El 9 de octubre de 1238, el rey Jaime I entra triunfal en la Balansinya taifal, instaurando un sistema de gobierno -els jurats- de inspiración romanista que consolida la concentración del poder ejecutivo local en una reducida élite que exhibe su autoridad dotándose de suntuosas residencias.
Privilegios reales y fueros explican el devenir de la institución municipal, que dispondrá de sede propia y desde 1311 ocupara un excepcional enclave en la calle de Les Corts.
Aquella primigenia Casa de la Ciudad o Sala del Consell permanece en el recuerdo gráfico de la cartografía histórica (Tosca,…) y en las escasas piezas que sobreviven a su derribo, como el soberbio alfarje gótico, que tras ser desmontado luce en la Lonja.
La demolición (1854) de aquel palacio, al trasladarse las dependencias municipales a la Real Casa de Enseñanza del arzobispo Andrés Mayoral, propicia su ampliación a principios del XX con parte de los solares del convento de San Francisco.
El 30 de junio de 1906 el médico José Sanchís Bergón, alcalde de Valencia, coloca la primera piedra de la futura Casa Consistorial, cuya construcción se dilata en el tiempo, viéndose interrumpidas las obras en 1936 al estallar la guerra civil.
El Palacio Municipal ocupa una manzana completa de forma trapezoidal que integra la primitiva Casa de la Enseñanza y el cuidado volumen que conforma la fachada noble a la plaza, erigido entre la segunda y la tercera década del siglo pasado.
El proyecto, que sufre notables modificaciones y retrasos, lo acometen en sucesivas fases los arquitectos Carlos Carbonell y Francisco Mora, que materializan una construcción imponente, capaz de afirmar el prestigio político y la pujanza económica de la capital.
La majestuosa arquitectura, la lujosa decoración (pinturas, estatuaria,…) y sus extraordinarios fondos documentales (Llibre dels Furs, del Consolat del Mar,…) dan fe de la ambición de los regidores valencianos, que paralelamente impulsan grandes operaciones de regeneración urbana.
La Casa de la Enseñanza -con su arquetipo claustral gestado a partir de un patio de orden toscano- exhibe un repertorio neoclásico del que se desentienden Carbonell y Mora, que recurren a un lenguaje neorenacentista con ornamentación barroca para diseñar la fachada noble del nuevo palacio cívico del cap i casal.
A tal fin, se macla con la fábrica monacal originaria un cuerpo anejo de tres pisos que aparece con impecable simetría en la plaza, cuya axialidad define una elevada torre de planta cuadrada coronada por un precioso reloj que remata un carrilón metálico con campanas, instalado en 1930.
Desde 1967 la majestuosa entrada sostiene un gran balcón ceremonial proyectado en piedra por el arquitecto José Luis Testor Gómez. Apoyado en doce columnas dóricas y decorado con un delicado artesonado de madera, constituye un privilegiado palco de la vida cultural y social.
Como telón de fondo de la tribuna aparece un gran vano de acceso, terminado con un arco de medio punto en cuyas enjutas se destacan dos delicados mediorelieves en mármol que representan alegorías de la Administración y la Justicia, esculpidas por la mano exquisita de Mariano Benlliure, en su taller del Grao.
Este excepcional maestro del realismo realiza también el conjunto escultórico que corona el cornisamento, en el que dos hermosas figuras femeninas desnudas que simbolizan las Artes y las Letras sostienen el escudo en bronce de la villa.
Igualmente destacados aparecen dos cuerpos salientes, que se elevan a modo de baluarte, a ambos lados de la pieza central. A Carmelo Vicent se deben las figuras de la Justicia y la Prudencia, mientras que la Fortaleza y la Templanza son obra de Vicente Beltrán. Formuladas por Platón -La República-, Cicerón -Sobre las Obligaciones femeninas- y Marco Aurelio -Meditaciones-, su incorporación al rico imaginario de la fachada principal explica tanto la voluntad moralizadora de sus artífices como el discurso iconográfico del conjunto.
El resto de la portada se despliega en dos alas que culminan en sendas torres angulares, cuya traza circular facilita la rótula en los extremos, especialmente relevante en la calle de la Sangre ya que la conexión con la epidermis de la primitiva Casa de la Enseñanza resulta más inmediata.
Las torres que se elevan una planta más aparecen cupuladas con piel cobriza de reflejo metálico y rematadas por esbeltas linternas. Todo ello confiere al alzado un delicado porte palacial de evocación renacentista.
