciones de gobierno. Eso termina esta noche. Esta noche os diré la verdad.
Y la verdad es que el sueño americano os ha fallado. ¿Trabajas duro? ¿Sigues las reglas? No se os garantiza el éxito. Vuestros hijos no alcanzarán una vida mejor que la vuestra. Diez millones de personas no consiguen empleo aunque los busquen desesperadamente. Estamos bajo la carga de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, asistencia social, prestaciones sociales… Y esa es la raíz del problema. Quiero ser claro: ustedes no tienen derecho a nada.
Es una provocación con la que vender la moto que va a contarles a continuación y que no tiene otro objetivo más que ayudarle a mantenerse en el poder a toda costa. Pero Frank Underwood interpela directamente al espectador cuando dice esas líneas. Y al hacerlo está mostrando algo que jamás diría un político públicamente, pero cualquiera ha podido sentir en su experiencia personal. Cada palabra de ese discurso podría ser dicha por cualquier político y ser absolutamente ciertas.
Es en un momento así cuando House of Cards es más que ficción, se siente como una constatación de como es realmente la vida política y comparte algo con el espectador que va más allá del entretenimiento. Se agradece la honestidad, en otras palabras.
El efecto Trump en House of Cards
House of Cards es una serie que, aunque no maneja personajes reales, se desarrolla de forma paralela a la actualidad política e internacional. En la última temporada Frank estaba centrado en ganar las primarias de su partido de cara a las elecciones que tuvieron lugar el pasado mes de noviembre y que en la realidad ganó Donald Trump frente a Hillary Clinton. De qué manera integrará House of Cards en su trama un acontecimiento de ese calibre es aún un misterio como todos los detalles acerca de la trama de la quinta temporada que Netflix estrena el próximo 30 de mayo, pero es difícil imaginar que la serie obvie un elemento narrativo de ese calibre.