Cuando se pronuncia el nombre de México, a muchos les vienen a la cabeza los problemas de violencia o narcotráfico que sufre el país. Efectivamente, son asuntos que se encuentran vigentes. Sin embargo, hay mucho, muchísimo más. Cultura, naturaleza, gastronomía, playas, montañas, desiertos, selva. Y, sobre todo, la grandiosidad de sus gentes. Éstas son las razones que sirven para explicar el hecho de que todo el que pasa por tierras mexicanas quiera regresar a las mismas o, incluso, quedarse.
Sin duda es un territorio con una gran riqueza económica –es productor de petróleo–, pero, sobre todo, se trata de un sitio con una gran diversidad cultural y natural. No es para menos. Su extensión llega hasta los 1.964.375 km² -cuatro veces la superficie de España–, y en su interior se pueden distinguir desde las selvas de la Península de Yucatán, Chiapas y Oaxaca, hasta los desiertos del norte. Precisamente, esta zona árida es la que limita con Estados Unidos y la que tantas veces se ha retratado en producciones cinematográficas. Una riqueza medioambiental que también se refleja en que, dentro de México, habiten unas 12.000 especies endémicas y que en el mismo resida entre el 10% y el 12% de la biodiversidad del planeta.
Todo ello sin olvidar la herencia patrimonial y cultural que posee el país gracias a su evolución histórica. Sólo un ejemplo: de los más de 119 millones de mexicanos que viven en la República, la mayoría habla castellano. Sin embargo, legalmente hay reconocidas 67 lenguas indígenas, aunque se cree que pueden coexistir hasta 287 idiomas diferentes. De las formas de comunicación prehispánicas, una de las más utilizadas es el náhuatl, creada por los aztecas, y que en la actualidad, entre todas sus variantes y dialectos, es conocida por unos 1.700.000 hablantes en México.
Por ello, no es extraño que en los últimos años se esté valorizando y que, incluso, se haya empezado a introducir en los planes de estudios universitarios. Un ejemplo de ello es la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), una de las más grandes del país, en cuya facultad de Filosofía y Letras ya se imparte el náhuatl como asignatura optativa. Incluso en los cajeros automáticos de los Estados de Puebla y Veracruz este idioma ya aparece como una opción para dispensar billetes.
Precisamente, una de las zonas en las que todavía perviven comunidades indígenas, además de en Oaxaca o en Chiapas, es en la sierra norte poblana. Allí se conservan los usos y costumbres tradicionales precolombinas. De hecho, en alguna de las localidades más pequeñas, donde la población originaria es la mayoritaria, el náhuatl continúa siendo la lengua vehicular. Un patrimonio cultural e inmaterial que se debe proteger, promocionar y conservar.
Pero si lo que desea el viajero es pasear por ciudades coloniales, tiene muchas opciones: Mérida, Guanajuato, Puebla de Zaragoza… Todas ellas tienen su encanto y bien merecen una visita. Quizá la más conocida de dichas posibilidades sea Puebla. Fue fundada por los conquistadores castellanos en 1531 y emplazada a medio camino entre la capital del virreinato –actual Ciudad de México– y el puerto desde el que salían los fletes hacia la metrópoli, ubicado en Veracruz. Se trata de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 1987 y que se distingue por su trama urbana perfectamente rectilínea, así como por su rico patrimonio histórico.
De hecho, en ella hay posibilidad de visitar multitud de templos, entre los que destacan la catedral –con sus altas torres, las cuales, según cuenta la tradición, fueron concluidas por los ángeles– o la capilla del Rosario, caracterizada por la suntuosidad de su decoración barroca. Por no hablar de la gastronomía poblana, en la que los chiles en nogada ocupan un lugar de honor. Su elaboración se basa en rellenar un chile con guisado de picadillo y frutas. El resultado se cubre con perejil, crema de nuez y granada, tres ingredientes cuyos pigmentos simbolizarían los colores del primer ejército mexicano: el blanco, el rojo y el verde.
