1. Revuelta

La revuelta pasa y queda como un agujero negro en la historia. ¿Cuáles fueron sus causas, cuáles los cauces de su consistencia y fuerza, cuáles sus alcances? Las gigantescas ocupaciones callejeras en la gran metrópoli brasilera en junio y julio de 2013: ¿fundaron modos de ser, parámetros para la organización de la vida común, o bien se limitaron a barrer hábitos políticos y urbanos previos, dejando un vacío llenado por el reordenamiento posterior? La revuelta queda en la historia como un misterio, como una gran desmentida de las narrativas de coherencia cerrada, como una zona de incertidumbre que vuelve inconsistente la linealidad presumida; queda como una oscuridad aunque acaso disimulada por remodulaciones siguientes que la pintan.

No se conoce con certeza su identidad ni su significación. Ni se trata de eso. Su orientación es compleja, múltiple y hasta contingente, pero no así su sentido: lo que acontece sensiblemente en la experiencia también es múltiple pero tiene una marca que se sabe primordial. Es la marca de la subjetivación: no somos los mismos, la ciudad no es la misma. Es la diferencia entre pensar el acontecimiento político desde un plano noticioso o desde la experiencia de estar ahí. Aunque "estar ahí" puede componerse y derivar de diversos modos, y el trabajo de Bruno Cava muestra cómo la escritura ensancha la duración del acontecimiento e intensifica la presencia. Escribir constituye un momento solitario del movimiento colectivo, es una forma de estar-más-ahí.

En ese sentido, La multitud se fue al desierto del activista brasilero Bruno Cava (ed. Quadrata – Pie de los Hechos) es un gran ejemplo del valor del habla, de la exploración mediante el lenguaje de lo que abren los cuerpos, de la carnadura de las formalizaciones lingüísticas y conceptuales. De cuándo y cómo lo que se llama el pensamiento es una zona de la práctica, una parte del movimiento de lo moviente, un espacio que se añade para que las fuerzas del agite tracen sus líneas con más texturas y consecuencias. No es un libro sobre las movilizaciones; es una zona-libro de la movilización. Las propias palabras resultan cuerpos en movimiento o que relanzan lo moviente.

Un libro escrito en el desierto. Un lugar intensamente habitado donde por fuerza hay que pensar, crear procedimientos, modos y sentido porque está desierto de códigos previos, desierto de discursos orientativos pre-experienciales, desierto de identidades que encorsetan, desierto de saberes de la política de Estado, del Estado de la política. Un desierto conquistado; habitar el desierto es en sí mismo una conquista: en el desierto, nadie sabe por nosotros. ¿Y no es acaso un rasgo común con el nosotros(1) de 2001, que nadie sepa por...?

También en ese sentido la revuelta introduce un agujero negro que perfora un régimen capitalista ágil y constantemente al acecho de lo que “la gente” quiere -para venderle, para exprimirlo, para reprimirlo. Puñalada de la revuelta, que clava una zona de inconsistencia a un sistema de vida asentado para los que alcanzan su “zona de conformidad” (izquierda incluida), que se pretende sin afuera... ni desiertos. Al imperio de lo obvio y lo normal se le escapa ahí lo que quieren los movientes. Acaso, por eso mismo, el sujeto emergente más potente y, consecuentemente, alarmante introduzca, con su nombre, lo negro en la escena: Black Bloc, la imagen de una íntima relación entre ilegalidad y legitimidad.

Los individuos, moviéndose en multitud, devienen -durante un lapso pero también en un acervo disponible transhistóricamente- un negro ilegible -un “negro” para el que no hay racismo que alcance- que refuta las anticipaciones del capitalismo que, en Brasil, se mostraba arrollador en su capacidad de saber -e imponer un saber- lo que quiere el común. Orden y progreso. Desarrollo y brillo olímpico. Lo blanco, entendido como lo más visible y que refleja la onda hegemónica de manera automática, era el tono dominante del desarrollo de Brasil como marca, un país entero convertido en firma comercial que se somete a los parámetros de la imagen. La revuelta de la multitud -que se hace “multitud” en la revuelta- multiplicó e intensificó una condición negra que devuelve alterada, impugnada, la onda dominante, y que no muestra una dirección clara. Una zona de la experiencia colectiva que no se sabe, que dice no y dice no y dice no; pero que instala en la ciudad una poderosísima corriente afectiva capaz de decir sí: sí salimos, sí protagonizamos, sí somos más fuertes que todo el viento que empujaba la época hasta el momento. Se deja de creer en la realidad obvia y se afirma la presencia del ánimo multitudinal.

