La situación en Siria no solo se complica sino que traspasa fronteras y amenaza con convertirse en un conflicto mayor. El derribo del bombardero ruso SU-24 por parte de la fuerza aérea turca inició un nuevo frente, inédito, en la llamada lucha contra el terrorismo que ejerce el Estado Islámico y las facciones rebeldes además de Al Nusra.
Desde ese trágico incidente en el que perdió la vida uno de los pilotos del contingente ruso desplegado en territorio sirio, la situación se ha descontrolado cuando parecía que la coalición actuaría junto a Rusia y el Gobierno de Bashar al Assad. Un nuevo paso que el presidente galo, François Hollande, había iniciado personalmente tras los atentados de París.
Sobre el terreno nos encontramos con el aumento de efectivos y material bélico desplegado por Rusia, donde destacan los sistemas de misiles S-400 o la flota fondeada en el Mediterráneo, con el Moskvá o el Rostov del Don, ambos orgullo de la Marina de Vladímir Putin. Pero el resto de países ‘socios’ hacen lo propio, con lo que en la zona se concentra un número de fuerzas hasta ahora impensables.
En ese caos geopolítico en el que estamos inmersos, con bloques enfrentados, un nuevo caso agita el avispero de Oriente Medio. A punto de ebullición, avisan los expertos. Turquía despliega un contingente de unos 150 militares en territorio iraquí, lo que genera la indignación de Bagdad recogida en ultimátum de 48 horas ya expirado sin lograr intimidar a Ankara, que insiste en que su objetivo ‘solidario’: entrenar a las milicias kurdas para luchar contra Daesh.
Las autoridades iraquíes se dirigieron a la OTAN para que actuara y pusiera cordura en la situación ordenando el repliegue de las tropas turcas sin que, hasta ahora, la petición haya tenido eficacia. El siguiente paso será solicitar la ayuda de Rusia y volveremos a una nueva escalada de lo que cada vez parece más inevitable.
Como lobos de una manada que muestra sus colmillos mientras asedia el botín, uno a uno los actores en el conflicto sirio dejan de lado el objetivo principal, destruir el Estado Islámico. Entonces es cuando resuenan con más fuerza las voces que preguntan sobre los intereses de algunos estados, entre los que destaca Turquía.
El presidente de Rusia dio un paso al frente en la cumbre del G20, paradójicamente en la ciudad turca de Antalia, denunciando que "la financiación de terroristas proviene de unos 40 países, incluidos algunos integrantes de este Grupo". Unas declaraciones que escocieron, pero Vladímir Putin lejos de amilanarse insistió en sus palabras y presentó una serie de fotografías vía satélite a modo de pruebas. Pero, ¿qué eran esas imágenes y a quiénes se las mostró?
Tiempo después y con la sombra del incidente con el SU-24 todo quedaba más claro. Rusia acusaba directamente a Turquía de ser apoyo financiero del Estado Islámico y beneficiarse del crudo robado en Siria. Un oscuro negocio que dejaban en evidencia las misteriosas instantáneas que Putin enseñó a un exclusivo cónclave de dirigentes. Mientras, la parte turca exigía evidencias de “tales infamias” y así fue.
El Ministerio de Defensa ruso hacía pública una serie de imágenes tomadas desde satélites y aviones de reconocimiento, en las que se recogía un gran número de camiones cisterna que cruzaban la frontera entre Turquía y Siria dibujando un perfecto camino de varios kilómetros de longitud. En su recorrido eran frecuentes las paradas en refinerías, almacenes y otras instalaciones petroleras que resultan bajo el control de yihadistas y rebeldes sirios. Incluso llegan a establecerse tres rutas principales.
El Estado Islámico entendió desde el inicio de su actividad que el petróleo y su mercadeo serían el principal medio de existencia y extensión hasta convertirse en la única agrupación terrorista en el mundo capaz de financiarse autónomamente, es decir, es autosuficiente. La usurpación y venta de antigüedades, obras de arte, las extorsiones y los secuestros quedaron en el pasado.
Daesh establece una presencia y conquista de territorios en base a una estrategia bien planificada. Para ello, su avance radica en regiones con importantes reservas de hidrocarburos. Solo en Siria controla más del 60 por ciento del volumen petrolero del país árabe, que debe sumarse a la red total que aporta financiación para llenar sus arsenales, planificar atentados, captar militantes y, en definitiva, dar forma y sentido a la maquinaria del terror.
La lucha armada necesita dinero con urgencia, por lo que era necesaria una masiva producción, que comenzó con 30.000 barriles y pronto llegó a los 45.000. Esto, traducido en dólares, podría haber aportado tres millones de dólares al día a la organización (dos meses de operativo ruso han reducido su beneficio a la mitad).
El éxito de su rápida entrada en el mercado ha sido el bajo precio de su crudo. Mientras que el precio en el mercado oscilaba al inicio entre 80 y 100 dólares por barril, pero a pesar de la caída a 50 o 45 los yihadistas venden cada unidad a un margen de 15 y 20 dólares, lo que aún les permite cierto beneficio.
En total 2.000 millones de dólares que obtienen del ‘oro negro´, por su color y también por el mercado oscuro que hay detrás. Las investigaciones apuntan que la agrupación terrorista tiene compradores en Jordania, Siria, Kurdistán Iraquí y Turquía.
De nuevo los intereses turcos parecen aflorar en medio de un conflicto interno que ha ido creciendo debido a las ‘aportaciones’ de los actores principales. Poco ayudan las amenazas del presidente Tayip Erdogan, cuando quedan en evidencia vínculos de familiares directos con el negocio del terror.
Y mientras la guerra, los atentados y el éxodo de refugiados avanza en una espiral sin control que amenaza con arrastrar a su caos a bloques geopolíticos, países y, lo que es más importante, a millones de civiles.