La Gala de los Oscars es ese lugar inconcluso, ese País de las Maravillas, situado detrás del espejo en el que se asoman miles de Alicias de todo el mundo, con miles de problemas, dispuestas a ser deslumbradas por los focos y las alfombras rojas.
En 2016 este pequeño universo se enfrenta a la realidad, a una irrealidad reivindicativa a través de los actores y artistas que, desde sus atalayas revestidas de glamour, se acuerdan de las injusticias habidas en el pequeño universo de Hollywood, y en el mundo en general. O eso se intenta.
Además, este año los Oscars andaban aderezados con una polémica no exenta de cierto marketing televisivo para aquellos más rezagados y lejanos al universo de naftalina de esta larga y tediosa gala de Nunca Jamás.
Leonardo Di Caprio se convertía en maestro de ceremonia e invitado Honoris Causa, por haber sido digno destinatario del Oscar hasta en 4 ocasiones, en las cuales se había quedado siempre a las puertas, algo que le había convertido en protagonista de noticias, chistes y mil y un cánticos enaltecedores de su lucha ardua por esa pequeña estatuilla símbolo de… ¿de que?
Su batalla personal por la búsqueda de ese conejo blanco incentivaba al público en general a asomarse, con desinteresada y morbosa atracción, de nuevo al desfile de las estrellas de Hollywood, en unos premios en los que además, y como viene siendo en los últimos tiempos algo habitual, se acercaban al público intentado dar protagonismo, dentro de tanta ropa cara y glamour, a los distintos problemas que aquejan a la sociedad.
Es por eso, que no es de extrañar que en cuanto por fin obtuvo la ansiada y escurridiza estatuilla por su papel protagonista en el El Renacido, su discurso, lejos de lo que todo el mundo se esperaba, fuera sobre el cambio climático.
Y no solo él, que además de un gran artista del cine y vegetariano convencido, ha hecho gala siempre de una cercanía casi extravagante a temas medioambientales. Esta gala nos trajo reivindicaciones de todo tipo.
Y es que ni siquiera Hollywood, con todo su fantástico microuniverso de colores, puede hacer oídos sordos a los desigualdades sociales. Aunque su lucha desde el Dolby Theatre nos parezca burda y solo intencional.
En cualquier caso, los directores de muchas películas nominadas este año no han reparado en exponer de manera casi trascendental problemas que acosan a los más desfavorecidos.
Con la mejor película galardonada este año, Spotlight, una epopeya sobre la investigación periodística del Boston Globe que destapó los abusos sexuales a menores en la iglesia católica de Boston, Hollywood vuelve a poner sobre la mesa un tema tan controvertido y escabroso como los abusos sexuales a menores por la Iglesia.
Otro de los premios que hace gala del espíritu social del que Hollywood empieza a presumir es el de mejor actriz secundaria, concedido a Alicia Vikander por La chica danesa, una cinta que no deja indiferente ya que hace introspectiva a través de Einar, un pintor transexual casado que pudo someterse a una operación de cambio de sexo en una época en la que aún no existía mucha información sobre temas relacionados con cambio de sexo.
Incluso desde el principio, un divertidísimo Chris Rock, como maestro de ceremonias y sombrerero loco, amenizó la gala con unos monólogos en los que predominó la denuncia racista a través de chistes sobre gente de color en los que destapó y denunció la desigualdad racial en los premios de la Academia de Hollywood: "La comunidad negra no protestó sobre los Oscar en los 50 o los 60 porque en ese tiempo teníamos cosas reales por las que protestar".
También Whoopi Goldberg alzó su voz sobre la alfombra roja: "Sé que esta clase de situaciones se van a suceder de vez en cuando, y es bueno que haya debate. Quizá esto haga que se abra la conversación y que la gente actúe al respecto".
Sin embargo, aún con el afán de la Academia y del mundo del cine en demostrar su lado más humano, no faltaron las reinas de corazones en este cuento, ya que las críticas volvieron a llover entre Hollywood Boulevard y Highland Avenue, solo que en vez de en un escenario en la calle.
Bajo el Hastagh #OscarsSoWhite y carteles como “Y el Oscar va… para otro blanco” las afueras del Dolby Theatre se convirtieron en otro escenario de lucha reivindicativa, la reina blanca, Hollywood, luchando contra la reina negra, unos 200 manifestantes reunidos para airear su rechazo hacia la falta de diversidad de la Meca del cine.
Mientras que otra batalla de la misma índole tenía lugar en las redes sociales, algo que no tardó en mediar la Academia saliendo como muro de contención una de sus miembros de raza negra que intentó devolver el final feliz a un cuento haciendo unas declaraciones mediadoras.
Su presidenta, Cheryl Boone Isaacs, emitía un comunicado en el que anunciaba "grandes cambios" para evitar la exclusión racial en las siguientes nominaciones. Y es que la polémica estaba servida, ya que según los datos que maneja la prensa estadounidense, aproximadamente el 93% de los miembros de la Academia son blancos, el 76% son hombres y su edad media es de 63 años.
Y es que parece ser que no solo las diferentes razas suponen un problema para la industria de los Oscars, que decantan la balanza siempre con un fondo ligeramente racista, sino que el sexismo también está servido en el País de las Maravillas que es Hollywood con Alicias blancas y sonrosadas de piel y con mayoría de premios masculinos.
Parece incluso que cuanto más televisiva es esta lucha más se conocen las diversas fobias que tiene el panorama hollywoodiense vetando entre sus propios amenizadores de la gala a la primera cantante transexual en estar nominada al Oscar a la Mejor Canción Original por Manta Ray, del documental Racing Extinction, que a diferencia de The Week'nd, Lady Gaga y Sam Smith, ni siquiera fue invitada a tocar en directo.
Y es que es posible que aunque Hollywood pretenda asomarse a los males del mundo lanzando un mensaje pacificador, no resulte creíble, máxime cuando la propia Academia sigue cumpliendo cánones sexistas y racistas a través de galas almibaradas donde lo que vemos no es un reflejo más, que de un utópico País de las maravillas, apto solo para unos pocos elegidos.