Por eso, no importa tanto la agenda que impone como su reverberación múltiple. La revuelta suspende el tiempo histórico en una epifánica conversión de la ciudad en tierra de combate, donde aparecen los hermanos y los monstruos... Planta un "porque sí". Se ubica deliberadamente en el lugar histórico de no tener que saber lo que vaya a pasar. Bruno pone a discutir el levantamiento de junio con ese tipo de determinismo "realista" que reinscribe toda vacilación en la marcha fatal de la historia. Historia de -y desde- las autoridades e historia para resignados son consustanciales. Los periodistas suelen ser buenos portavoces de esa tendencia cuando entrevistando a un manifestante o a un activista le tiran por la cabeza: "Bien, están descontentos, pero... ¿cuál es su propuesta?".

El libro de Bruno Cava puede leerse como la puesta en enunciados de una respiración, la agitada respiración de la revuelta. Respiración con la lucidez -y premura- que da el aire del desierto. Desde ese desierto, que no es un éxodo puro, higiénico, sino la implantación de una fuerza que diluye la consistencia del orden, Bruno participa de un entendimiento agudo, profundo pero esbelto. La revuelta es un agujero negro para el mercado y la macropolítica pero no a la inversa: los revoltosos señalan con mayor elocuencia que nadie el funcionamiento del gobierno (el orden sufre un agite que desnuda sus líneas de sostén), tanto sus límites como las interfaces de articulación entre sus diversos dispositivos (financieros, represivos, semiótico-imaginales...). La revuelta mapea y anatomiza el cuerpo social cuyo funcionamiento mina. Expuso, por ejemplo, con nitidez el asustado punto de vista de un sentido común que congregó de hecho, casi en bloque, las voces oficialistas, las del establishment económico y las oposiciones conservadoras.

La multitud fue al desierto sin propuestas; y tampoco Bruno se propone proponer en este libro, no le habla a los periodistas. La revuelta conquista su desierto; conquista su no-saber. No propone ni representa, pone una presencia. No necesita saber conciente y certeramente qué forma alternativa de organización social general es más viable, no necesita saber qué hay que hacer, ni siquiera saber qué quiere. La toma, la ocupación de las calles, pero también de la atención, del lenguaje e incluso de la preocupación del “bloque” dominante, apuesta a otras condiciones para un saber sobre “la dependencia del ser”(2) y un no-saber dispuesto a reinventar la vida. El desierto es una fértil ignorancia conquistada -la ignorancia como reserva irreductible de libertad, un no-saber más potente que los saberes sobre nosotros. Nuevamente, no se trata de una apología naíf de la feliz ignorancia. De hecho, Bruno intuye y resalta las virtualidades reales, los “posibles actuales”, como activos de la revuelta: “Si me indigna la gestión policial de los territorios de los pobres, es porque conozco otras formas de autorganización, formas políticas y culturales mucho más cooperativas, alegres y democráticas. Si estoy soñando alto con esas formas, y sueño porque quiero generalizarlas, es porque tengo la sensación de que existen y son apropiadas, ya están aquí. Ya las vivencio como reales y sé que muchos otros lo hacen.”

Lo que se sabe en la revuelta es que la inundación de su ánimo fuerza a recalcular toda la distribución de exigencias y derechos, y que vale más eso, el trastocamiento afectivo en la ciudad, que uno u otro petitorio en particular. Sabe por instinto que toda propuesta o reivindicación tiene potencia en tanto la insoslayable presencia del nosotros acá trastoca el ordenamiento de lo sensible. ¿Es un gran espacio de consumo, producción y recreación, la ciudad? ¿Es el escenario de exhibición de la marca Brasil en su ascendente escala internacional? ¿Es la ciudad el espacio de encuentros entre "iguales ontológicos" -equivalentes diversos- que ensayan cómo vivir juntos?

