Es muy habitual apuntarse al carro de los elogios o de las críticas cuando un acontecimiento exitoso o decepcionante ya ha ocurrido. Nunca fui partidario de las calificaciones a posteriori, pero en esta ocasión quien escribe ya había advertido determinadas señales que hacían prever lo ocurrido el pasado lunes. (Estos síntomas solo los pude comunicar a mi entorno, ya que no tuve oportunidad de escribir antes sobre ello).
La Selección Española había levantado unas ilusionantes expectativas, para mí injustificadas, para esta Eurocopa. Es cierto que la fase de clasificación la completó con solvencia, pero no dejaba de ser un paso preliminar.
Esta edición se está caracterizando por ser una de las más igualadas de la historia de los campeonatos europeos de naciones. Las grandes selecciones no mostraban su superioridad, ni en los resultados ni en el juego. En el primer partido España obtuvo un justo premio en los últimos minutos con un agónico tanto de Piqué. El gran partido de Iniesta, acompañado de Silva, unidos a la movilidad de Morata encerraron a la República Checa en su área y apenas pudo salir dos veces con peligro. Una de ellas fu una clara ocasión en la última jugada del partido, después de que se hubiera marcado el único gol del encuentro. De Gea salvaba dos puntos en una jugada que no se puede permitir un equipo que aspira a alcanzar altas cotas. El segundo partido es la clave que crea la euforia desmedida. España empieza vapuleando a una dócil Turquía, que ejerció de convidado de piedra. Es cierto que España tuvo muy buenos momentos, combinando y llegando al área contraria con profundidad, no en vano cuenta todavía con una pléyade de jugadores de mucha calidad. Iniesta volvió a dejar su impronta y parecía que iba a ser el jugador del torneo. Solo era el segundo partido. Más allá de todo esto, España anotó uno de sus tres goles tras regalo de Topal a Nolito y el tercero, aunque de gran belleza, tras claro fuera de juego. Dicho lo cual, lo normal hubiera sido una victoria por la mínima, ya que España jugó bien en general pero no inquietó en demasía al cancerbero de una muy floja Turquía, carente de rigor táctico y de intensidad. Tras la goleada, los medios de comunicación masiva postulaban a España como máxima favorita y ensalzaban su juego de manera exagerada, pues no tuvo continuidad. De hecho, Turquía se hizo con el balón durante el segundo período y llegó a las inmediaciones de De Gea con facilidad. Podría pensarse que el partido ya estaba cerrado y que la relajación propia de un 3-0 invitaba a reservar fuerzas para los compromisos venideros. Pero España cuando descansa lo suele hacer con el esférico en su poder y rara vez lo cede al contrario. Y esto pasó de manera flagrante. Muchos no lo quisieron ver.
Y llegó el partido donde ‘La Roja’ iba demostrar su verdadero nivel. Llegaba una Croacia mermada con la baja de Modric, su referente, y con cuatro cambios más respecto a su alineación de gala. Todo se puso de cara para los de Del Bosque con el gol de Morata en el minuto 7. Pero esto no tranquilizó al equipo y se sucedieron errores infantiles de Ramos y De Gea para que los croatas se activaran y empezaran a creer en la remontada. El gol fue un golazo y quizá de eso, de destellos, haya vivido durante su corto periplo el combinado nacional. Después el partido se tornó insoportable. Croacia también tuvo su punto de suerte al empatar al filo del descanso y eclipsar el grandísimo partido que estaba haciendo Silva. Tras el intermedio ambos equipos parecían conformarse con el empate y solo un penalti que únicamente vio el árbitro nos despertó del sopor. Como suele pasar cuando la pena máxima no se ajusta a la realidad, se falló y con el error la oportunidad de atar la primera plaza del grupo. Hay que decir que Subasic se adelantó descaradamente y que el tiro de Ramos se debería haber repetido sin lugar a dudas. Pero, polémicas aparte, España no había sido capaz de imponerse a una Croacia con medio equipo de suplentes. La velocidad, sobre todo de Perisic, era ingrediente suficiente para ver tambalearse al sistema defensivo español, si es que ha existido durante el torneo. Finalmente llegó el gol del incisivo extremo. Fallo clamoroso de De Gea, pero también torpeza de todo el conjunto, que permitió una contra clara cuando quedaba muy poco y tenía mucho que perder y nada que ganar. Juanfran fue superado con facilidad, Ramos nunca está y Piqué llegó a rozar pero de nada sirvió, ni siquiera la clara ocasión que tuvo Silva instantes antes del pitido final. España caía en la parte diabólica del cuadro y ya esperaba Italia, que había hecho sus deberes en dos jornadas.
