Y la realidad, tanto en España como en buena parte del mundo, se tiñe frecuentemente de hastío y bloqueo. Hastío por parte del pueblo, de las personas que día a día intentan construir un proyecto de vida pacífica y a las que ciertas élites sin escrúpulos han quitado muchas de sus esperanzas para reemplazarlas por el miedo y la incertidumbre que los convierte en esclavos. En gran medida, la generación que está preparada para contribuir al progreso de la sociedad ya no sabe ni cómo comportarse – algunos hasta son capaces de dejar trabajos y cambiar sus objetivos de vida por cazar Pokémon – y acaban cometiendo actos criminales o uniéndose a cualquiera que les prometa una misión de vida. Sin tan siquiera llegar a asumirse a sí mismos como seres racionales, con responsabilidades, juicio crítico y libre albedrío. Auténticos niños en cuerpos de adultos porque han vivido en un ámbito de sobreprotección y abundancia tal que están incapacitados para poder sortear crisis o tomar decisiones, por eso prefieren que elijan por ellos. Buscan desesperadamente un líder.
El bloqueo es la parte más compleja, ya que viene del lado de la intelligentsia que hasta el momento parecía guiar el devenir de la sociedad: el dinero y las élites. Con el dinero cada vez más constreñido en pocas manos, las élites son incapaces de ofrecer liderazgos auténticos bajo la enorme brecha de confianza que abrió la Gran Recesión. Los líderes actuales no están mostrando las habilidades necesarias para aportar en un contexto tan cambiante acuerdos que abran paso a la solución de los grandes retos que tenemos por delante: la amenaza terrorista, el estancamiento económico, la preocupante derivada del empleo que incapacita a los jóvenes para obtener esa condición de adultos.
Desde los medios de comunicación y también a título individual, se comparten mensajes de eficiencia, mindfulness o resiliencia. La eficiencia está muy bien para conseguir objetivos, pero no lo es todo. Es muy positivo automotivarse, pensar globalmente y ser resiliente para avanzar y superar retos, pero nadie ha conseguido algo significativo siendo un ermitaño. Hay que ser prudente para discernir la manipulación de la verdad, templado para negociar y fuerte para proyectarse hacia el futuro a pesar de las adversidades presentes. El verdadero poder no viene nunca de la mano de una única persona, sino de la construcción de toda una sociedad. Ya lo dijo Sir Winston Churchill en su famoso discurso de “sangre, sudor y lágrimas”.
Si un país, como es el ejemplo de España, no cuenta con líderes que sean capaces de respetar a su pueblo y dignificar a las instituciones que sirven para formar un gobierno – ellos son servidores públicos sólo por un tiempo, el país continuará sin ellos – entonces estamos ante una crisis existencial. Y, como en toda crisis existencial, sólo hay una receta: paciencia, autoconocimiento y reflexión para definir la estrategia que te guiará hacia el futuro.
Quizá, como ya he expuesto anteriormente en algunos artículos, la carga y la complejidad de los retos sea demasiado alta como para poner únicamente en manos de estos servidores públicos que son los políticos la solución a todos los problemas. Por eso necesitamos construir cada vez más una sociedad formada, crítica y coherente, con valores claros y pocas concesiones a la incertidumbre que genera más incertidumbre.
Seguro que las fuerzas renovadas durante el descanso veraniego nos ayudan. Septiembre siempre es un buen comienzo.