2. Neodesarrollismo

La actitud del oficialismo ante las manifestaciones pasó de la sorpresa amarga a la reacción más violenta. 2013 fue un interesante analizador de uno de los mayores problemas de los llamados gobiernos progresistas: la incapacidad para producir una nueva inteligibilidad colectiva acorde o al menos en diálogo con los elementos dinámicos del movimiento emergente. El PT, más allá de sus debates internos, no consideró la inteligencia colectiva que tomaba las calles y las redes como nunca antes en Brasil. Simplemente reaccionó y, mientras acusaba a los manifestantes más activos de "hacerle el juego a la derecha", era el mismo gobierno, rompiendo toda posibilidad de articulación y cerrándose sobre sí, el que le entregaba -haciéndole el juego- las energías sociales del descontento a diversas formas de captura por derecha, una vez superada la primera etapa de manifestaciones.

En un libro que continúa a través de diversos autores las dicusiones abiertas por La multitud..., Giuseppe Cocco da cuenta de las coincidencias entre el PT y O Globo (parte de los medios concentrados de comunicación) en el exceso acusatorio:

Ante la multitud de junio, la izquierda del gobierno se asustó y el único régimen discursivo que inicialmente encontró fue aquel de la descalificación de los manifestantes como conservadores ("coxinhas")(3) o hasta golpistas. En seguida se buscó descalificar a los "alborotadores" y "vándalos enmascarados". (...) Otros hablaban de "masas hipnotizadas", sin lograr, a pesar de todo, nombrar, aunque sea en términos alusivos, quién sería el "hipnotizador". El término “fascista” fue usado con igual generosidad que los gases lacrimógenos. El diario reaccionario O Globo, de Río de Janeiro, llegó a publicar reportajes sobre "la historia del fascismo". Un abuso lógico, político e histórico irónico, pues nos lleva directamente a lo que Walter Benjamin escribía sobre las causas que llevaron al movimiento obrero europeo a la derrota. Fue la confianza en el progreso lo que desmoronó la lucha contra el fascismo. (...) Quienes tanto hablaron de fascismo durante y después de las jornadas de junio de manera abusiva, también mistificaron el neodesarrollismo que funciona en una lógica de progreso doblemente totalitaria: por la racionalidad instrumental que moviliza, y por el pacto de gobernabilidad que lo sustenta(4).

Entre las medidas y actitudes de gobierno más alejadas de las políticas que habían alimentado la composición popular del PT se encuentran el encarcelamiento indiscriminado de manifestantes, la creación de un cuerpo de diez mil policías (a nivel nacional) para reprimir las manifestaciones, una "Central de Flagrancia" online dedicada a los que protestan, recrudecimiento de la mano dura en las cárceles y en las periferias, persecusión de militantes a través de los servicios de inteligencia, con acciones concretas de infiltración y otras estrategias.

Por un lado, en el corto plazo, denunciar a las multinacionales brasileras y extranjeras que formaban parte de los mega eventos (Copa Confederaciones, Mundial, Olimpiadas), los abusos de las fuerzas de seguridad, los desvíos de fondos públicos y defraudaciones al Estado, el sistema de transportes, etc. se volvía cosa de fascistas o de apátridas que sabotean a la patria (¿o la marca?) Brasil. Por otro, el gobierno, según Giuseppe Cocco, consolidó una suerte de "absolutismo jurídico" capaz de justificar todo tipo de contratos público-privados, tanto como el abusivo accionar policial. Si el derecho es producido por la forma en que un pueblo-multitud se da las mediaciones necesarias para desplegar su deseo de colectividad y de libertad, el "absolutismo jurídico" presupone una distancia sustancial no problematizada entre gobernantes y gobernados. ¿Esa distancia era la misma cuando el Ministerio de Desarrollo Social tenía mayor protagonismo que el Ministerio del Interior?

Tras el período del Estado reparador, con mejoramiento en la distribución del ingreso, ampliación de derechos y generación de condiciones de vida y formación para los antes postergados, justo en el momento en que suena la orgullosa frase "Brasil potencia", llega la hora de los desagradecidos, los descontentos de siempre y los nuevos, que no se enteraron de la “revolucionaria” salida del neoliberalismo y del no menos revolucionario ingreso a un mundo de progreso de arriba hacia abajo, del empresariado nacional a la favela reacondicionada (incluso con teleférico). El discurso oficialista, generalmente aleccionador, se volvió, sobre todo, reprochón. Pero ¿quiénes agradecen y gozan realmente del "Brasil potencia"?

