Esta extraña y, desde luego, poco amable “invitación” no es inventada para llamar tu atención, lector. No. Esta invitación existe y es una de las normas que rigen la vida en Longyearbyen, la capital del archipiélago de las islas Svalbard, en Noruega.
¿Por qué? ¿No tenían los nórdicos ese largo historial de hospitalidad y buena educación? No en esta pequeña población de más de 2.000 habitantes.
El ser humano convive a diario con las prohibiciones. Prohibido fumar, prohibido circular a más de 120, prohibido alimentar a las palomas, prohibido cruzar las vías. Prohibido morirse.
Conozcamos un poco sobre este misterioso lugar en el que te invitan amablemente a marcharte lejos si notas que la de la guadaña no tardará en visitarte. Longyearbyen consta de una población de aproximadamente 2.000 habitantes, se encuentra a unos 1.500 kilómetros del Polo Norte y registra, en invierno, unas temperaturas que suelen superar los 50 grados en negativo. Por lo demás, es una ciudad normal, o todo lo normal que pueda ser con estas condiciones, pero en ella la gente puede ir a la iglesia, al hospital, cenar en un restaurante o bailar en una discoteca. ¡Ah! Se nos olvidaba un nimio detalle: no hay cementerio.
En realidad sí lo hay, pero está inactivo desde hace 70 años porque los que eligen vivir aquí tienen prohibido fallecer. Esta “prohibición” se activó después de que en el siglo XX fueran desenterrados varios cadáveres de unos marineros fallecidos tras una epidemia de gripe con el fin de encontrar vivos a los virus causantes de la enfermedad gracias a la temperatura del suelo y, de este modo, poder crear una vacuna para combatirlos. Los científicos que llevaron a cabo esta operación acertaron y, además, descubrieron que la enorme capa de hielo que recubría los ataúdes había mantenido los cuerpos en perfecto estado de conservación.
Fue a partir de aquí cuando cientos de personas desearon convertirse en los nuevos “Walt Disney” imaginando quedarse congelados en esa capa de permafrost hasta el momento en que la ciencia encontrara solución a todas las enfermedades del cuerpo humano. Este fenómeno provocó que todas estas personas, cuyo afán era convertirse en seres inmortales, hicieran las maletas para instalarse en Longyearbyen y ver cumplido su sueño.
Las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto y se prohibió realizar cualquier tipo de inhumación de ningún cuerpo en el cementerio de la ciudad. Además, la imposibilidad de que los cuerpos se descompusieran una vez muertos, favorecía que cientos de enfermedades mortales pervivieran en el lugar con los peligros que eso entrañaba.
Curiosamente, una de las medidas que continúan hasta el día de hoy es la prohibición de adaptar cualquier edificio de la ciudad a personas incapacitadas que usen silla de ruedas por medio de rampas o elevadores. De este modo, se impide que ciudadanos mayores puedan instalarse en la ciudad y, por lo tanto, fallecer en Longyearbyen. Así que, por favor, si siente que son sus últimos días, haga el favor de marcharse lejos. Es una orden.