Si me gusta correr es porque, entre otras muchas cosas, es una magnífica actividad para reflexionar y analizar el tiempo como espacio, como vida.
Cómo va pasando, cómo nos va dejando atrás: el Tiempo. Cómo el tiempo necesita momentos, como los que vivimos, para ser. Si no los vivimos no Son. Es realmente curioso que el tiempo sea algo que no se pueda ahorrar. El tiempo se vive o se pierde, no se puede guardar.
Cada vez más hipnotizado por lo literario, por la esencia poética de la vida, uno se cuestiona sobre innumerables cosas y comportamientos. No para todo obtenemos una respuesta, porque no todo tiene por qué tenerla.
¿Quién no reflexiona sobre el tiempo? Tiempo que ganamos, Tiempo que perdemos, Tiempo que vivimos o, incluso, Tiempo que morimos.
Si tenemos la oportunidad de vivir muchos años, comprobaremos que la vida, como un camino, son etapas. Las etapas las va marcando el tiempo, el de cada uno, el nuestro.
Hay etapas para todo, pero cada una tiene su tiempo. No deberíamos intentar vivir una etapa a los 70 años que deberíamos haber vivido a los 40. Y tampoco podemos vivir con 40 años como si tuviésemos 70.
Si malgastamos los años, querremos correr demasiado en la última recta, antes de la meta y podemos rompernos. Romperse al final de la vida es derrumbar los pilares básicos que sostenían el edificio.
Si lo rompemos, todo cae y se hace añicos. En ese momento no queda tiempo para recomponerlo y, entonces, puede arrastrarnos la desesperación.
Todo está inventado, hasta en la vida. Todo está ejemplificado en las vidas de los demás. Solo tendríamos que fijarnos un poco y ser capaces de utilizar ese instinto que nos ha hecho superar tantos y tantos obstáculos.
La edad nos va alejando de la infancia irremediablemente; pero la edad no nos hace madurar, la edad nos convierte en seres inmaduros que imitan comportamientos de niños. De niños imitábamos a nuestros mayores. Queríamos ser como ellos. De mayores imitamos comportamientos de niños, aunque no nos guste que nos traten o riñan como tales.
En la vida uno no es uno mismo; no es lo que aparenta hacia el exterior. Cuando terminamos nuestra vida, uno es lo que tiene, lo que le acompaña: el espíritu, la familia, los amigos. Si no tiene nada de eso, no es nada.
A veces nos escondemos en una especie de estoicismo. Nos recreamos con esa búsqueda de felicidad personal o intimista, nos disfrazamos de Bon Vivant, entre bohemios y hippies reflexivos. ¿Realmente qué buscamos? O realmente ¿qué queremos encontrar?
En nuestras vidas dedicamos mucho Tiempo a quejarnos de que necesitamos tiempo. Cuando nos hacemos mayores, parece que ese tiempo que ya no tenemos que dedicar a necesidades materiales, lo dedicamos con ansia a vivir o tratar de vivir lo no vivido. Pero, ¿es lo que toca?
No haber vivido siempre será culpa nuestra. Vivir lo que no se debe en cada momento también lo es.
Es verdad que llegará ese momento en que nos cueste levantarnos solos, que nos tengan que ayudar hasta para orinar. Ese momento irremediable en el que, si la consciencia nos acompaña, buscaremos, como esos maestros yoguis o budistas, pasar al estado durmiente eterno. Pero, ¿y mientras tanto, qué? ¿Nos dejamos morir en vida?
La vida hay que vivirla en cada momento, el suyo. El presente es nuestra vida. El mañana es algo que está fuera del control de cada uno. Solo somos capaces de ser conscientes de nuestro presente si queremos serlo.
Por eso, si tenemos la oportunidad de vivir ese Futuro, no deberíamos llegar pensando en lo que hemos ahorrado o dejado de vivir, porque el vivir también tiene su espacio y momento.
Leyendo a Julio Ramón Ribeyro y su excepcional libro Prosas apátridas en su anotación '36' escribe algo así:
"Dentro de algunos años alcanzaré la edad de mi padre y, unos años después, superaré su edad, es decir, seré mayor que él y, más tarde aún, podré considerarlo como si fuese mi hijo. Por lo general, todo hijo termina por alcanzar la edad de su padre o por rebasarla y entonces se convierte en el padre de su padre. Solo así entonces podrá juzgarlo con la indulgencia que da el "ser mayor", comprenderlo mejor y perdonarle todos sus defectos. Sólo así, además, se alcanza la verdadera mayoría de edad, la que extirpa toda opresión, así sea imaginaria, la que concede la total libertad".
Es tan bueno que ni podría decir, ni me podría venir mejor en estas reflexiones, no sé si apátridas, mías.
El tiempo se nos va y no vuelve.
Deberíamos reflexionar a menudo sobre ese sentido temporal de la existencia, habitar el presente y convertirlo en verso. Pensar en el instante, tratar de poseerlo deteniéndolo, congelándolo. Mirarnos como si lo único que funcionase en nosotros fuera el sentido de la vista frente a un espejo. Es complicado hablar de nuestro tiempo, mirarlo, verlo, destrozarlo, criticarlo, enjuiciarlo.
Del tiempo, del de cada uno, se justifica una vida; una forma de ser, de existir, de ver, de amar y, también, de morir. Cada uno lo suyo.
Vivamos pues nuestro tiempo.