En un trabajo de investigación que dio como resultado el libro Brasil ¿El nuevo imperialismo?, Raúl Zibechi reconstruye la trama de proyectos estatales y negocios privados que, en el marco de estrategias comunes, explican el actual modelo brasilero de expansión económica interna y transfronteriza. “El proceso es una reedición actualizada de la expansión que impulsó el régimen militar en la década de 1970: el Estado promueve grandes obras de infraestructura para que el capital ‘nacional’ desarrolle sus cadenas productivas volcadas hacia la exportación y no hacia el desarrollo endógeno de la región”(5). Actualmente, empresas como Gerdau, Alcoa, Votorantim, Vale y CSN, entre otras, capturan un volumen significativo de la energía y de la renta brasileros y de países fronterizos, con altísimos niveles de contaminación y depredación del medio ambiente, así como una fuerte explotación que viene provocando levantamientos de trabajadores en distintas regiones de Brasil, pero también en Perú, incluyendo observaciones al respecto hechas por el gobierno boliviano. El rol de los sindicatos (nucleados en la CUT(6)) es extremadamente corporativo, sin distancia prácticamente con el Estado y, en consecuencia, funcionan como aliados también de la burguesía paulista que, en última instancia, marca el paso del sesgo expansionista interno y externo que señala Zibechi. Las revueltas que se suceden, ligadas a mejoras salariales y laborales, atadas a necesidades de reproducción material, no por eso resultan menos caldo de cultivo de momentos de subjetivación. Por ejemplo, en algunos de los levantamientos relevados por Zibechi, como el de la represa Jirau en 2011, más allá de lo objetivos de base, se definieron explícitamente como instancias de dignificación, es decir, que supieron dotar de mayor amplitud su condición de trabajadores, en comparación a un sentido común y un tanto mecanizado de las izquierdas que reducen las demandas a su aspecto salarial.

De todos modos, Zibechi, que escribe sin intuir siquiera el estallido de junio de 2013, anota las dificultades para relanzar demandas y ganar legitimidad, sobre todo de de los sectores más desfavorecidos, tanto por la mejora en las condiciones de redistribución del ingreso y por políticas sociales efectivas, como por un declive en la lucha por la reforma agraria (afectada por su contraposición al crecimiento de los agronegocios, defendido a sangre y fuego desde el Estado) y un impasse que parece irreversible en el sector de trabajadores formales. La estrategia dominante entre sectores pobres, según el planteo de Zibechi, tiene que ver con aprovechar las políticas sociales y concentrar energías en la inserción al mercado laboral. Pero es, justamente, en ese punto que junio de 2013 parece haber irrumpido con fuerza. Esta vez, la disconformidad tiene que ver con el reconocimiento por parte de amplios sectores de la población de que el estilo de vida del “Brasil potencia” resulta hacia adentro no solo tóxico en términos ambientales, de sobreexplotación o de “mal vivir” urbano, sino también carente de horizontes para los que pelean desde los bajofondos.

Bruno Cava elabora una hipótesis importante en relación al tiempo latinoamericano con y contra el que nos sentíamos pensando. El Lulismo como nombre de un proceso político se desdobla en dos momentos de ambigüedad constitutiva: por un lado, un “lulismo de Estado”, capaz de instrumentar formas de reparación de las desigualdades económicas y de volver institución necesidades fundamentales como la apropiación de conocimientos (creando universidades) y la capacidad de habitar (con programas de vivienda y urbanización). Aun sin completar este ciclo, y seguramente con dificultades similares a las de otros países de la región, los efectos fueron positivos y se pensaron como una conquista social asociada a la idea del “buen gobierno”. Pero, por otro lado, como efecto sin causa en relación a ese primer momento, emerge algo que Bruno llama “lulismo salvaje”, una corriente de deseo que habiendo tomado lo mejor del momento anterior (y del momento anterior aun en el momento presente), habiéndolo puesto en relación con la propia potencia, se presenta con irreverencia en las calles para cuestionar el modo de vida prometido por la esloganada inclusión social. La fórmula del reformismo, que consiste en ganar tranquilidad reparando daños y limando asperezas, esta vez no cerró. Ofreció la mano y le comieron el brazo en una suerte de nueva antropofagia de clases que se come, incluso, la clase como categoría y va por menos y por más al mismo tiempo, va al desierto. El relato de Bruno es preciso:

