Bebemos Coca Cola y nos ponemos vaqueros día sí, día también… Hablar de la globalización en estos tiempos casi suena a broma y en unos días otra de las señales que lo avalan se hará más que evidente en todas las ciudades de España.
Halloween, esa fiesta de nombre complicado y escritura casi imposible, volverá en unos días a instaurarse en calles, escaparates y porches en forma de calabazas naranjas y brillantes. Esta cita en el calendario usada como excusa por los niños para acumular caramelos para los meses futuros y para que los menos niños organicen fiestas de disfraces es conocida ya por todos pero… ¿por qué?
El origen de Halloween se ubica en la confluencia de las celebraciones de la festividad celta del Samhain y la cristiana del Día de Todos los Santos. Este complicado nombre es, en sí, una forma acortada en lengua escocesa de la expresión inglesa “Allhallow-even”. “Hallow” es un término inglés ya en desuso para referirse a los santos y a la acción de santificar.
Según la teoría tradicional, Halloween tiene su origen en la festividad céltica llamada ‘Samhain’, proveniente del irlandés antiguo y cuyo significado es “fin del verano”. Se utilizaba a modo de celebración del final de la temporada de cosechas y daba paso al “año nueva celta” al cual le seguía la estación oscura. Los celtas creían que la línea que une los dos mundos se abría en este día permitiendo a todos los espíritus entrar a través de ella y que, sólo a través del uso de trajes y máscaras, conseguirían ahuyentarlos.
Esta tradición se extendió a Norteamérica con la llegada de los inmigrantes irlandeses en el siglo XIX aunque tuvieron que adaptar sus costumbres a su nuevo hogar… y es aquí donde nacen las conocidas calabazas.
Las leyendas de esta fiesta cuentan que un irlandés, llamado Jack, conocido en los alrededores por su amor a las bebidas alcohólicas y a la vida dudosa, tuvo la mala suerte de encontrarse con el diablo en una taberna un 31 de octubre. Jack quiso engañar al diablo ofreciéndole su alma a cambio de un último trago y el Señor de las Tinieblas adquirió la forma de una moneda con la que Jack debía pagar al camarero. Sin embargo, no lo hizo y la guardó en su monedero junto a una cruz que impidió que el diablo pudiera volver a su forma original. Para quedar libre, el diablo tuvo que comprometerse a no pedir el alma de Jack durante los siguientes 10 años. Diez años después, el diablo y Jack volvieron a encontrarse pero éste fue astuto y volvió a esquivar a la muerte haciéndole prometer al diablo que nunca jamás podría reclamarle su alma.
Jack, que murió unos años más tarde, vio imposibilitada su entrada al cielo por su extensa lista de pecados y cuando se dirigió al infierno comprobó que tampoco aquí podía entrar después de la promesa firmada años antes. Cuando Jack preguntó “¿Adónde iré ahora?”, el diablo le respondió “Vuelve por donde viniste”. Como el camino de vuelta era oscuro, el diablo le lanzó a Jack un carbón encendido directamente del infierno para que pudiera guiarse en las tinieblas. Jack lo colocó en un nabo que iba comiéndose para protegerlo del viento y que siguiera encendido.
Esta imagen de Jack guiándose eternamente en la oscuridad con un carbón dentro de esta verdura fue la que utilizaron los celtas para protegerse de los malos espíritus en la noche en la que ambos mundos se unían. Sin embargo, al llegar a Norteamérica el nabo se convirtió en calabaza ya que era la hortaliza que más abundaba y resultaba aún más cómoda a la hora de vaciarla e introducirle el carbón en el interior.
Este fue el motivo por el que la calabaza se ha convertido en el símbolo indiscutible de Halloween y por el que, al salir a la calle, no podemos alcanzar a ver otra cosa en los escaparates. Fruterías, tiendas de ropa, joyerías, tiendas de electrónica, restaurantes… Nadie se libra de la presencia de Jack-O’-Lantern. Nadie. ¡Feliz Noche de Brujas!