En estos meses se proyecta en los cines españoles la nueva película de David O. Rusell, “Joy”. Al terminar de verla me preguntaron qué me había parecido, y solo pude decir cuatro palabras: “Me ha dejado fría”.
El excéntrico director de filmes como “Tres reyes” (1999) “The Fighther” (2010) o “La gran estafa americana” (American Hustle, 2013) ahora ha vuelto a la carga con el que para mí representa uno de sus mayores desatinos cinematográficos.
Fue él quien lanzó al estrellato a la que actualmente se ha convertido en su musa, Jennifer Lawrence. Si ya la vimos en “El lado bueno de las cosas” (Silver Linings Playbook, 2012) y en “American Hustle”, ahora el realizador estadounidense confía de nuevo en ella para entregarle el protagonismo -y prácticamente todo el peso- de la película.
Es cierto que la actuación que realiza Lawrence en este filme es brillante, pero esto no es algo nuevo. Suele bordar casi todos los personajes a los que interpreta y es una actriz muy versátil.
En "Joy", todo lo que vemos es a ella. Aquí Lawrence no hace mal su trabajo, de hecho es la que sostiene un proyecto lleno de vaivenes y flojeos constantes, pero ni siquiera llega con su interpretación a hacer sombra a otras actuaciones que ha llevado a cabo en su corta pero intensísima carrera. A pesar de que O. Rusell también vuelve a recurrir a otras caras conocidas con las que ya había trabajado, como Bradley Cooper o Robert de Niro, estos pasan casi desapercibidos, sus interpretaciones están completamente desaprovechadas. "Joy" es una película que parece haber sido pensada, escrita y grabada por y para ella. De hecho, la actriz ha vuelto a llevarse el globo de Oro a la Mejor Interpretación femenina por esta película. Bravo, Lawrence.
Pasando a describir el argumento, "Joy" es un intento de biopic que, (a partir de la narración de la siempre adorable abuelita de Joy), nos muestra la historia de la empresaria Joy Mangano, una mujer que actualmente es una estrella de la televenta americana. Pero no siempre fue así, y es en esta película donde se muestra el proceso por el que tuvo que pasar para llegar a lo que es hoy, para demostrarles a todos y a sí misma lo que su abuela le dijo cuando era pequeña: que era una niña llena de talento que haría grandes cosas.
Mangano tuvo que renunciar a sus sueños cuando sus padres se separaron. A pesar de ser la mejor estudiante de su instituto –sacaba matrículas de honor-, renunció a ir a la Universidad para encargarse de su madre, una señora deprimente y deprimida cuya única tarea era la de ver telenovelas.
La vida de Mangano dio un giro cuando se enamoró y se casó, pero volvió a la triste normalidad cuando, después de haber tenido hijos, se divorció de su marido (al que da vida Edgar Ramírez), a pesar de que éste se mantuvo viviendo en el sótano de la casa de Joy durante un largo tiempo.
Por otro lado, el padre de Joy (interpretado por De Niro) es un tipo que no destaca por la estabilidad de sus relaciones sentimentales, así que tras separarse por segunda vez y a la espera de un nuevo amor, acaba en el sótano metido con el exmarido de Joy. Y ella tiene que encargarse de absolutamente todo y de todos. Un percal, vamos.
O. Rusell nos presenta esta situación con el típico tono que le caracteriza –entre la ironía y la dejadez, como si las gracias que soltase fueran totalmente naturales y tremendamente ingeniosas (y nos tuviésemos que reír, por supuesto)-. Si tal vez la fórmula le funcionó algo más en “El lado bueno de las cosas”, no sucede así con “Joy”. Después de un inicio más o menos decente, la película decae por momentos para culminar con un final compuesto por un Flashforward, en mi opinión forzado y totalmente innecesario.
Y no diré más -ni menos-. Cada uno, cuando la vea, que saque sus propias conclusiones. Y de paso, para terminar el artículo,lanzo una pregunta (un poco retórica) ¿Cuánto tardaremos en verla en las sobremesas de fin de semana de televisión?