A partir de 2010, la paradoja lulista ya mostraba signos de saturacion, amenazando su equilibrio: por un lado, el pacto de gobernabilidad parecía cada vez más un consenso autoritario y, por otro, el gobierno era progresivamente contestado por la multiplicación de episodios de lucha y movimientos de resistencia. Hasta ese momento el lulismo había conseguido mantener una doble cara: de un lado, el "lulismo de estado”, que opone una gestión moderna, eficiente y centralizada del estado, al atraso, a las viejas elites y a la corrupción, como una solución para el subdesarrollo; del otro, un "lulismo salvaje", que contrapone al estado neocolonial brasileño la radicalización de la democracia, una democratización ‘desde abajo’, a partir de las minorías y sus devenires. En las jornadas de junio y sus desdoblamientos, el lulismo salvaje se recompuso de modo autónomo, por fuera del gobierno, rompiendo la ambigüedad. Esta carga salvaje determinó no solo la imprevisibilidad de las protestas, sino que también manifestó la insatisfacción ante el modelo neodesarrollista que, según los indicadores oficiales, es un éxito. En ese sentido, las manifestaciones expresan una indignación generalizada contra el éxito de un modelo, abriendo el horizonte a otra realidad política y antropológica: el bRASIL menor...

3. Crisis

Que la revuelta comenzara como rechazo al aumento del pasaje del transporte la liga con la historia carioca; pero también muestra que la movilización misma de la ciudad es en sí instancia donde se juega la producción de valor: la vida metropolitana produce valor. Y oponiéndose a los grandes espectáculos futbolísticos, las copas Confederaciones y del Mundo, la multitud produce un desierto de saber gubernamental sobre sí: ¿los brasileros no quieren la Copa, no quieren poder hacer la bomba atómica, no quieren el éxito del BRIC, no quieren un crecimiento económico sostenido? Hay todo un modelo de país que la multitud impugna o, como mínimo, enlentece. Un modelo de país que acarrea un modelo de vida, con inclusión, con consumo, con consolidación, también, de las diferencias jerárquicas en la sociedad y de la gestión representacional y mediática de la vida -la política es representativa, pero el mercado, con su proliferación de imágenes y su modelización, con la anticipación de la experiencia inherente a la lógica de la inversión, también representa. Y por ambas vías, “gobernanza” estatal y mercantil afirman que representación y gestión saben más sobre la vida que la propia vida.

Copas, Olimpíadas, megaobras de infraestructura, salto cualitativo de Brasil con destino de potencia mundial. ¿Cómo no habría de atropellar algunas vidas el desarrollo de semejante programa? ¿Cómo no habría de lijar y hasta lesionar algunas aristas fundamentales de la vida común? Después del mejoramiento de las condiciones materiales de vida de millones de los habitantes más pobres de Brasil, había llegado la hora de someterse al desarrollo. Y el desarrollo tiene un programa que establece lugares, roles, competencias, exigencias, costos colaterales, y una temporalidad regente. El programa sabe todo lo que pasará, tanto como el orden de los valores; el programa prediseña la vida, y somete a la vida a desvivirse -también gozando- al servicio del programa. Por eso niega a la vida como experiencia. ¿Cómo es la experiencia de hacer la Copa Confederaciones, de preparar el Mundial? Esa pregunta, lejos de ser habitada -como experiencia- queda negada bajo el imperio del rendimiento y lo obvio -y rendimiento de lo obvio. La vida puesta al servicio de una imagen que la representa y que, brillante, sabe mejor que ella lo que es bueno -y lo que es tolerable y sacrificable. La vida, la vida-experiencia en Brasil, se alzó contra la marca Brasil y su modelo programático de vida. Lo hizo desprolijamente, sin propuesta esclarecida y exponiéndose a las capturas de la hora.

