El tiempo los había presentado sin unirlos de ninguna manera. La excusa era compartir un vino de la colección que comenzaba a vender como emprendimiento. Se habían conocido en una radio, ella era mujer de teatro. Él pensó que su don para poder interpretar vidas de alguien más la llevaba a un aprendizaje constante, aunque eso no la ayudara a madurar suficiente, según ella, para interpretar el papel principal de la forma que quería.
Era una noche de luna menguante en un cielo despejado sin estrellas para admirar. El firmamento se mostraba completamente vacío. Me resultaba inútil hablar de mi vida pero, por alguna razón, no dejaba de hacerlo. Ella iba de una silla hasta alada de la estufa, le ganaba terreno al frío y se sentaba en el piso frente a una mesa ratona que simulaba ser el tablero de estrategia para planear las batallas que librábamos con nosotros mismos. Yo no me acercaba a la estufa por precaución a que el movimiento se tomara como una invasión a su espacio haciendo una declaración de guerra innecesaria. De haberlo hecho, quizás hubiera asomado una estrella donde no la había en lugar de sumergirnos en el abismo de una filosofía existencialista llena de dudas sin resolver.
¿Qué es el amor?, me pregunto en un tono de voz débil, sufrido, como si el sentido de la pregunta arrastrara memorias que no eran solo memorias sino anhelos del deseo, ya no como una niña caprichosa queriendo un juguete nuevo sino de amar y ser amada como la mujer que era en un mundo que no parece preparado para eso. No pude contestar a su pregunta, no me interesaba siquiera inventar una respuesta.
¿Crees en el amor?, me pregunto con su voz tomando impulso por alcanzar la copa. No podía responderle lo que pensaba, no podía decirle que estaba ahí ofreciendo un lugar en aquel corazón que se había lastimado tantas veces, incluso creía destrozado pero estaba ahí, firme intentando quién sabe que cosa, luchando contra aquellos miedos que llevaban siempre al mismo destino, sufrir por amor aun queriendo que eso ya no pase. No podía simplemente responder con la certeza de que me entienda en lugar de percibir una alerta y refugiarse lejos de lo que no era.
El silencio se hizo presente por un buen rato. Nuestras mentes navegaban por aquellos viajes que nos arrastraron hasta las costas del presente. No podía poner mis pensamientos en una jugada sobre la mesa, ella podía sentirse presionada para algo que en realidad yo no quería. Por alguna razón, la última ficha del tablero se había movido sola dejándonos en tablas.
Esa noche, mis parpados limpiaban esas gotas que la velocidad traía y se escarchaban por un frío tenaz en el objetivo por congelarme, alimentando aquel sueño de llegar a algún lugar sin necesidad de otra brújula más precisa que la guía del corazón, aunque en la práctica orientarse muchas veces duela.