“Sobre los miedos y la libertad”
“No sé quién soy y como no sé quién soy me molesta que tu seas…
…seas en la libertad de tus alas, seas en tu corazón, seas buscándome mientras yo habito en la sombra de mis cárceles…
No sé quién soy y por eso a veces te quiero preso entre mis barrotes de deseos reprimidos , de dolores no resueltos , de maltratos escondidos…de certezas limitantes...
No sé lo que valgo y por eso tu luz me ensombrece, me irrita, me desangra…y me habla de todo lo que no puedo ver en mi…
No sé que soy capaz de crear caminos ni tampoco sé de qué hablan mis vacíos…
… cuando me sacas de ahí, siento miedo, rechazo y hasta me burlo de ti…porque me dejas desnudo ante aquello que aprendí que debían ser mis propios límites….
Loca, loco! Te digo, asume que la vida es esto te grito!
Me respondes preguntando cuando aprendí a pedir permiso para respirar, ser y vivir… cuándo entendí que la vida era aceptar la renuncia, la represión , el dolor o el abuso como condición de estar aquí…
Loca, loco te digo! , asume que la vida es esto te grito!
Es eso la vida? , está la vida ahí?, me preguntas, apuntando a cuando entendí que el mundo debía ser así …. Loca, loco te digo! asume que la vida es esto te grito! cuando siento miedo de encontrar mis propias alas y mi propia autoconfianza que hace muchos años perdí…
Loco, loca te digo… y tu haces de mis palabras puentes mientras me abrazas agradeciendo que estoy aquí… Loca, loco te digo…y me respondes
… sí, estoy tan loco para este mundo que aún quiero seguir y sigo creyendo en ti…”
AGM. 2016
Escribí este texto de arriba hace unas semanas con la intención de dedicarlo a todos aquellos que día a día luchamos por un mundo mejor y más humano en lo micro y en lo macro, pensando en aquellos que aguantan el chaparrón de los cuestionamientos y las resistencias de que el mundo es así y no podemos cambiarlo. Lo escribí pensando en aquellos que sabemos desde el fondo de nosotros mismos, desde nuestros conocimientos y amor profundo por el ser humano que otro mundo es posible y hoy más que nunca necesario. Y hoy quiero compartirlo con ustedes como entrada a lo que entiendo debe ser un nuevo modelo de gobernabilidad porque no veo sentido en el hecho de seguir manteniendo y defendiendo un sistema que nos destruye. Cuestionar este sistema no significa ser antisistema, simplemente reconocer que el fracaso del mismo es innegable cuando tomamos en consideración las cifras que nos hablan de sufrimiento, enfermedad y vulnerabilización del ser humano.
Soy consciente del hecho de que cambiar paradigmas nunca fue cosa de dos días, y menos lo será hoy cuando nos encontramos en un momento en que la lucha por el poder y los recursos parecieran haber cegado a unos cuantos que intentan día a día mantener un statu quo que no habla de otra cosa que de involución y destrucción a nivel de desarrollo humano, involución que incluso los destruye a ellos porque, ante tanta repetición de patrones, lo único que hacen es seguir re-editando la misma herida que un día los llevó a creer que esto era el poder, que para esto existía el poder. Ante esto que afirmo, creo que es importante recordar las palabras de Gruen “… lo que impulsa a los hombres destructivos a sus acciones de desprecio hacia los demás hombres, desde el extremista de derechas – y de izquierda agrego- hasta el fanático de una secta, desde el conquistador del mundo hasta el manager sin escrúpulos de la globalización: el impulso de apropiarse del propio dolor excluido, castigando a otros hombres porque, en una ocasión, ellos mismos fueron débiles y sufrieron. Estos hombres destruyen para vivir, para llenar el vacío que surgió en su interior cuando se les privó de lo que era propio de ellos. Algunos, de hecho, llegan a matar para llenar ese vacío. Otros lo hacen indirectamente, sucumbiendo a la grandeza y destruyendo a otros hombres o humillándolos” (p. 55).
En línea con lo que afirma Gruen es que hace muchos años me pregunte de dónde surge nuestro modelo político?. Me pregunté qué era lo que podía explicar que los seres humanos fuéramos capaces de sostener un sistema que a día de hoy carece de representatividad en términos de reflejar y dar soluciones a las problemáticas comunes que existen en nuestras sociedades con respecto al desarrollo y bienestar de las personas. ¿Por qué hemos estado tolerando tanto dolor y abuso, y en algunos casos ayudamos a perpetuar estas formas de administración? A raíz de esas preguntas y leyendo a miles de autores, me encontré con nuestra historia y comencé a comprender que este modelo que hoy sostenemos emerge desde nuestras historias de vinculación afectivas y modelos de autoridad internalizados, siendo el actual sistema de autoridad una especie de re-presentación mal contada y desfigurada de todos los temas pendientes que dejamos en nuestras biografías individuales. Comencé a comprender que la historia de los vínculos de apego que traemos las personas no solo influyen en la forma en que nos vemos y nos relacionamos con otros, también influyen en la forma en que entendemos la autoridad, en las elecciones que hacemos de los líderes que nos ofrece la política e incluso en la manera en que ejercemos nuestra autoridad, como también en las dificultades que tenemos de someter a escrutinio y evaluación a quienes hoy detentan el poder de nuestros países generando actos de violencia explícita o implícita.