Según narra la leyenda, el origen de este plato se remonta a 1821. El que fuera primer gobernante del México emancipado, el emperador Agustín de Iturbide, tras rubricar los Tratados de Córdoba que declaraban la separación de España, hizo parada y fonda en Puebla cuando iba rumbo al actual Distrito Federal. Fue en este momento en el que las monjas agustinas del convento de Santa Mónica decidieron realizar los chiles en nogada para homenajear al que fue primer Jefe de Estado mexicano. Para ello, tomaron como referencia el símbolo del Ejército Trigranate, encabezado por Iturbide, y cuyos colores eran blanco, verde y rojo, los cuales representaban las tres garantías: religión, unión e independencia.
¿Y el Distrito Federal?
Sin embargo, de aquello han pasado casi 200 años. Ahora México es un país federal, compuesto por 31 estados, al que se debe sumar el DF. Esta última entidad, que cuenta con casi nueve millones de habitantes –aunque la zona metropolitana sobrepasa los 20– se constituye como la capital del país. Se trata de la antigua Tenochtitlán, creada por los aztecas en 1325 en un islote del lago Texcoco.
A lo largo de los casi 700 años de historia con los que cuenta el emplazamiento se han sucedido los acontecimientos históricos y urbanísticos en el mismo. Apenas quedan rastros del que fuera el gran lago de Texcoco –fue desecado durante la dominación colonial–, aunque sí que se pueden observar las huellas de las diferentes culturas que han pasado por el lugar. Uno de los legados arquitectónicos aztecas más impresionantes es el del Templo Mayor, cuyas excavaciones arqueológicas se encuentran justo detrás de la catedral metropolitana, en pleno centro de la urbe.
Al mismo tiempo, hay posibilidad de visitar multitud de complejos palaciegos y religiosos edificados durante la dominación castellana. Quizá los más llamativos sean la propia catedral, la iglesia del Carmen o cualquiera de los edificios residenciales que existen en el centro del DF. Un casco histórico que, por cierto, también respeta la trama en damero, es decir, basada en calles rectilíneas que se cruzan perpendicularmente.
No obstante, Ciudad de México es un lugar para pasear. Y uno de los recorridos más agradables es el que sale del zócalo –enorme plaza que se constituye como el centro neurálgico de la megalópolis– para tomar la avenida peatonal Francisco I. Madero, hasta llegar al eje central Lázaro Cárdenas. Allí, a la derecha, se emplaza el palacio de Bellas Artes, uno de los mejores ejemplos de arquitectura porfiriana. En un inicio, este edificio iba a utilizarse como Ópera Nacional por parte del gobierno autoritario de Porfirio Díaz. Pero llegó la Revolución de 1910, se destituyó al dictador y se aprovechó para cambiar de uso al mencionado complejo.
Si se sigue de frente, el caminante tomará la avenida Benito Juárez –dejando a la derecha el parque de la Alameda– hasta llegar a Reforma. Se trata de una de las avenidas más largas de todo América Latina, y en ella se puede observar la suntuosidad de edificios y espacios verdes. Al final de la mencionada vía se halla el castillo de Chapultepec, que, rodeado de un tupido y precioso bosque, se construyó en la época colonial como residencia de verano del virrey. Desde entonces, ha tenido diversos usos y modificaciones.
A partir de 1944, en su interior se encuentra alojado el Museo Nacional de Historia, en el que se organizan diversas actividades de promoción de conocimiento. Precisamente, uno de los mayores atractivos del DF es su intenso calendario cultural. Por la ciudad pasan, anualmente, desde las primeras figuras del pop y del rock mundial a escultores, escritores y artistas de la más diversa procedencia y tendencia. De hecho, unas de las prioridades de los gestores de la ciudad –y de su importante movimiento asociativo– es asegurar una oferta de ocio completa. Una variedad que permite acudir desde conciertos de Madona, Metallica o Muse, a exposiciones de Botero, así como a propuestas de divulgación del muralismo mexicano.
Sin duda, todos los elementos narrados hacen del país un lugar para conocer y para permanecer en él durante un largo periodo de tiempo. No hay que dudar en visitar México, porque es un lugar que supera ampliamente todo lo relacionado con el narcotráfico, porque –además– es un territorio muy rico y porque es mucho más variado que Cancún o que playa del Carmen. En definitiva, un recorrido por esta República permitirá imbuirse de nuevas realidades, contar con perspectivas novedosas y crecer como persona.