Lo del lunes todo el mundo lo vio. Italia salió a comerse a España y lo consiguió. Desde el inicio su mayor ímpetu, hambre, ganas, lucha, fuerza, coraje y todos los sustantivos que impliquen intensidad hicieron que Italia llevara peligro y España se viera desmontada. La defensa estaba muy descolocada, no sabían por dónde les venían los atacantes, pero es que el centro del campo no ayudaba en nada. Todo aficionado es conocedor de que Silva, Iniesta y Fábregas aportan más bien poco en tareas defensivas. Pues ayer parecían ir paseando por el campo mientras una apisonadora les pasaba por encima. Además Busquets lleva tiempo sin estar a su mejor nivel y todo se junta. Lo más censurable fue la patética actitud del equipo en la primera parte. Todos caminaban, no iban con determinación a los balones divididos y en ataque no existía movilidad; ni para apoyos en corto ni para desmarques de ruptura. Morata fue el único que lo intentaba, pero sus compañeros llevaban un ritmo adormecedor que permitía a Italia posicionarse de manera compacta y no notar ni simples cosquillas. De Gea, que salvó a su equipo de una goleada, cedió un rechace innecesario al tiro de una falta y Chiellini dibujó una metáfora de lo que estaba siendo el partido al llegar antes que ningún español para empujarla. En la segunda mitad al menos cambió la actitud y España tuvo el balón. Atacó con más empuje que ideas frescas, pero Italia sentía que a la contra iba a hacer mucho daño. Y así fue. De Gea volvió a salvar, mientras Del Bosque vislumbró la opción del centro al tumulto del área. Par eso había salido Aduriz. El del Athletic fue quien más inquietó a los transalpinos, pero tuvo que dimitir por lesión inoportuna. Además, Del Bosque había retirado del campo a Morata y las opciones de centro y remate aéreo se habían esfumado. Gran error del entrenador, que debió mantener a los dos hasta el final (sin lesiones de por medio) y prescindir de un centrocampista porque sobraba en el escenario. Era la única opción para crear peligro España ya no sabía qué hacer, no tenía plan, se sentía perdida. Su fútbol de toque no hizo daño en ningún momento a Italia. La lentitud en la circulación de balón y la ausencia de desmarque, además de la falta de precisión de sus mejores peloteros, evidenciaban el fracaso de una inerme Selección Española. Y a la contra mató Italia. Como suele pasar cuando quien se vuelca es incapaz de igualar.
El fracaso estrepitoso de España se debió a muchas de las circunstancias descritas en el anterior análisis, pero el mal estado físico de sus mejores jugadores también fue determinante. Busquets es el mejor ejemplo de ello. El de Badía se caracteriza por no perder así ningún balón y en esta Eurocopa ha fallado demasiados pases. Además se le nota más espeso a la hora de moverse. Y esto no lo vio el seleccionador, que optó por repetir once partido tras partido, cuando todos los demás equipos rotaban. Sería por algo. La falta de intensidad penaliza cada vez más y, de manera inconsciente, futbolistas que lo han ganado todo no se entregan igual que cuando veían su palmarés internacional vacío. La falta de reacción tras pérdida de balón también se antojó un hándicap insalvable. Con solo Busquets como medio recuperador, y en las condiciones ya comentadas, la defensa quedaba vendida. Además Ramos volvió a hacer gala de su irregularidad con numerosos despistes en los marcajes y errores en la salida de balón. Es todo pundonor, pero es descabellado catalogarlo como el mejor central del mundo. Luego se lo cree y así le luce el pelo. Iniesta parecía imparable en los dos primeros partidos, pero la gasolina se le acabó. Y cuando le aprietan y le cierran los huecos (veáse Atlético o Italia) ya no puede tirar más que de su infinita clase dada su edad y condiciones físicas. Los laterales fueron una rémora más que aportar como solían hacer. Pocas internadas resultaron fructíferas y a la hora de volver a su campo estuvieron muy mal, sobre todo Juanfran. El guardameta también combinó actuaciones desastrosas con brillantes intervenciones, y esto da inseguridad a toda una zaga. El carácter de Del Bosque resulta beneficioso para aportar estabilidad y dar confianza, pero no es el indicado para generar una revolución en el desempeño de sus pupilos, da la impresión de no imprimir carácter a sus jugadores y de no incentivarlos lo suficiente para rebelarse contra su propio destino. De este modo, incluso Portugal podría haber eliminado a España. Las demás selecciones no están en su mejor momento y han sufrido mucho, pero conservan el gen competitivo, el orgullo del ganador. Vista la igualdad reinante, estaría de fábula una final entre Islandia y Bélgica.