Programa y capital tienen una coincidencia. El programa prediseña la vida; es vida ya-vivida, vida sin sorpresa (sin encuentros), sin no-saber. Y el capital, en tanto trabajo muerto acumulado, es también vida ya vivida. “El movimiento autónomo de lo no viviente”, decía Guy Debord. El capital, trabajo muerto, vida ya vivida y cosificada, se invierte, y proyecta un programa, vida que se vivirá también como ya-vivida -vida que no es necesario experimentar, sino con la que hay que cumplir. Vidas histéricas que gozan de vivir sobreocupadas -lo que inmediatamente significa sobreexplotadas-, al tiempo que se descubren cansadas, desbordadas afectivamente, despojadas de todo acto inventivo. ¿Qué les queda, entonces? Un impostura, el arte de la nueva autoayuda que adquiere su forma más desacarada con el “coaching ontológico”. Captura de último momento por parte del capital: la ontología, esa intentona por pensar al ser, es decir, lo ingobernable, forma parte, en el sintagma del coaching, del mandato del rendimiento. ¿Ser o no ser? La pregunta que despertó fértiles aporías, poéticas pasibles de ser experimentadas por las vidas más aparentemente insignificantes, necesarias opacidades, incertidumbres constitutivas, quedó atrás. Hoy el dilema impuesto por el capital es más claro, casi transparente: adaptarse o fracasar.

Mejor, mucho mejor que esa impostación, ir a la calle. Es necesario ver también cierto amor al fútbol en esa insurgencia contra la conversión del juego en una programática capitalista que subsume la vida a proyección imaginal. Negarse al mundial como forma límite de amor al juego que rechaza el rol pasivo y cómplice del espectador. Porque ser hincha puede volverse una forma de jugar cuando la experiencia está en la cancha de todos.

Bruno muestra fogonazos de una gran movilización llena de decisiones ad hoc y "sin sujeto" a priori. Presencias potentes contra el programa aleccionador del Estado-mercado. Un nosotros-ahora-acá que vale más que el gran relato del desembarco en el primer mundo. Fugarse de la propuesta -por ejemplo, de a dónde ir-, alimenta ambivalencias. Descompuesta en partículas, la revuelta no tiene coherencia. Divergen, sus fuerzas separadas. También la histórica obsesión retrógrada y conservadora pretende encontrar en esos huecos su oportunidad. El orden sabe remodular sentidos -el orden es la remodulación de los sentidos al mando de la obediencia y la ley del valor.

Pero la revuelta queda como un agujero negro en la historia, disponible para cualquier movimiento que procese en su favor la incertidumbre. Los bordes son peligrosos, en principio, porque vuelven a generar la duda sobre quién está en peligro y en qué bando está el miedo. Tal vez sea ese el legado de la revuelta, dejar flotando -o subterránea, mas nunca en la obviedad- una amenaza latente a la certidumbre sobre quién peligra y quién se mantiene "a salvo" de las tensiones irreductibles de la conflictividad en una situación histórica. Ciertamente, hay agendas y resistencias bien concretas, algunas más pensadas que otras, algunas que conectan con tradiciones o movimientos del presente. Pero lo que se afirma en la calle, transformada por la multitud en desierto liberador, es un amor desconocido a la vida.

Texto de Agustín Valle y Ariel Pennisi

Referencias

(1) Recomendamos en este punto la lectura de los trabajos de Ignacio Lewkowicz, sobre todo, Pensar sin Estado, y del libro de Pablo Hupert El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo (Quadrata – Pie de los Hechos).
(2) Como rescataba León Rozitchner en su bello libro dedicado a Simón Rodríguez...
(3) Término de uso peyorativo para referirse a alguien conservador, cercano al orden y hasta aburguesado.
(4) Giuseppe Cocco, "Introdução - A dançã dos vagalumes", en Bruno Cava & Giuseppe Cocco (org.), Amanhã vai ser maior. O levante da multidão no ano que não terminou. Río de Janeiro: Annablume, 2014.
(5) Zibechi R. Brasil ¿El nuevo imperialismo? Buenos Aires: La Vaca, 2013, p. 254.
(6) “En esta etapa las cúpulas sindicales, que controlan esos fondos (especulativos provenientes de las cotizaciones de sus afiliados) y ocupan lugares estratégicos en el aparato estatal y a través de ellos controlan buena parte de las multinacionales brasileñas, forman parte de la clase dominante. (…) No es casualidad, ni error, ni cooptación que trabajen junto al Estado y las empresas para evitar huelgas o aniquilarlas”. (Raúl Zibechi)