A la hora de hablar de arquitectura espectáculo no puedo evitar dedicar un recuerdo poco amable a todos los que fueron un referente incuestionable del mejor diseño y más tarde han alimentado el desconcierto en el que estamos inmersos. Cada cual puede poner los nombres que estime más oportunos.
Resulta decepcionante comprobar cómo la crisis no logra cambiar suficientemente los paradigmas que alimentaron el desenfreno en la época de crecimiento alocado. Afortunadamente, los paradigmas han quedado algo tocados, pero persisten. Aún perdura el interés por el impacto sobre el contenido, por el formalismo enojoso sobre la practicidad, por lo contingente sobre lo esencial. Vivimos tiempos de convicciones débiles y de culto a la imagen. El mercantilismo se impone a las razones consistentes y hace difícil que los buenos diseñadores puedan dar liebre cuando la gente sólo quiere gato.
Práctico antes que estético, sincero antes que impostado, atención al espacio antes que al objeto: ¡realismo a ultranza!. El peor error de un diseñador es no aceptar la realidad tal como es y generar una forzada.
Está muy bien preocuparse en mejorar lo que ya existe, pero para progresar es necesario esforzarse en conseguir lo que aún queda por hacer.
Para saber cómo pueden ser las cosas, primero hay que saber cómo son.
Manipular los elementos constructivos existentes evitando la confrontación y la mímesis; plantear el proyecto, libre y desacomplejadamente, con voluntad de innovación; potenciar las formas de vida propias de cada época incorporando el pósito que hace sentir el placer de actualizarse coherentemente. Todo ello son maneras de conciliar la contemporaneidad, incluso la radical, con la preexistencia.
La libertad compositiva tendría que acabar cuando provoca desazón en el usuario y el argumento del diseñador no resulta convincente, o cuando el proyecto no consigue interpretar correctamente el contexto general donde se inserta. Norberto Chaves avisa: “toda modificación ha de ser discreta y debería detenerse en el punto exacto que se transforma en depredación”.
Cualquier cambio comporta unas pérdidas y unas ganancias respecto a lo que existía antes. Luego, es evidente que si no hay ganancia el cambio no merecía la pena.
El gusto por el espacio ligero comporta una pérdida de peso, una disminución de la masa física. El espacio diáfano necesita menos materia y menos opacidades. Por el contrario, requiere translucideces, transparencias y vistas cruzadas. Podríamos decir que el espacio habitable resulta menos denso y más permeable. El aire juega un papel primordial en la construcción de un interior cada vez más desmaterializado. En consecuencia, el aire debe considerarse un material que también interviene activamente en el proceso de diseño, aportando efectos, aportando sensaciones, en definitiva, aportando nuevas prestaciones vivificantes.
La mediocridad de la construcción no puede definir el nivel del proyecto. Existe un substrato proyectual cualificado y es éste, puesto al día, quien ha de definir el nivel constructivo.
Las cocinas hoy en día son espacios abiertos, básicamente por tres razones principales: han cambiado los códigos culturales, han mejorado exponencialmente las técnicas de cocción, lavado, extracción y orden y, sobretodo, para mucha gente, cocinar ha dejado de ser una rutina diaria.