En un baño de un bar de la ciudad de Barranquilla -ciudad que por ese entonces celebra su carnaval-, Drácula Junior le revela al hijo de Van Helsing la razón por la que ya no es fácil encontrar vampiros: “El sida se los llevó a todos”. La criatura de la noche agrega que él se salvó de la epidemia porque consume sólo flores y que su madre, también vampiresa, se salvó, pero quedó postrada en una silla de ruedas. Como buen hijo, él debe buscar cómo alimentarla.
Lo anterior es una parte del mediometraje experimental El curioso caso del vampiro vegetariano, la más reciente cinta de Luis Ernesto Arocha, un arquitecto retirado de más de 80 años que desde sus años universitarios en Estados unidos se dedicó a experimentar con la cámara de vídeo. Es la figura más representativa del cine experimental colombiano.
Siempre le gustó el séptimo arte. Su abuelo había construido un teatro en Barranquilla, capital del departamento del Atlántico, ubicado en el norte del país en El Caribe. Podía ir cuando quisiera a una función, tenía pase gratuito.
Sin embargo, su flechazo por el cine experimental llegó tiempo después, cuando visitaba Nueva York en 1964 junto a su amigo, el pintor Enrique Grau, y conoció el cine que hacían por ese entonces Andy Warhol o Stan Brakhage. El impacto fue tal que decidió comprar una cámara de 8mm con zoom automático y empezar a crear sus propias cintas. La primera se llamó La pasión y muerte de Marguerite Gautier, en la que Grau hacía el papel de Marguerite.
A la vez que hacía nuevas creaciones cinematográficas, su ánimo como arquitecto iba creciendo. Según una entrevista concedida al diario El Heraldo de Barranquilla, sólo hasta que hizo cortos fue que se animó a construir su primera casa. La experimentación artística lo llevó a crear terrazas acuáticas y partes de bambú en sus edificaciones.
En 1973 realizó su cinta más popular: La opera del mondongo. Un documental que hablaba del carnaval de su ciudad y de las problemáticas que aquejaban a ‘La Arenosa’ -como también se le dice a Barranquilla-, como la falta de acueducto en algunas de sus zonas. Su trabajo mereció un premio India Catalina, un galardón colombiano otorgado a las mejores producciones televisivas y de cine, y a sus creadores.
Durante una época, sus guiones no quedaban elegidos en convocatorias para cineastas. Según Luis Ernesto, porque los encargados de escoger los proyectos beneficiados carecen de humor. Esto lo dijo en la entrevista a el Heraldo y en un artículo que le hizo la Revista Arcadia.
De hecho, en esta última nota aseguró que La tierra y la sombra, así como El abrazo de la serpiente le parecen cintas aburridas y pretenciosas. Su gusto siempre rondó más la comedia, con un toque de cultura popular. Su favorita es La gente de la universal, una película de 1993 de Felipe Aljure.
También vio Colombia Magia Salvaje, el documental sobre la riqueza natural del país. “Me encantó la fotografía, pero me aburrió ese narrador que no se callaba en ningún momento” me dijo cuando hablé con él. Está siempre presto para cualquier contacto con la prensa, le gusta hablar de su trayectoria como cineasta, de sus anécdotas y de las cosas que lo cautivan. Aún cuando a su edad sufre de vértigo y de ‘ataques de cansancio’ que lo pueden dejar en cama por una tarde o un día.
Le pregunté también por el Festival de Cine Experimental Cineautopsia que se realizó en abril en Bogotá. Allí prepararon como último evento una proyección que recogía varias producciones restauradas y recuperadas de Luis Ernesto: Azilef (1971), La opera del mondongo, Las ventanas de Salcedo (1966) y El curioso caso del vampiro vegetariano (2015). Esto era un claro homenaje a una persona que puso los cimientos a un estilo de arte poco explorado en Colombia o que poco logra darse a conocer.
Allí, en la Cinemateca Distrital donde fue la proyección, vi esa parte con la que comienza el artículo, esa que muestra la creatividad de este barranquillero de 84 años que aún va a cine, aún piensa guiones y aún tiene ideas para sorprender: El sida acabó con los vampiros.