Un día cualquiera enciendo el televisor y sintonizo las noticias. “Dubái prueba un taxi-dron chino”, escucho. Sin conductor. Volador. El primer pensamiento que me invade es el recuerdo del futuro de la película Regreso al futuro. El segundo pensamiento que me asalta es el futuro de ese conocido taxista y de su gremio. Y se quejaban de Uber.
Últimamente se suceden las noticias relacionadas con el imparable avance tecnológico. Tras asistir menos asombrados que impávidos (parece que ya lo hemos visto todo) a la era de los coches que se autoconducen, las máquinas que diagnostican enfermedades o los robots que identifican emociones, vemos cómo la ola tecnológica ya no nos moja los pies, nos cala hasta los huesos. Hasta tal punto que hace poco el debate sobre lo ético de introducir chips en la piel para fichar en el trabajo casi nos saca de nuestro estoico estatismo poslaboral. Una noticia comentaba que alguna empresa había introducido este tipo de tecnología. Lo más curioso es que en 1996 una compañía de videovigilancia (cómo no) de Ohio ya utilizaba este método.
Sin negar las bondades de la tecnología que me permite redactar este artículo y a usted leerlo, uno no puede evitar pensar en la gran crisis de nuestros días y en el paro que enferma crónicamente a nuestro país. ¿Quizá el avance de la tecnología destruya trabajo de forma irreversible, siendo una causa más de la larga convalecencia?
Llegado este punto, es fácil acordarse de las ágiles manos que pasan productos por caja y nos preguntan si queremos bolsa de forma cotidiana en el supermercado. Cada vez son menos. Las máquinas han suplantado su cantarina voz y su sonrisa (si había suerte).
Brynjolfsson y A. McAfee, autores de Race against the machine y The second machine age, analizan la conquista tecnológica y señalan que aquellas personas con trabajos rutinarios y/o de baja calificación, así como muchos trabajadores cualificados (traductores, analistas de datos, gestores...), serán potencialmente reemplazados por máquinas.
Según un estudio realizado por la Universidad de Oxford, en torno a 700 profesiones serán reemplazadas por máquinas en 20 años. Los robots podrían desempeñar las tareas en las que hoy trabaja el 47% de los trabajadores. Casi nada.
Cajeros de bancos o supermercados, carteros o personal de oficinas de correo, agentes de viajes, agricultores... son algunas de las profesiones que corren más peligro.
En 1933 el economista Keynes señalaba que se iba a producir un aumento del desempleo tecnológico debido a que el descubrimiento de formas de economizar puestos de trabajo iba a ser más rápido que la velocidad a la que se crearían otros nuevos. Si bien hasta ahora esta profecía no se ha cumplido estrictamente, parece que el siglo XXI lleva camino de hacerla realidad. Según algunos estudios, la mitad de las empresas que han reducido empleos desde el comienzo de la crisis en 2008 lo han hecho mediante la automatización. Es difícil no relacionar, de paso, este año con el inicio de la gran crisis de los últimos tiempos.
Pero las cosas no son tan simples. Un estudio de Adecco indica que "serán los perfiles cualificados ligados a la tecnología y al ámbito digital, los perfiles vinculados al trato con las personas y los especializados en marketing y ventas los que más relevancia alcanzarán en 5 y 10 años". De acuerdo con las previsiones macroeconómicas de la Unión Europea, hasta 2020 se crearán 900.000 nuevos puestos de trabajo tecnológicos. Entre esos nuevos puestos de trabajo se encuentran programadores y desarrolladores, empleos en marketing y comunicación (community manager y marketing), puestos relacionados con el diseño visual y la creatividad digital y otros tantos destinados a la estrategia y gestión de negocio. Sin olvidar todo lo relacionado con el turismo y el ocio y la salud y el bienestar. Al fin y al cabo, el progresivo envejecimiento de la población es imparable.
Sirva como ejemplo esperanzador Amazon. Esta compañía anunció recientemente el lanzamiento de su tienda Amazon Go en la que desaparecen los cajeros, sustituidos por tecnología. Los cajeros de tiendas y supermercados, según las últimas encuestas de población activa norteamericanas (2014), proporcionaban empleo a unos tres millones y medio de personas en los Estados Unidos.
Si bien este hecho pudiera parecer redundar en una reducción del número de personas empleadas por la compañía, el desenlace ha sido bien distinto: Amazon acaba de anunciar su intención de incorporar a unas cien mil personas a tiempo completo en los próximos 18 meses, entre puestos de logística y de tecnología. La compañía incrementará su plantilla desde los 180.000 a los 280.000 trabajadores en los Estados Unidos. Cabe destacar que quienes han reducido personal de manera consistente a lo largo de los últimos años han sido las empresas de distribución tradicional.
El pronóstico no es tan desolador, pues, si es cierto que en ese período de 5 o 10 años se habrán generado nuevos puestos de trabajo. El “mientras tanto”, es otra cuestión.
Pero no todos los augurios son positivos. Entre los más fatalistas, el autor Martin Ford anticipa que el creciente malestar social creado por la "desaparición" de los trabajos solo va a poder afrontarse con medidas radicales como la Renta Básica.
Este designio negativo puede no serlo tanto. Quizá avancemos hacia una sociedad en la que haga falta trabajar menos (suena demasiado utópico decir no trabajar) y disfrutar de más tiempo libre. Imagínense que las máquinas trabajan por nosotros en muchos casos y generan beneficios para todos. Al fin y al cabo la tecnología no tiene que pagar hipotecas.
¿Llegará ese día? Ante la incertidumbre del futuro cabe mirar al pasado y recordar unas palabras de Aristóteles: si las estatuas de Dédalo movieran solas los telares, las personas podrían dedicarse a filosofar. Y no harían falta esclavos.
Y sin esclavos, no hay dueños.