El obligado paréntesis que supone la guerra civil no impide que se ejecute el programa original, casi siempre bajo la dirección de Francisco Mora, que ya en 1924 redacta los proyectos de las piezas arquitectónicas más emblemáticas: torre del reloj, escalera Imperial, Salón de Fiestas, de la Chimenea, Pompeyano, despacho de Alcaldía, Sala de Sesiones,…
De ahí la claridad tipológica del edificio-fachada concebido inicialmente, que se incorpora como cierre del complejo edilicio preexistente, asomándose a la escena cívica mediante una volumetría retórica y ciclópea.
El ingreso centrado señala la simetría compositiva configurando un grandioso hall para albergar una solemne escalera Imperial. Concebida como articulador, su lujosa materialidad con abundantes mármoles italianos, un refinado lucernario y un riguroso estilo neoclásico priman su carácter representativo.
En mayo de 1937 resulta seriamente dañada por los bombardeos de los Savoia-Marchetti S.M.79 de la aviación legionaria de Mussolini, que periódicamente castigan a la entonces capital de la República.
En 1939, finalizada la contienda, el alcalde Joaquín Manglano, barón de Cárcer, oficia a Mora para que proceda a su reconstrucción, a raíz de la cual se aloja en el rellano una imagen en mármol del Sagrado Corazón, obra del escultor Ramón Mateu.
En julio de 1941 se coloca la claraboya decorativa que ilumina cenitalmente el vestíbulo, contratada con la prestigiosa empresa vitralista Maumejean, Gran Premio de la Exposición Universal de Barcelona (1929). La arquitectura del Palacio Municipal se mira en el espejo de otras capitales españolas que viven la influencia de los maestros franceses e italianos traídos por los Borbones, facilitando el triunfo primero del neoclasicismo y más tarde del eclecticismo.
La decidida voluntad de plasmar la ambición política de una burguesía que afronta el cambio de siglo fortalecida por una verdadera Renaixença en casi todos los campos explica la búsqueda de sólidos referentes tipológicos por parte de Mora.
Y siendo el Salón de Plenos el espacio de mayor contenido institucional e iconográfico, lo concibe como un hemiciclo en clara alusión a las protocolarias Cámaras parlamentarias española -Congreso de los Diputados- y francesa -Asamblea Nacional-.
La elección de la planta semicircular en la que como en los teatros griegos clásicos distribuye un graderío ascendente o cavea frente a un escenario o proscenium decide a Mora a introducir el volumen en el patio claustral de la Casa de la Enseñanza.
Dotado de un aforo de 109 asientos dispuestos en sucesivas bandas escalonadas que terminan en una exquisita galería concebida a modo de deambulatorio, el hemiciclo sorprende por su hierático eclecticismo y solemnidad.
La nobleza de los materiales empleados en su interior es elocuente. Las pilastras y columnas son de granito de Alemania y tanto las portadas como el podio presidencial son mármoles italianos. La pujanza económica de la región y la mejora en el transporte ferroviario facilita el uso de minerales procedentes de canteras tan lejanas.
La abundante ornamentación es de bronce en capiteles, basas, arquitrabes y cornisas. Mora diseña también la totalidad del mobiliario con maderas intertropicales como la caoba e ibéricas como el roble.
En cuanto a las pinturas destacan las alegorías de Valencia de estilo art decó o el retrato al óleo de Juan Carlos I realizado en 1976 por Alex Alemany, que presidiría el Salón hasta la entronización de su hijo Felipe VI.
La triple altura del hemiciclo informa de su primacía en el complejo, seguida muy de cerca por el suntuoso Salón de Fiestas. De planta rectangular y rodeado de galerías que lo comunican con diversas dependencias, su doble altura sobreelevada por una bóveda rebajada configura un espacio festivo y barroco.
La abundante fenestración con vidrieras policromadas en los lunetos contribuye con su luminosidad a la concepción como pabellón aislado de la Sala. Su decoración resulta algo recargada con sus columnas jónicas en el nivel inferior, sobre el que se disponen un arquitrabe y friso continuo.
El techo aparece decorado por enormes plafones elípticos con pinturas al óleo representando visiones alegóricas de la tierra, el cielo y el mar mediterráneo. Penden del mismo dos gigantescas arañas rococó de cristal de roca tallado que cuelgan a la altura de los doce semirelieves de mármol que ocupan las enjutas de los seis arcos correspondientes a los lados mayores de la caja.
El Palacio Municipal es un auténtico icono urbano que alberga algunos de los símbolos identitarios más queridos por el pueblo valenciano como es la Real Senyera, testimonio del privilegiado reconocimiento de la Corona de Aragón a la ciudad.
Declarado monumento histórico-artístico en 1962, el Palacio es una de las construcciones más representativas de la arquitectura ecléctica valenciana y de su floreciente protagonismo en los albores del siglo XX.