“La sociedad en su conjunto, los personajes llamados de autoridad, los superiores jerárquicos, serán, a partir de ahí, el objeto de una amalgama inconsciente con las figuras parentales. Debido a lo cual se produce un inevitable miedo a perder su amor y apoyo –miedo que funda el sentimiento inconsciente de la culpa- cada vez que el sujeto lleva a cabo actos autónomos y personales oponiéndose, de ese modo, al principio de autoridad” (Mendel, 1993: 204).
Si nuestra sociedad se estructura desde ese lugar, las palabras de Mendel adquieren sentido cuando buscamos comprender por qué nos oponemos al cambio y defendemos a dientes y escudos la supervivencia de un sistema que en el fondo muchos sabemos que nos está llevando a la destrucción de los vínculos humanos. Sin embargo hoy nos encontramos en jaque cuando observamos que este sistema que vivimos deja de ser sostenible desde lo humano y literalmente nos está destruyendo. Ante ello, Gruen nos da luces afirmando que el futuro de la humanidad dependerá de la forma en que los seres humanos gestionemos nuestras historias de dolor y violencia, de lo que hagamos con las mismas porque las consecuencias de la negación ya las estamos viviendo: Aumento de los índices de violencia, desvinculación, sociedades individualistas, consumismo desenfrenado para sentir que somos “alguien”, búsqueda de estatus a costa de tiempo de calidad con los que amamos, entre muchos otros.
Quizás si partimos por comprender que no existe ser humano perfecto y que en eso ni nuestros padres ni abuelos se salvan, si partimos por entender que existe algo en común entre todos los seres humanos con respecto a nuestra historia y es que todos hemos sido hijos sujetos a experiencias de vinculación afectiva y relación con la autoridad, que no han contado con espacios que nos ayuden a tomar consciencia de la posibilidad de perpetuación de nuestras propias heridas; quizás, además de recoger el factor transgeneracional, podremos abrir una puerta que nos permitirá enfrentarnos al daño sabiendo que en muchos casos es compartido, que seguir negando el dolor o lo que sentimos por una malentendida lealtad y amor incondicional puede ser el abono no solo para seguir repitiendo la historia generación tras generación, sino que también para cortar la cadena que hoy se presta para que otros desde lo macro nos digan cómo tenemos que vivir, qué merecemos, qué se hará con nuestro mundo sin tener ni voz ni voto real. La idealización de los padres nunca ha sido un aliado del desarrollo humano pero sí del poder que finalmente nos destruye.
En este sentido es que observo y reflexiono sobre como muchos de estos re-presentantes que en algunos casos dirigen, recaudan y abusan “en nombre de” podrían estar siendo ayudados desde nuestra falta de consciencia y trabajo personal, que permite que las lealtades y aspectos que no pudimos resolver en nuestra propia familia y con nuestras figuras de autoridad sigan operando en lo social y en los entornos donde intervenimos en relación a otros. Decir esto no es una locura cuando consideramos que con respecto a los representantes políticos y a la figura de autoridad que representan, Arno Gruen afirmaba hace unos años que en el momento de elegir a nuestros políticos, los adultos repetiríamos un antiguo modelo, “se someten a una autoridad que asume la pose para ser redimidos del miedo y la responsabilidad” (65).
La pose a la que se refiere este autor y la repetición de un modelo es aquella que puede llegar a consolidarse cuando un niño se ve obligado a confirmar la imagen que los padres tienen de sí mismos, como a su vez a comportarse de acuerdo a lo que se “espera” por parte de sus figuras parentales. Este proceso conlleva la renuncia a su sí mismo en diferentes grados y el temor a figuras paternas y maternas que rechazan y que demandan comportarse y ser según dictámenes externos… quizás porque antes ellos fueron los primeros en estar obligados a hacerlo…
Y en este sentido, una vez más la importancia del otro se hace presente cuando comprendemos que, al enfrentarse a esta situación, las personas aprendemos incluso habiendo dolor de por medio a la búsqueda de la mirada del otro, de su reconocimiento y afecto, aquello que aprendimos que era, incluso con vivencias de violencia que llegan al límite de la negación de nuestro sí mismo, percepciones, emociones y experiencias.
Arno Gruen postula que cuando este proceso ocurre “… la identificación con los padres tendría lugar en dos niveles, por un lado su pose pasa a ser la única realidad, mientras que en otro, el nivel no consciente, perdura la percepción de la verdad real que se convierte en el núcleo constante de un miedo informulable contra el que el niño y más tarde el adulto , tienen que defenderse aferrándose a la pose como a una realidad salvífica. En este proceso, se encierra la amenaza para toda sociedad democrática: cuando los hombres están fijados en una falsa realidad consagrada a la pose, se dejan dirigir por políticos que encarnan más convincentemente la pose de la fuerza, de la resolución, de la autoseguridad. El miedo a la verdad que acecha en el trasfondo desencadena en estos hombres no sólo la cólera hacia los que expresan la verdad, sino que el miedo les refuerza a ser redimidos por aquellos que justamente les liberan del miedo gracias a la pose” (65).
Si reflexionamos un poco más allá, cabría preguntarnos sobre la sociedad de la imagen que hemos construido, cabría preguntarnos sobre el mensaje que nos enviamos a nosotros mismos cada vez que intentamos ser algo que no somos, y con ello reflexionar sobre ¿a quién estamos ayudando?, ¿a quién estamos perjudicando?, ¿qué tipo de sociedad, además, estamos perpetuando?