Que naciese en un pequeño pueblo de Colorado llamado ‘Las Almas Perdidas del Purgatorio’ o que a los veinte años, según cuenta, viviese un viaje astral que cambió su concepción sobre la vida y el más allá no son ni de lejos las experiencias más extrañas y apasionantes de Susan Dietrich, aka The Space Lady.
Esta artista del underground norteamericano de extravagante aspecto –un casco similar al de Astérix que siempre viste en sus conciertos – ha paseado durante décadas su música hipnótica, futurista y espiritual por las calles de ciudades como San Francisco o Boston.
Vegana, budista y amante universal, sus excéntricos espectáculos generan una energía especial, como si el público se conectase a un vórtice energético que acaba de aparecer ante sus ojos, una esfera. Tal vez se deba en parte a que es hija de la psicodelia, o a que vivió durante veinte años como una “refugiada política” en su propio país: cuando conoció a su primer marido, decidieron juntos romper sus carnés de identidad e instalarse en una cueva en la cima del monte Shasta, donde Joel, compositor de muchas de sus canciones, se dedicaba a experimentar con sonidos futuristas que hacían aullar a los coyotes.
Saltó a la fama como lo hace un astronauta en la luna, proyectándose a cámara lenta en la noche del espacio. Hasta que en el año 2000 Irwin Chusid la incluyó en ‘Songs in the Key of Z’, un recopilatorio de música outsider. Y tras años de silencio y una larga retirada de la escena musical, en 2012, la ‘mujer del espacio’ volvió a pilotar su nave.
Tuve oportunidad de verle en su paso por España y esto es lo que dio de sí nuestra extraterrestre conversación…
¿Cómo nació The Space Lady? Por cierto, me encanta tu sombrero…
No estaría aquí si no hubiese sido por mi primer marido, que tenía una personalidad muy fuerte y era un artista poderoso, inteligente e imaginativo. Fue él quien inventó a The Space Lady y probamos diferentes sombreros hasta que dimos con el de las alas. Yo me sentía estúpida vistiendo este casco en público, pero él creía en la idea. No lo acepté hasta que un día me monté en el metro con el casco y la gente me miraba y pude reírme de mí misma… Y los mismo pasa cuando subo al escenario; es divertido, la gente ríe… Han pillado la broma. Pero al mismo tiempo, aun siendo cómico, es bonito, porque las alas blancas representan al mensajero. Así que es una combinación de humor y espiritualidad.
Cuando tocas parece que estés en otro lugar… ¿Dónde?
Estoy inmersa en un estado rapsódico en el que me siento elevada por los sonidos que voy creando. Cuando noto esta energía positiva viniendo hacia mí de un transeúnte e incluso del público, que sonríe, da palmadas y canta, es muy recíproco, como un círculo o, mejor dicho, una esfera. Nos alimentamos mutuamente.
¿En qué medida tu pasado y tu espiritualidad influyen en tu música?
Bueno, cuando alguien experimenta un viaje psicodélico como lo hice yo, te das cuenta de que la realidad solo es la punta del iceberg. Puede que parezca un cliché, pero solo vemos una ínfima parte de la realidad, porque esta es inabarcable, enorme. Cuando me di cuenta de esto, empecé a simplificar mis canciones para contar cosas realmente profundas, aunque suene contradictorio. Porque a pesar de no poder ni tocarlo, lo que recibes de ellas es realidad, tu mente se expande. En ‘Syntesize Me’ o ‘Humdinger’ es lo que trato de hacer; pero es imposible explicarlo, es mejor escucharlas.
Muchas de tus letras afirman la vida, incluso las covers como la de ‘Born to be wild’. ¿Crees que hoy necesitamos este tipo de mensajes?
Por supuesto, y mucho. En el mundo del arte la gente está atrapada en las complejidades de la vida. Un montón de jóvenes artistas están realmente perdidos. Yo también lo experimenté en los primeros años de mi carrera, pero Brancusi dijo algo: “La cosas más simples de la vida son las más reales”. La noche del concierto en Madrid me di cuenta de que hay músicos que experimentan con el sonido y suenan como una “agonía”, mezclan todo con demasiada complejidad.
Cuando te oigo hablar tengo la sensación de que tienes un propósito mayor que la música…
Una de las cosas más importantes en este mundo es librar al ser humano de la crueldad, porque vivimos en un mundo cruel donde torturamos y encarcelamos a los animales. Hay dolor y hay agonía. Yo decidí dejar mis comodidades y darle un giro a mi vida en 1972 para acabar con el sufrimiento de los animales. Hay un documental que recomiendo ver: ‘Cowspiracy’. Estamos envenenando nuestros cuerpos y destruyendo el planeta y yo tengo mi propia cruzada para concienciar a la gente.
En una entrevista que concediste a ‘Vice’ dijiste que cuando vivías con Joel en la montaña practicábais una forma de rebelión pasiva contra el sistema, porque la política es una suerte de locura. ¿Qué opinas de que Donald Trump se presente a las elecciones?
¿Quién?
Es una buena respuesta… ¿Qué le parece una sociedad norteamericana a una mujer del espacio?
El mayor problema de Estados Unidos es nuestra dieta. Hay muchísimos obesos y el azúcar y la comida basura son tan adictivos como la cocaína y la heroína. Y luego, por supuesto, está la ilusión de libertad. A los norteamericanos se nos llena la boca hablando de libertad y de nuestra bandera, pero en realidad somos esclavos. Pensamos que somos libres, pero estamos atados por los medios de comunicación. Me siento un poco avergonzada como norteamericana de lo que hemos hecho al mundo… Tenemos algunas cosas de las que sentirnos orgullosos, como las extensiones de zonas salvajes de nuestro país, que es enorme, pero con la explosión demográfica y la explotación de la naturaleza eso también está en peligro. Desde luego, me desagrada totalmente el papel de Obama…