Era otro martes 13 de diciembre, no quería ser supersticioso, pero las malas vibras se olían a flor de piel. El micro a Coronel Suarez debía salir a las 6:30 a.m. pero de 5:00 a.m. a 7:00 a.m., todos los gremios de subterráneos, ferroviarios, choferes interurbanos y de larga distancia, estaban en medida de fuerza en repudio a la vigencia de las deducciones salariales que se implementan a través del impuesto a las Ganancias, tema que tuvo mucho de qué hablar las últimas semanas del mes. Parecía que los representantes de los ciudadanos denominados “políticos” se habían acordado que llegaban las vacaciones para los que trabajan y querían demostrar que ellos eran parte de ese grupo, al menos los últimos días del año para romper la costumbre.
Retiro estaba desierto. El micro salió con 2 horas de retraso lo que ponía en peligro las obligaciones para las que viajaba y plantearme el tener que quedarme una noche en el lugar. En la provincia, las personas no andan aceleradas y, aunque fuera trabajo, te ceden un poco de su tiempo para brindarte ayuda. Al terminar, debía dirigirme a Carhué, que se encuentra a unos 101 km, sin saber que seguiría con la energía que emanaba el 13.
No había micros, combis, colectivos, remises ni taxis que las conectaran entre sí. La recomendación de la gente era ir a la ruta y hacer dedo esperando que alguien me llevara. Fue lo que hice. La zona está rodeada por plantaciones de trigo y se veía algo de ganado vacuno. Me dirigí hacia la primera rotonda de la ruta 60. Los vehículos que pasaban me hacían seña como que entraban a algún campo cerca hasta que uno estacionó. Eran dos hombres jóvenes, uno había vivido en los aledaños de la Capital Federal y por la creciente inseguridad decidió mudarse a 536 km. El otro, quien manejaba, era su compañero de trabajo. Fuimos hablando del lugar, la gente, la política, cómo se vive y las cosas que nunca van a cambiar. Las maquinarias pesadas para los campos transitaban por la misma ruta doble mano que viajábamos, haciendo peligrosa cualquier maniobra para pasarlo por el mal estado de la carretera y el gran ancho de las maquinas.
Me dejaron a unos 40 km de distancia sobre una segunda rotonda que conectaba la ruta 60, por la que viajábamos, con la 85, la que debía tomar. Las horas pasaban y comenzó a llamarme la atención, no solo el poco tránsito que había hacia la dirección que debía ir, solo 4 autos habían pasado para ese lado, sino que, también, las aguiluchas volaban muy bajo. Un abejorro me persiguió varios metros idas y vueltas mientras corría para que no me molestara. De los pastizales largos y secos comenzaron a salir culebritas en dirección a mí. Tome una rama que había dejado cerca mientras peleaba con el abejorro, le tire bencina que guardaba para mi encendedor y la prendí fuego. En ese momento, una mujer paró el auto y me dijo “Apaga eso que se va a prender todo, ¿o no sabes que muchos campos acá son muy flamables”? Le dije que lo apagaría si me llevaba hacia Carhué a lo que accedió sin ningún problema. Nuevamente hablamos del lugar, la gente, la política, como se vive y las cosas que nunca van a cambiar, los mismos temas sin agregados en los discursos, todos estábamos de acuerdo con lo mismo. Fuimos a conocer el muelle, el cristo del lugar y me dejó en la puerta de mi destino.
Al terminar el trabajo en esa ciudad, me acerqué a la terminal de micros, eran las 16:00 horas de un martes y no había micro a Capital Federal hasta el miércoles a las 6:00 a.m. así que volví a hacer dedo en la ruta. Justo pasaba un hombre que había visto en uno de los lugares que fui y me llevó hasta la conexión de la ruta 60 con la 33. A las casi dos horas de esa tarde a pleno rayo del sol me llevaron dos hombres en una camioneta vieja que iban por los campos preguntando si necesitaban personal para la siembra, dejándome en la rotonda de la 60 con la 85. Cuando estaba a solo 40 km de llegar, paró una mujer que iba con su hijo en una camioneta 4x4 pensando que había roto cubierta y me levanto.
Esta vez los temas de conversación fueron un poco más intensos. El lugar estaba bastante abandonado, los accidentes por el mal estado de las rutas estaban a la orden del día, la gente estaba resignada a tener que viajar 230 km hasta Bahía Blanca para poder parir o tener centros médicos de alta complejidad si lo necesitaban, al igual que viajar para estudiar una carrera terciaria o universitaria, en esos pueblos solo se enseñaban de oficios.
Los políticos visitaban y hablan de la zona con sus promesas típicas pero las palabras se las llevaba el mismo viento que avivaba el fuego de los pastizales secos. Parecía que nada fuera a cambiar y ya lo sabían. En ese momento me enteré que el pueblo tenía puntos turísticos que no todos conocen como las termas o las corrientes sanadoras, pero “la Provincia de Buenos Aires” gasta dinero de su presupuesto en fomentar los lugares turísticos ya insertos en el corriente de la gente y espectáculos gratuitos en lugar de hacer las carreteras transitables y carriles para maquinaria de campo.
Todos pensábamos lo mismo, se concentraba todo en la Capital Federal y se daban desigualmente a los alrededores y otras provincias los recursos necesarios para que el desarrollo social pueda ser homogéneo.
Estaba tan cerca de lo mucho pero me encontraba alejado de aquel “todo” que se desdibujaba en el mismo momento en que una promesa de mejora se anunciaba.